Post de Naiara Salinas «La gente pagará una buena pasta solo para hacerles sentir mejor» Tras una semana sin pronunciarme vuelvo a la acción para hablaros de lo nuevo de uno de los reyes del género de terror, suspense y fantasía. Llega la hora de coger un buen asiento y disfrutar del espectáculo. El escenario no está oculto bajo ninguna carpa, sino en un callejón. El viaje puede no ser muy agradable (no, nosotros no pagaremos precisamente para «sentirnos mejor»), pero está lleno de descubrimiento. Historia de un deterioro moral El callejón de las almas perdidas es un remake de una adaptación de 1947 basada en la novela homónima de William Lindsay Gresham, publicada en 1946. Cuenta la historia de un hombre, Stan Carlisle (en la versión actual interpretado por Bradley Cooper), que, huyendo de su pasado, se une a una feria donde aprende el arte del mentalismo. Lo que en principio se percibe como un oficio para ganarse genuinamente el pan pronto adquiere un tinte oscuro cuando la ambición salta a primera línea y el engaño suena cada vez más verosímil en los oídos de los más desesperados. Stan, así, inicia un recorrido que lo hace descender al mismísimo infierno..., no en sentido literal (por suerte). Uno de los aspectos que más seducen de este argumento es precisamente ese enfoque tan realista de determinados trucos en tiempos bastante desesperados, hundidos por una guerra de cuya corrosión sobre el alma humana se hace eco un guion que no tiene por qué mostrar amabilidad cuando se trata de los efectos, esas secuelas que, al igual que el personaje de Willem Dafoe, nos hace cuestionarnos dónde acaba el hombre y empieza la bestia. Guillermo del Toro suele ser bastante impecable cuando se trata de acoplar lo fantástico a la realidad, darle la vuelta y mostrar la cara humana y más auténtica del cuento. En este caso, no obstante, muestra más bien la cara inhumana. No necesita inventarse apenas nada y no lo digo solo porque se trate de un guion adaptado, ya que la idea de la novela surgió a raíz de un suceso real del que el autor fue testigo y que en el filme se describe perfectamente, reflejando el lado perverso del hombre para con los desamparados, los damnificados por la guerra en su (ya no) sano juicio. Como casi todo largometraje, cuenta con los tradicionales tres actos, pero en mi visión solo caben dos partes, cada una protagonizada por un escenario donde la bestialidad se representa con un cariz más literal (la feria) y otro más sutil (el psiquiátrico). Son dos partes no solo por el cambio de situación, sino también de personajes y género: la feria se nos vende como ese lugar donde te adentras en otro mundo, donde los monstruos son reales, algo que puedes ver y tocar, y es el área que se nota que Del Toro domina más por todo lo que se recrea en él; en cambio, en el psiquiátrico (u hoteles), los peores monstruos son los que rondan la mente y la construcción del relato, tanto en cuanto a la historia como al ambiente, suena más a cine negro. Pero en ambos persiste la idea del engendro: ese ser perdido que se convierte en una deformación de sí mismo bajo el látigo del que se lucra por su sufrimiento. En la feria la perversidad es más evidente, pero cuando Carlisle emplea sus habilidades para ganar dinero a costa del bienestar de sus clientes, también está traspasando un límite. ¿Quién es el engendro entonces..., el caído o el que lo empuja? El callejón de un guion que casi se pierde El contexto histórico tiene un peso aquí más importante que en otras películas de Guillermo, a causa del retrato de una sociedad afectada por la guerra, tanto en el lado más activo (los que lucharon) como en el pasivo (los que perdieron a los que lucharon). Se trata de un periodo que intenta ahogar las penas donde y como puede, que se arrastra en busca de una mano solidaria sin importar de dónde viene. La idea del filme pasa por retorcer el comportamiento humano de forma que los luchadores traumatizados y desamparados acaban abrazando la brutalidad y el asesinato a sangre fría, mientras que los «inmóviles» pretenden subsanar la carencia de palabras y de amor del pasado (es decir, corregir sus errores) con una segunda oportunidad en el Más Allá. Esa visión nunca desaparece del filme; sin embargo, por cómo está construida la historia puede no ser tan evidente, ya que la apuesta por la sutileza del planteamiento a partir de la segunda parte provoca que este se difumine al servicio de una trama más larga de crímenes que aparentemente desconectan de ese arranque tan interesante y prometedor. Dicho de otra forma, ¿por qué molestarse en darle tanta importancia al engendro si al final nos quedamos con el mentalismo? ¿Dónde están esas almas perdidas, no eran el núcleo de la trama? Hasta deja cuestionándote el porqué del título... hasta que en el último acto (en concreto, la última secuencia), se vuelve a conectar con el punto inicial y todo adquiere de golpe mucho sentido. ¿No dicen que a veces hay que perderse para reencontrarse? Pues esto es igual, y le ocurre tanto al guion como al personaje de Bradley Cooper. El tema, no obstante, no es lo único afectado por la perspectiva sutil que de pronto adquiere ese guion. Cuando algo es sutil significa que es poco perceptible, muy fino, y de ello pecan casi todos los personajes, primarios y secundarios, a los que rodea un misterio que el relato se resiste a abandonar, revelando ciertos detalles de cada uno a veces un poco a regañadientes. Resulta difícil apegarse a algunos nombres, más que por el hecho de si caen bien o no. La gente de la feria, por ejemplo, constituyen en general la tipología de personaje que juega en un plano surreal (el halo fantástico) y lo más irónico es que se revelan sus trucos (lo que suele permanecer en secreto), mas no su historia, con tan solo un par de excepciones. Y en la segunda parte, donde salen a la luz más detalles, el foco continúan siendo las acciones, la codicia de Carlisle, puesto que la historia se desarrolla para generar aversión hacia ciertas actitudes. Conclusión
El callejón de las almas perdidas expone un mundo sórdido, una trama de vicios que nos aleja del Del Toro tierno y romántico de El libro de la vida y La forma del agua y retoma la crudeza de los tiempos de guerra y cómo afecta esta a las personas, al igual que en El laberinto del fauno. Es una película que a pesar de su desarrollo irregular consigue remontar y hacerse justicia a sí misma gracias a su conclusión. No diría que es mi favorita del director, pero la forma en que muestra lo grotesco y sobre todo el tema que trata me hacen valorarla mucho, porque al final lo que refleja es el precio de perderse a uno mismo en busca del bienestar (que no la felicidad). Lo mejor: que el misterio y el horror se dividan entre lo falso fantástico y el cine negro, cómo va la involución de Stan Carlisle, toda la parte de la feria (en especial ese cuadernito con los secretos del mentalismo), la recreación súper mega ultra bien lograda de la época, más el paisaje (físico) que perfila el director (que nos deja una fotografía tétrica y noir con planazos como el de la habitación en llamas, por ejemplo) y el final, que para mí era clave para descubrir la moraleja y es lo que me ha acabado haciendo saltar a favor del largometraje. Lo peor: la segunda parte es más sosa que la primera y justo es la que más se estira, lo que me hace ver muy descompensada la otra. El psiquiátrico tiene cero atractivo en comparación con la feria. No me hubiese importado que la historia se centrase más en los engendros (ya, en teoría he dicho que así es, pero me refiero al engendro tal y como se describe en la trama, no como señala la moraleja) y, para acabar, el desarrollo de la gran mayoría de personajes resulta muy básico y superficial, aunque entiendo que no son el interés. Luego, como extra (esto no es negativo para mí, que conste, solo que puede decepcionar a quien vaya con una idea diferente a verla): aunque el título en inglés se traduzca literalmente como el «callejón de las pesadillas», no va en plan terrorífico a provocarte el susto. De hecho, lo que tiene son momentos incómodos que lo mismo harán que dejes las palomitas intactas (yo no lo hice porque fui a la hora de cenar y el hambre me insensibilizó completamente). Puntuación: oscilando en el 7,5 y el 8 (este es el mes de no decidirse, cachis).
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Agosto 2023
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