Post de Rosana Rábago y Naiara Salinas ¡Buenos días a todos! ¿Qué tal se han portado los Reyes con vosotros? ¡Esperamos que bien! Nosotras hemos robado los disfraces de pajes (por orden de Naiara) para regresar de nuestras vacaciones con fuerzas renovadas y un nuevo post. ¿Y qué mejor regalo que hablaros de una gran ficción que, tras más de un año, vuelve a nuestras pantallas? ¡Pues vamos allá! Siempre advirtiendo, claro, que este post puede contener SPOILERS. El capítulo comienza con un viaje en el tiempo, ya no estamos en el 2014. Nos trasladan hasta 1895, año en el que el caso de La novia abominable tuvo lugar. La novia abominable es una mujer inspirada un poco en la Novia Cadáver que se suicida pero que, contra todo pronóstico, se levanta de su tumba y vuelve para matar, en plan ángel (o demonio) vengador (¿no os recuerda a alguien? Si habéis respondido Moriarty, estáis en lo cierto). Y esa venganza la dirige contra su marido, vaya, que se queda con cara de pasmado al ver cómo su esposa recién fallecida le vuela la cabeza vestida con el traje de novia, para darle aún más dramatismo (un apunte: en el siglo XIX esto es muy normal. Ya lo hizo Charles Dickens en Grandes esperanzas también, con una mujer que revivía una y otra vez el día de su boda en plan tragedia). Antes de este caso, volvemos a ser testigos de cómo Sherlock Holmes y John Watson se conocen y, casualidades de la vida, es prácticamente igual a como lo hicieron en el 2014 (por si ya no nos acordábamos, qué majos. Algún guiño tenía que haber). Lejos de ser una casualidad, a medida que avanza el capítulo descubrimos que esto está íntimamente relacionado, ya que cuando pensamos que este especial de Navidad va a ser totalmente decimonónico, el guion pega un giro cojonudo y vuelve a dar un salto temporal al presente, justo donde dejamos a nuestro detective la pasada temporada tras enterarse de que Moriarty había vuelto. Pues por fin vemos lo que supone la noticia para Mr. Holmes, que muy bien no se lo toma. Es como si el pobre estuviera intentando explicar un truco de magia de Harry Potter, hasta el punto de que debe recurrir a la sobredosis para visitar su Palacio Mental y resolver un caso más antiguo que su abuelo mismo para, de esta forma, responder a la inquietante pregunta de por qué su archienemigo ha vuelto (la droga, que es muy mala). Y para esto, ¿qué mejor forma de hacerlo que leer el blog de Watson en el que el doctor va contando sus peripecias con el detective más famoso de la literatura? (¿Quién dijo nada de Arthur Conan Doyle? Watson forever, hasta en El secreto de la pirámide). Regresando al pasado, nuestra pareja de detectives favorita sigue intentando resolver el caso de la Abominable Novia Cadáver de las Nieves (¿queda bien este nombre? La investigación tiene lugar en invierno, y la novia es abominable, como el monstruo… Bueno, que sí, venga). Y cuando hay brujería de resurrección de por medio, nuestro Sheldon Holmes (bazinga, jeje) no tiene más remedio que recurrir… no a su enemigo, sino a su rival: su propio hermano, Mycroft (no confundir con Minecroft, el videojuego). Una cosa bien es cierta: tenemos la impresión de que el Sherlock del XIX deposita más confianza en Watson que el del XXI, tanta que hasta se piensa que conoce el lenguaje de signos para hablar con el portero (gran momento, sí, señor. Pero nunca dejéis que John os de clases del tema). Este capítulo, además, nos presenta una dicotomía muy interesante: el papel de la mujer en la sociedad. Así, podemos ver cómo en el siglo XIX, la mujer va despertando y va comenzando a pedir sus derechos como el de votar (aunque los hombres no las vean capaces, un poco como en esa peli que han sacado recientemente, Sufragistas), mientras que en el siglo XXI, Mary es la que controla el cotarro y es claramente la líder frente a John. No solo nos presenta esta situación de las mujeres buscando su lugar en el mundo, sino también a Mycroft como el que se da cuenta de que este enemigo es imbatible y, en lugar de enfrentarse a ellas, decide apostar jugando con su vida. En fin, se supone que todo esto es producto del Palacio Mental, así que… o bien son las drogas, o bien es que la imaginación de Holmes es más excéntricamente cruel de lo que pensábamos. Por último, este episodio hace gala una vez más de la peculiar y divertida relación de amistad que une a Sherlock y John, con el uno dispuesto a arriesgar su vida para ayudar al otro y defenderle. Lo que a vista de Moriarty es injusto, pero nosotras nos preguntamos: ¿no será esta la razón de que Sherlock logre sobrevivir mientras que el villano Moriarty está destinado a morir? Al final Holmes encuentra la ansiada explicación enrevesada que buscaba (tan enrevesada que nos la guardamos para nosotras) y vuelve a demostrarnos que ni la muerte tiene secretos para él y que hasta un fantasma debe apoyarse en los recursos de la realidad para regresar al mundo de los vivos (para que quede claro, la novia sí muere. Solo que lo hace después de asesinar al marido, para no levantar sospechas en la morgue. Todo estaba muy meticulosamente pensado). Y, como buen “drama queen”, el Sherlock de 1895 se da cuenta de que eso no es real y decide salir de allí como a él le gusta, es decir, tirándose al vacío. Por lo tanto, nosotras calificamos este episodio como uno de los mejores. No solo por trasladarnos a 1895 (un año con mucha simbología en el universo creado por Arthur Conan Doyle y sus posteriores versiones), sino por mostrarnos también dos cosas muy valiosas en esta vida: la importancia de la amistad y el valor de las mujeres en la sociedad. ¡Bien hecho, Sherlock!
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