Post de Naiara Salinas "Porque trata sobre la Guerra de Independencia de Estados Unidos, cuando los norteamericanos se rebelaron contra el yugo inglés, Naia, obvio". Aparte, quiero decir (antes de que alguno me salte con esa respuesta a lo badum tss). Hace ya una semana y cinco días que disfruté de este musical sorteando la anulación de la prueba gratuita de Disney Plus (malditos cab******). Un musical cuya escenografía alimentaba mi curiosidad tras haber escuchado unas pocas canciones de la banda sonora el año pasado, cuyo dominio del hip hop es innegable. Con un libreto escrito, o más bien compuesto (dado que, como en Los miserables, el 99% de la obra es cantada), por Lin-Manuel Miranda a raíz de una biografía sobre uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, el telón se abre durante casi tres horas para mostrar todo un espectáculo que no solo homenajea la historia americana, sino también su presente inclusivo. Pero mejor repasemos en detalle cada punto. 1. Gloria al musical puramente musical... en formato cine Una vez estrechada la mano con el magnate de Hollywood, el emperador Disney, Miranda lo tenía muy sencillo para vender los derechos de su obra y obtener una película a gran escala, rollo Los miserables, West Side Story... Supongo que no lo hizo porque ya tiene In the Heights por estrenar (traducida como En un barrio de Nueva York. A mí no me miréis, yo no he sido) y porque por su equipo técnico y su reparto originales MA-TA. Eso significa que quien quiera catar lo que contiene la plataforma se encontrará con una representación teatral pura, incluyendo su intervalo para ir al baño o a por la cena (aprovechad, que pocas tienen eso. Nótese, además, que este post está publicado en la sección de All Theatre y no en All Cinema). Al mismo tiempo, sin embargo, es una representación con créditos finales (posiblemente lo más curioso), montada con el ojo cinematográfico que tan hábilmente sabe cuándo saltar de planos generales a primeros, por lo que la experiencia visual sin duda se ve más enriquecida que desde la butaca de Broadway (las maravillas del teatro en una pantalla). Haciendo acopio de ese lenguaje cinematográfico, nada más pasar los primeros veinte minutos se empieza a comprender el refrenamiento de Lin-Manuel al adaptar el libreto a un guion hecho y derecho, dado que no solo la musicalidad y las transiciones tan perfectamente coreografiadas dificultarían el proceso, sino que además perdería parte de su encanto, ya que la escenografía está tan bien cuidada y se vale de unas técnicas y unos recursos tan armónicos como avispadamente fugaces..., que a uno apenas le queda aire para gritar: "¡Corten!" El plan original de Miranda no era llevar a escena estas canciones, que a priori componían un álbum conceptual, lo que puede justificar el 99% de lo que sucede entorno al telón. El hecho de que la estructura de Hamilton se asemeje más a un concierto a gran escala de dos actos como los de la Film Symphony Orchestra, donde la música no se detiene hasta el intervalo, es algo que, tras la experiencia de Los miserables y Cats, agotaría al espectador medio de una película, sobre todo al que recela de este (sub)género (es más, la duración de esta filmación, sumada a esos factores, vale como prueba de que a lo mejor, dependiendo del ánimo y las ganas con las que se le de al play, es necesario parar más de una vez para descansar de tanta canción seguida). Para el resto de cinéfilos del mundo, no digo que sea imposible (enseguida comentaré por qué), pero por ahora es mejor conocer este musical como lo que es y disfrutar de cada número sobre el escenario. Además, pocas veces tenemos el gusto de introducirnos en el Broadway más puro, donde antes se canta de lo que se habla. 2. Una banda sonora con voz propia Hablando de canciones, en esta obra la música es el libreto, por lo que para seguir la historia es recomendable activar los subtítulos, ya que, al contrario que en los títulos cinematográficos, no encontraremos doblaje alguno, sino que el musical nos ha llegado en su lengua madre y el rap muchas veces dificulta el seguimiento de la trama, por no hablar de las bromas a menudo coladas sutilmente. Esos subtítulos son un regalazo para los no angloparlantes, ya que tenemos la oportunidad de acceder mejor a la totalidad narrativa. En directo posiblemente hubiésemos entendido más por el contexto que por las palabras. Ese conjunto sonoro relata de forma resumida (aunque no lo parezca) la vida de Alexander Hamilton, un economista, estadista, político, escritor, abogado y el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos que firmó y promovió la Declaración de Independencia junto a sus compañeros tras ganar la guerra contra el Imperio Británico. Su presentación nada más entonar la primera canción es digna de Kvothe en la sinopsis de El nombre del viento: un personaje ilustre que ha vivido de todo, aunque al principio insiste mucho en el "Just you wait, just you wait"... No, este libreto no conoce el odio por los spoilers, como buen manifiesto histórico. Veremos cómo un joven Alexander huérfano llega a Nueva York para estudiar Derecho y conoce a los que en el futuro serán sus aliados y/o enemigos: Aaron Burr, John Laurens, Hercules Mulligan y Marqués de Lafayette, a la par que se enamora en plena revolución de la hija mediana de los Schuyler, Elizabeth (Eliza para los amigos), rompe el corazón a la hermana mayor de esta, Angelica, y, con ambición, se une a George Washington y escala puestos hasta acabar en la política y los enfrentamientos posteriores (él, como tantos otros de su clase, tenía sus vicios) que concluirán con su muerte. El salseo está servido. La adaptación biográfica se ve repleta de fidelidad y sin incongruencias llamativas; es más, a veces es tan verosímil que resulta pedante en el discurso político, pero el libreto busca cierta sátira para con el bando enemigo, en la caracterización burlesca de un rey Jorge III (interpretado aquí por Jonathan Groff, que se mantuvo en el papel durante todo 2015) con su pluma y un tema cómico. Las canciones dotan de alma a la historia y navegan por los conflictos internos de los personajes. No es una revisión de lo conocido, porque no se cambia nada, pero sí una reflexión desde el corazón para la que el tema "Who lives, who dies, who tells your story" es la conclusión perfecta. Llegados a este punto, es precisamente todo lo que envuelve al estilo musical lo que sitúa esta representación entre las más originales, teniendo en cuenta que retrata una época donde la música clásica era la dominante (pero para hablar de la parte más técnica ya está el imprescindible análisis de Altozano). A través de estas notas y demás recursos, Lin-Manuel Miranda dota de enorme personalidad al texto y se lo lleva a su terreno, en el cual enlaza dos tiempos muy distintos que se reconocen como uno por la ubicación, gracias al beatbox de las calles de Harlem, Nueva York (ciudad donde transcurre buena parte de la trama), más el pop, el R&B y el soul que identifican la etnia del reparto y simbolizan, de algún modo, la rabia existente entre los personajes, su dualismo y su necesidad de hacerse oír. Es decir, temas o situaciones que continúan a día de hoy (otra lección de que el tiempo es una rueda y nos devuelve al pasado cuando menos lo esperamos). Llamativo es también que al usar estos géneros musicales el autor humaniza a la élite, dado que el hip hop pertenece al pueblo, a las clases más bajas que se servían del baile y el rap para expresarse en tiempos de injusticia y escasez de derechos, rasgos que identificaban a la Norteamérica de esa época, por lo que los padres fundadores se convirtieron en unos justicieros para ellos. Aparte, su presencia incluye un componente social más importante aún... 3. Un reparto inclusivo reivindicativo Si creíais que lo de la Hermione de color era un salto de las normas brutal... ¿qué me decís de unos líderes del siglo XVIII afroamericanos o latinos? Lo genial del teatro es que las reglas de caracterización poco importan en comparación con el cine (cosa que, salvando el carácter documental del séptimo arte durante el siglo XIX, no entiendo). Gracias al factor imaginativo y de entretenimiento con el que cuenta desde el principio (aunque en esta obra poco hay que imaginar, por suerte), es un mundo mucho más abierto y con menos directrices en este aspecto. Así pues, Miranda no solo se vale de géneros musicales impropios de semejante contexto histórico, sino que su labor de enlazamiento con el presente prosigue con un equipo integrado casi enteramente por afroamericanos y latinos nacidos o criados en Estados Unidos. Los únicos personajes blancos son el rey, algún bailarín y el pregón, y eso ya añade otra interpretación: la nación de América es interracial por narices. Y son esas razas de color las que deben procurar su libertad y sus derechos, para verse con igualdad ante los que en su día fueron opresores. La revolución no solo fue por estadounidenses blancos para estadounidenses blancos: los esclavos también se alzaron en armas y contribuyeron a esa liberación. Por ello en el fondo el reparto no puede desligarse de la música, ni viceversa, ya que todos esos estilos y géneros nacieron dentro de estos colectivos y son parte de la identidad norteamericana. Es más, es lo que diferencia a Estados Unidos frente a otros países, incluido Reino Unido, que debe su versatilidad a esta conexión y a la inmigración, que también aparece en la historia. Miranda lanza una llamada al público sobre esta realidad y su libreto se convierte en otro justiciero. 4. Un escenario a medida de este maremágnum Ya que insisto en esto de las técnicas, dediquémosles también un espacio. Porque, si bien he comentado que el musical sobre el escenario juega muy bien sus tablas, antes de verlo, sobre todo teniendo en cuenta las recreaciones de otros youtubers como Working with Lemons, me cuestioné el cómo. Y es que el libreto, a pesar de estar musicalizado, continúa jugando con los recursos literarios (las medidas líricas son los más evidentes, pero también hay mucha metáfora, mucho epíteto, etc.). Uno de ellos afecta a la estructura, y es que no solo hay elipsis entre los dos actos, sino que el tiempo no siempre es lineal. Se introducen flashbacks en medio de la acción y las canciones poseen un remix que genera un ritmo que puede parecer difícil de coreografiar sin ayuda de un efecto visual (el clásico "rebobinar"). ¿Cómo se resuelve? Con un escenario giratorio como el de Harry Potter y el legado maldito que permite todo tipo de transiciones y manierismos, lo cual facilita que el rebobinado propio del cine pueda adaptarse:
El teatro ha ido creciendo en sus técnicas y no está escaso de ideas. Desde tiempos remotos se las lleva ingeniando para ofrecer este tipo de saltos que afectan al aspecto de los personajes y al atrezzo que los acompaña. Si los magos efectuaban sus trucos sobre el escenario, los técnicos de sonido, luces y demás son herederos de su sabiduría. En lo que se refiere a Hamilton, musical dinámico como él solo, todo lo que rodea a los actores está cuidadosamente pensado para el reciclaje, optando por ambientes más generales como unos tablones y unas escaleras con pasillo de primer piso que representan a una taberna, a una casa o a un edificio oficial. Ese atrezzo se integra tan bien en la escena que apoya las coreografías, como cuando un personaje tiene que mandar un mensaje a otro y los que representan a los mensajeros se van pasando el papelito hasta que llega al otro extremo, donde aparece el receptor. De todas formas, no es un escenario tan minimalista, sino que se va adaptando entre escenas, muchas veces movido por los propios actores mientras bailan. Y en lo que se refiere al juego de luces, el teatro ya contaba con su propio lenguaje y poca novedad ofrece este aquí. Cuando la escena es un recuerdo, la iluminación tiende a oscurecerse y el escenario se despeja, mientras el foco se sitúa exclusivamente sobre los protagonistas del momento. Es cuestión de quién dirige la perspectiva. 5. Otro acceso al conocimiento Por último, no solo de naciones, libertad y familia va esta obra, que también posee un componente cultural de gran valor al acercar múltiples figuras importantes a todo el público, tenga el nivel cultural que tenga. Se trata realmente de un homenaje a la historia estadounidense, realizado desde el respeto más profundo, como se percibe en las enseñanzas que nos deja el protagonista, incluso si es en una "batalla de gallos". Se trata de una educación más cañera que la que otorga un libro de texto. Lin-Manuel es un artista y aquí se convierte además en historiador y ensalzador del aprendizaje. Una de las frases más icónicas de Hamilton, de hecho, es: "Hay aproximadamente 1.010.300 palabras en la lengua inglesa, pero nunca podría juntar suficientes para explicarte con propiedad cuánto deseo golpearte con una silla" (dirigida a Thomas Jefferson. El hombre es que hasta insultaba con clase). Por tanto, Hamilton es uno de los musicales más completos en cuanto a narración y realización. Su apuesta y su condensación casi perfecta de ingredientes lo convierten en un entretenimiento de nivel muy alto, sobre todo en cuanto a la banda sonora, que es de las más espectaculares que he escuchado en la vida. Pero además culturalmente no se queda atrás y consigue que buena parte de la población pueda afrontar con más ánimo su próximo examen de Historia. El dinamismo que aporta en sus movimientos concede ideas para el guionista de turno que se atreva a afrontarlo, aunque teniendo en cuenta que su magia está presente en cada elemento escenográfico. Dicho de otra forma, ¿lo veo como película? Sí... si se añade un poco más de diálogo hablado, ya que de lo contrario los cortes entre escenas podrían romper la armonía musical. Entre mis pegas está la falta de subtítulos en castellano en el momento de su estreno debido a las prisas de Disney por emitirlo durante el confinamiento, más una duración que aletarga un poco el visionado en horas muy tardías (mi primer error). Pero al apuntar esto no rebajo el trabajo ni del equipo ni del reparto, que están increíbles. ¡Aplausos y rosas en 5D para ellos!
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Marzo 2023
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