Post de Naiara Salinas En alguna etapa de mi carrera universitaria, oí un silbido en la distancia. Durante un instante, la calle enmudeció, abriendo paso poco a poco a una colecta de chasquidos de los que no desintegraban a media población (por suerte), pero sí iban clamando por su espacio. Una orquesta comenzó a seguir esos chasquidos cual cortometraje de Fantasía y, entonces, me vi acompañando al rebaño hasta su batalla campal de baile. Y supe que me habían cautivado. West Side Story es uno de esos musicales que pueden considerarse obra de arte en todos los aspectos, con un estilo bastante pionero en aquellos maravillosos años 60, una banda sonora súper clásica y rompedora al mismo tiempo, una buena sacudida de instrumentos de viento y percusión para reflejar la guerra entre dos comunidades. Hablar por segunda vez en este blog de este tesoro durante el mes del teatro (que este año también es el mes de los Oscars) es cuanto menos poético, pues no es ningún secreto la inspiración shakesperiana en Romeo y Julieta. A pesar de que nos encontramos en la era de la nostalgia, hay que tenerlos bien puestos para agarrar una producción como esta y creer que se puede volver a convertir en algo rompedor. Steven Spielberg (alabado sea) no es precisamente la clase de director que consideraría como tal; es más, para mucha gente (de mi generación y para arriba sobre todo) es la expresión humana de la nostalgia. Pero justo porque es humano, porque siempre quiso dirigir un musical y porque es el fucking Spielberg, nadie mejor que él para desenterrar a lo Indiana Jones este diamante en bruto y terminar de pulirlo. Porque los buenos directores pulen y otorgan más brillo, si cabe. Revitalizarse o morir Algo que me parece muy bello de este remake es cómo sucede tan en paralelo a la historia de Tony, un personaje de gran reputación en su banda al que la vida terminó poniendo en su sitio. El viaje de este mozo se enfoca a una vida sin violencia, tranquila, rehecha, un futuro más luminoso sin guerras. El Tony que vemos al comienzo de West Side Story es un Tony en pleno proceso de cambio cuya veleta de pronto gira hacia María, su nueva luz. Y eso es precisamente lo que Spielberg aporta: más luz. La historia es la misma (incluido el final. Lo siento), pero el lenguaje, muy distinto. Spielberg rescata la historia de estos jóvenes inconformistas, revolucionarios, ilusionados y desengañados para dirigirse a una generación ensoñadora, una generación con ganas de redescubrirse o de reencontrarse, razón por la que los planes de futuro y lo que da sentido a la vida adquieren importancia por encima de una relación que pelea todo lo que puede por ser una realidad. Es un cambio sutil porque en verdad mucho de lo que comento también estaba en la original, pero se puede observar en el eco sentimental que desprenden los discursos de reivindicación de Riff, Anita, etc.; en la inclusión de un personaje trans con cuerpo de chica pero espíritu varonil que desea pertenecer a los Jets. O en el matrimonio interracial que sirve de modelo a Tony cuando decide apostar por María y él. No se trata de un mero «Te quiero, te amo, huye conmigo» o un «Lucharé por mi honor y el de toda mi gente». El enfrentamiento sigue estando ahí, pero gana en trasfondo al ganar en contextualización. Personajes como Riff se ven muy enriquecidos al darle una vuelta a su conflicto, ya que los irlandeses, en este contexto, son tan humildes y desgraciados como los puertorriqueños y simplemente no soportan que les pisen el terreno mientras luchan por salir adelante con lo poco que tienen. Puerto Rico, los Sharks, se expanden por la ciudad y los otros no pueden quedarse de brazos cruzados cuando la vida ya les ha quitado tanto, sin saber que en verdad son un reflejo de lo que los Sharks viven cada día con la población neoyorkina, que permite su presencia «con condiciones». ¿Qué sucede? Que esta perspectiva hace más cuestionable la rivalidad y lanza una crítica sobre las guerrillas en general, organizadas en el fondo por unos victimistas llenos de ego que por no dejarse pisotear, pisotean con más ganas. La guerra es un sinsentido que solo conduce a la fatalidad, y el fuego cruzado pilla en medio a la pareja protagonista. Para mí la película deja dos moralejas: una ya la he resumido en el título de este apartado y tiene que ver con lo referente a la segunda oportunidad que recibe uno de esos chicos violentos para salir de ese camino fatal y tener un futuro. Tony y María no están dispuestos a hacer limonada con lo que la vida les ha dado y solo se tienen a ellos para nadar contra la corriente y alejarse de esa marea de odio que no hace más que arrastrarles y forzar el enfrentamiento. Creen en un destino mejor, más esperanzador y feliz, aunque no sea fácil. Saben que la otra opción solo puede tener un final. La segunda moraleja, de hecho, tiene que ver más con esta consecuencia, cuando los sentimientos negativos son más fuertes que los positivos. El clímax es desgarrador y el discurso final de María te deja con una mano en el pecho en las dos versiones. Ejecución ilustre Esta siempre ha sido una película potente, con algunos de los mejores números coreográficos de la historia de los musicales y una fotografía muy llamativa, con una relación de colores súper simbólica. La nueva versión respeta todo eso pero lo lleva a su terreno y por eso resulta tan magistral. Ni qué decir la experiencia tan GOZOSA que fue ver ese espectáculo en pantalla grande aquella Nochebuena de 2021 que ya queda tan atrás, guau. Spielberg aplica su maestría sobre este formato en el que, insisto, es un novato... como si se hubiera entrenado toda la vida para ello. Lo que el espectador ve es un conjunto de trucos que el director ha adquirido durante su carrera y que culminan con una West Side Story cinematográficamente más compleja pero igual de rítmica. Está llena de homenajes y ecos a la versión de 1961 (esa apertura tan legendaria, sin ir más lejos), pero los acopla a la moda presente. Esos números tan icónicos se desplazan por una Nueva York que adquiere más protagonismo con respecto al clásico: es una ciudad llena de iluminación y movimiento que luce muchísimo más sus exteriores, ya que los personajes no se quedan anclados en un espacio, sino que la van recorriendo conforme bailan y cantan. Volviendo a lo de los colores, el vestuario continúa marcando los dos bandos excelentemente, pero en general emplea tonos menos fuertes, los suaviza. Los Jets siguen siendo más de azules y los Sharks, de naranjas, pero ambos llegan a emplear el blanco y los marrones, en alusión a esa equiparación que ninguno quiere reconocer. Por supuesto, hay aspectos donde la clásica sigue jugando con ventaja, sobre todo en lo concerniente a la energía con la que se interpretan números como el de «América», «I feel pretty» y «Mambo» (que son mis favoritos, ya lo dije en 2017). Ahí, la versión de 1961 continúa siendo imbatible, pero abrazo cómo Spielberg filma algunos. Perdemos el vals entre Tony y María, lo cual es una pena pero le da más realismo a su primer encuentro (o, al menos, lo actualiza y lo vuelve más corriente, tal y como ligaríamos en una discoteca. Lo del vals es bonito pero, siendo honesta, no creo que llegue a vivir eso nunca estando de fiesta). Otros cambios técnicos afectan a las letras de las canciones (de nuevo, me quedo con 1961). Una mejoría, sin duda, es el reparto. Me he quedado mucho más contenta con las interpretaciones nuevas, que rinden mogollón en su forma de acercar los personajes al público (bueno, Bernardo sí creo que fue mejor en el 61). Al tener secundarios menos planos y mayor variedad es más fácil empatizar. Dentro de este reparto, Rachel Zegler, Ariana DeBose y Mike Faist (qué poquito se está hablando de él, cachis) ponen la fuerza. Son personajes muy distintos entre sí pero manejados con mucho corazón y buenos exponentes de todo lo que he desarrollado en el apartado anterior. Aparte, lo de los acentos más marcados es un detallazo. Desconozco la nacionalidad real de los puertorriqueños de 1961, pero es un gusto que en 2021 hayan contado con actores latinos. And the winner is... Me da mucha rabia tener que escoger porque el clásico es muy suyo y sentó la base de muchos musicales posteriores, incluido este, cómo no. Yo lo declararía en empate tranquilamente, pero también quiero felicitar a Steven por devolverme el musical de una forma tan refrescante que me ha dejado en cero aburrimiento. Lo ha tratado con el mayor amor posible, tiene una resolución muy digna y, aunque aún creo que esta historia de amor se desarrolla demasiado deprisa (jóvenes decidiendo fugarse juntos a un día de conocerse. Majaris, qué diría Elsa de Frozen), me ha gustado conocer más el pasado de esta gente. Visualmente también es más bonita, más detallista. Todo su simbolismo, temática y mensaje prevalecen, así que me quedo con 2021. ¿Ya vosotros qué versión os ha gustado más?
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Marzo 2022
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