Post de Naiara Salinas Halloween ya ha pasado, pero su esencia prevalece. En materia tan terrorífica parece alieno hablar de amor, pero lo cierto es que muchas historias de terror se forjan en él. Es una de las caras de la moneda: no puede haber miedo, pesambre y horror sin un contrapunto, una fuerza positiva que para el Mal será antagónica. Directores como Juan Antonio Bayona, Guillermo del Toro y Andy Muschietti lo saben muy bien. Sin embargo, luego tenemos a Alfred Hitchcock, quien sentía predilección por las novelas plagadas de misterio en torno a un culebrón, en el que la mujer era una parte vital, cuando no protagonista. La señora De Winter, Charlotte Newton, Marion Crane... Un séquito más que legendario para esta leyenda, todas víctimas de la oscuridad de un mundo no fabricado para ellas. Precisamente es en la primera en la que quería centrarme, con motivo del estreno la semana pasada de la nueva Rebecca en Netflix. Y porque hablar en este caso de una sola versión es aburrido, me he inventado una nueva sección que se augura como longeva gracias a la moda cinematográfica actual. "Anoche soñé que volvía a Manderley"... ¿Es Rebecca una película con un tenebrismo apabullante, unos efectos sonoros impactantes para el oído y una dosis de misterio con un final inesperado? Sí. ¿Es también una historia de amor, un proceso de redención con el pasado y un golpe de realidad para las jóvenes idealistas? Obviamente. Habiendo leído la novela mil años atrás, tenía tan vago recuerdo que ver estas dos adaptaciones fue casi un viaje de cero. Salvando las diferencias, diría que ambas adaptan con bastante fidelidad el clásico de Daphne Du Maurier en el que una joven deja su vida al casarse con Maxim de Winter, heredero de una mansión llamada Manderley y viudo de una mujer llamada Rebecca, cuyo fantasma todavía impregna las paredes de los muros, hasta el punto de que la recién casada sentirá cómo su ser se va empequeñeciendo. Todo metafóricamente, por supuesto. Hay algo en lo que la cinta de Hitchcock triunfa por encima del remake: el ambiente. Huelga decir que cuando rodó este largometraje ya era un director consumado en el cine mudo. Este fue su primer trabajo en Estados Unidos y, a pesar del control impuesto por David O. Selznick (productor conocido también por Lo que el viento se llevó), contiene muchos elementos que hacen a Hitchcock un maestro de la filmación y el montaje audiovisual, es decir, narrador con imágenes. No era un director que se limitase a adaptar un guion, que a su vez partía de un texto literario: también era un artista de las metáforas, un magnífico intérprete del lenguaje, hasta el punto de ser capaz de traducir un texto a su ámbito. Su Rebecca logra inquietar por encima de la versión de 2020 cuando no hay diálogos. Cierto es que el blanco y negro de los fotogramas contribuye a dotar de goticismo al filme entero, pero hay algo que provoca todavía más malestar en el espectador: lo lejos que se sitúa la cámara en las escenas mudas que evocan la soledad y el impotente encogimiento de la protagonista que ha ido a parar a un mundo demasiado enorme para ella. La señora De Winter es tan insignificante que ni siquiera conocemos su nombre de pila, mientras que el de Rebecca es mencionado continuamente como un eco que se queda atrapado en el hogar y nunca se desvanece, lo que hace de Manderley una prisión ingente para la memoria de sus habitantes, cárcel sobre la que ni siquiera Max tiene poder alguno, si acaso es el prisionero más atormentado. Hitchcock quiere convertirnos en testigos de este thriller melodramático y, más específicamente, quiere que lo veamos con sus ojos. La cámara, como casi siempre en manos de un buen cineasta, es la que ejerce ese rol, así pues, y mientras contemplamos la película oímos al hombre murmurar en nuestra cabecita: "¿Ves lo mal que lo está pasando la pobre? ¿Ves lo emocionada que está? ¿No crees que todo esto es muy opresivo? Porque yo sí". No solo se vale de esa técnica: no faltan sus contraplanos, sus contrapicados y cenitales, golpes de efecto sonoro y primeros planos que se convierten en primerísimos para mostrar una reacción más impactada en los personajes... Rebecca, en esta versión, no necesita hacerse presente para que la sintamos en todas partes y, de hecho, nunca lo hace, ni siquiera en la revelación del gran misterio. Es una obsesión, pero está muerta, no puede hacer más daño. ¿O sí? Mientras tanto, Ben Wheatley realiza todo lo contrario y se decanta por un tipo de experiencia inmersiva irónicamente más clásica. No se centra en el espacio, sino en la mente, que va degradando hasta el punto de hacer parecer a casi todos sus personajes unos dementes, en especial a la pobre señora De Winter, con pesadillas día sí y noche también, mientras que a Max lo vuelve sonámbulo. Wheatley no quería imitar a Hitchcock en nada y eso se nota desde el momento en que del inicio nocturno con la famosa frase "Anoche soñé que volvía a Manderley" pasamos a un sueño diurno que no provoca más que evocación, pero cero mal rollo. El problema es que la adaptación de 1940 ya contenía un nivel de autoría enorme. Parece ser que, a riesgo de creerse grandilocuente, la versión de 2020 no solo ha desquitado todo lo que Hitchcock produjo en su día, sino también la propia firma personal que pudiera haber tenido. Se queda en el thriller melodramático y en lo que es la novela. No obstante, sí contiene una decisión técnica muy satisfactoria, que tiene que ver con el aprovechamiento del color, la diferencia más visible con respecto al clásico. Es muy llamativo, por ejemplo, cómo toda la vieja habitación de Rebecca está elaborada con colores muy fríos que acentúan el halo fantasmagórico, ya que es el único lugar de toda la mansión que se presenta tal cual. La visión del amor del maestro del terror Otro de los aspectos en los que se cuida mucho la cinta del 40 es el perfil de la protagonista, en el sentido de que se esfuerza por mostrarla como totalmente opuesta a Rebecca, es decir, un alma inocente, dulce, joven, que se entrega por completo a Max. La señora De Winter es un personaje con moralidad muy alta y cierta inseguridad fuera de su zona de confort a la que le cuesta hacerse con el testigo de la fallecida. No es que la versión actual no muestre ese rasgo también, pero la interpretación de Lily James se va oscureciendo conforme avanza la trama, mientras que la de Joan Fontaine predica sus principios a menudo y diría que al final se mantiene fiel a su esencia, lo que sucede no la corrompe del todo. Esta versión logra unirla a Max de una forma que en 2020 no llega a ocurrir, ya que, por muchos secretos que tenga el hombre, pocos arrebatos de cólera se trae en 1940. También es un esposo mucho más cercano que el pintado por Armie Hammer, que tan pronto como llega a Manderley con Lily se distancia de todo y se vuelve un ser irreconocible. Ello me lleva a suponer que para Hitchcock es más importante el sentimentalismo, que se vea que Max acepta a su nueva esposa y, sobre todo, la segunda oportunidad que le ofrece la vida. Otra señal que me lleva a esta interpretación es cómo se revela el gran misterio, en boca de Max en una versión..., pero con las pruebas tangibles en otra. No es lo mismo que alguien te cuente su historia que el que la descubras como todo el mundo. Si tuvierais que apostar por una pareja, ¿no elegiríais a aquella en la que el hombre se confiesa desde el principio? Rebecca es una batalla entre dos tipos de amor: el auténtico y el falso. Hitchcock pone mucho hincapié en lo que sería un matrimonio idílico basado en el respeto, el apoyo y la sinceridad, por lo que su Rebecca queda menos idealizada de lo que en la versión de 2020, que consigue que sea Lily James quien se mimetice con ella en lugar de defender su propia personalidad. En general, todos los personajes pasan por el mismo proceso de "endulzamiento" en manos de Hitchcock, con la excepción del primo de Rebecca, Favell, que es peor que en la versión actual. Hasta la señora Van Hopper reacciona un poco más amablemente cuando descubre el romance entre su protegida y Max. Pero si con Wheatley los personajes son más frívolos y secos no es sino una obediencia al punto de vista adoptado por el cineasta, que ha decidido poner toda la oscuridad de la historia en ellos, su personalidad, sus formas, su lenguaje... La diferencia entre ambas formas de concebir el terror salta bastante a la luz con el final, a mi modo de ver mucho más impactante en la versión de Hitchcock que en la de Wheatley, incluyendo la forma de acabar con x personaje. And the winner is... Hitchcock, sin lugar a dudas. Ver primero la versión de Netflix me sirvió para recordar la historia, pero ya está. No fue una mala experiencia, pero también acabé un poco aburrida hacia el final (aunque la trama para mi gusto se alarga en ambas versiones, así que supongo que la culpa ahí la tiene el libro). Wheatley juega bien con los personajes, eso hay que concedérselo; maneja la psicología de forma notable y le otorga a Favell una filosofía nueva que lo mejora, aparte de contar con un reparto bastante guay (Lily como la señora De Winter encaja muy bien. Llega un momento en que su versión se distancia de las demás). También emplea algún símbolo que, para la cola de adaptaciones de este clásico, podemos considerar como idea únicamente suya, como los espejos. Pero por lo demás repite lo que muchos otros han hecho a lo largo de la historia. El problema no es la interpretación ni los aspectos técnicos, sino su dirección, que no destaca más que en lo que acabo de comentar. No es un guion vacío, pero tampoco pleno, y a veces se pasa con el dramatismo. Más pasión no quiere decir más miedo (es algo que los directores del género suelen olvidar con facilidad a veces). Por curiosidad, existe una miniserie de los 90 que no he colado aquí porque no la visto y porque quería centrarme más en Hitchcock. ¿Cuál es vuestra favorita?
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Marzo 2022
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