Post de Amarás el CineSomos mucho/as los que amamos con los ojos cerrados a Lola Herrera y puede ser que cuando opinamos sobre algunos de sus trabajos se nos vea el plumero y que la objetividad desaparezca. Sin embargo, es algo que, en realidad, no me preocupa en absoluto en cuanto a esta obra porque la mires por donde la mires, seas fan o no de Lola Herrera, seguramente serás de ese 90% de espectadores que quedarán maravillados. Lola Herrera en Cinco horas con Mario no hace un papel cualquiera. Es un complicado ejercicio de interpretación con un personaje al que ella misma, según he leído en varias ocasiones, le tiene un especial afecto. Digo esto porque, como ya sabréis, no es la primera vez que esta actriz representa a Carmen Sotillo, mujer con moral y ética propios de la época (1966), con un marido libre pensador. Una combinación que Delibes supo aprovechar para hablar de política, educación, economía, sexualidad y otras cuestiones sociales acontecidas durante la dictadura en España. Todas estas cuestiones se relatan a través del personaje de Carmen, durante un intenso monólogo que va desde la nostalgia al reproche, junto al cuerpo velado de su marido recientemente fallecido. En un escenario con una actriz, Lola Herrera, unas pocas sillas y un ataúd sentiremos con fuerza cada palabra y cada mensaje. Un trabajo enorme de interpretación, de dirección y de adaptación de texto. Un trabajo que aumenta de nivel, según los que han tenido la oportunidad de comparar los tres momentos de esta obra; porque sí, Cinco horas con Mario es la tercera vez que se representa a lo largo de bastantes años con la misma actriz y la misma dirección. De ahí que esta obra tenga corazón propio y que haga que el público rompa en aplausos nada más terminar la obra.
¡Larga vida al teatro y que viva la cultura!
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Post de Naiara Salinas Comentábamos en el debate la gran capacidad del teatro de no agotar sus obras nunca a través de nuevos enfoques. Pues esa cualidad es la que estuvo presente en la enésima adaptación de La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, que es, lo voy a confesar, mi obra favorita de todos los tiempos desde que yo misma la descubriera en Literatura Universal en 4º de E.S.O..., donde la representé (fui Cecily, uiii). La adaptación corrió a cargo de los chicos de Mutis por el Foro, grupo de teatro universitario de Navarra encargados del 90% de las producciones anuales de este ámbito. Ni qué decir el absoluto goce que fue poder disfrutarla desde la segunda fila, sobre todo teniendo en cuenta que, aunque es mi obra favorita, no la he visto sobre el escenario más que dos veces, contando esta (La vida es sueño se lleva el premio en ese aspecto). Una de las peculiaridades de esta representación fue su juego lingüístico. Representar el humor negro británico-irlandés de Wilde no es sencillo. Se puede hacer más refinado o más histriónico, y este último fue el tono adoptado por estos jóvenes actores, que llevaron la comedia a un nuevo grado de sarcasmo con recursos tales como:
Y es que como buena filóloga, una no accede al arte sin leer entre líneas. Aunque lo bueno que tiene este dramaturgo al que admiro años luz por encima de Shakespeare es que sus diálogos tienden a ser directamente mordaces, cargados de todo el cinismo y toda la sátira sobre la sociedad inglesa en particular y el mundo en general. Ideas sobre el matrimonio, la familia, el decoro y otras normas presentes en la Inglaterra del XIX son puestas en juicio en esta pionera de las parodias tal y como se conciben hoy en día. Pero como en todo, un mensaje queda de fondo y en este caso es la honestidad. En el argumento de La importancia de llamarse Ernesto, para quien no esté familiarizado, Jack Worthing es un huérfano criado en el campo por un lord inglés que, para eludir la responsabilidad que cae sobre su pupila, Cecily (hija del lord), decide inventarse un hermano llamado Ernesto (u Honesto) que vive la vida loca en Londres y al que tiene que ir a socorrer de todos sus líos. Cuando durante una visita en la capital a su gran amigo Algernon le acaba confesando la verdad, este decide aprovecharse y usar el personaje de Ernesto para encandilar a la joven Cecily. En buen lío se meterán estos hombres cuando los amores de sus vidas (Gwendolyn Bracknell en el caso de Jack) quieran casarse con un Ernesto Worthing que no existe. Tratándose de una historia donde los protagonistas no hacen más que mentir (entre ellos, a sus familias y a sus amores), ni mucho me tengo que explayar sobre el papel de la honestidad aquí, la clave para solucionar el lío (literalmente un lío, porque la trama se desarrolla cual comedia de enredo), aparte de tener una conexión etimológica con el nombre Ernesto que por primera vez he visto expuesta sobre tablas cuando ni siquiera me la había explicado un profesor, por mucho que yo la intuyera. Dicho esto, la obra adquiere un tono no solo mucho más fresco, sino más ilustrador para los jóvenes de hoy en día, que la recibirán con los brazos abiertos. La actualización del libreto a los tiempos contemporáneos funciona, y el histrionismo de los protagonistas masculinos acentúa la risa y aporta apoyo al ritmo de una obra extensa en colaboración con los criados, que tan pronto están sirviendo, haciendo gracias y poniendo acentos como trabajando de estatuas (real XD). El vozarrón de Lady Bracknell como aristócrata escandalizada y severa es lo que más convence entre el reparto femenino. Si bien lo que más pongo en duda es la visión aniñada de Cecily (y no por mí, que conste), la química en todo el reparto es palpable, fruto de arduos ensayos donde además de aprenderse diálogos y monólogos rimbombantes, han tenido que interiorizar esa rimbombancia para lograr una interpretación de lo más creíble y natural. Así que un aplauso grandilocuentemente magnánimo a esta producción, que nos ha descubierto el secreto y la importancia de ser honesto. |
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Marzo 2023
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