Post de Naiara Salinas En alguna etapa de mi carrera universitaria, oí un silbido en la distancia. Durante un instante, la calle enmudeció, abriendo paso poco a poco a una colecta de chasquidos de los que no desintegraban a media población (por suerte), pero sí iban clamando por su espacio. Una orquesta comenzó a seguir esos chasquidos cual cortometraje de Fantasía y, entonces, me vi acompañando al rebaño hasta su batalla campal de baile. Y supe que me habían cautivado. West Side Story es uno de esos musicales que pueden considerarse obra de arte en todos los aspectos, con un estilo bastante pionero en aquellos maravillosos años 60, una banda sonora súper clásica y rompedora al mismo tiempo, una buena sacudida de instrumentos de viento y percusión para reflejar la guerra entre dos comunidades. Hablar por segunda vez en este blog de este tesoro durante el mes del teatro (que este año también es el mes de los Oscars) es cuanto menos poético, pues no es ningún secreto la inspiración shakesperiana en Romeo y Julieta. A pesar de que nos encontramos en la era de la nostalgia, hay que tenerlos bien puestos para agarrar una producción como esta y creer que se puede volver a convertir en algo rompedor. Steven Spielberg (alabado sea) no es precisamente la clase de director que consideraría como tal; es más, para mucha gente (de mi generación y para arriba sobre todo) es la expresión humana de la nostalgia. Pero justo porque es humano, porque siempre quiso dirigir un musical y porque es el fucking Spielberg, nadie mejor que él para desenterrar a lo Indiana Jones este diamante en bruto y terminar de pulirlo. Porque los buenos directores pulen y otorgan más brillo, si cabe. Revitalizarse o morir Algo que me parece muy bello de este remake es cómo sucede tan en paralelo a la historia de Tony, un personaje de gran reputación en su banda al que la vida terminó poniendo en su sitio. El viaje de este mozo se enfoca a una vida sin violencia, tranquila, rehecha, un futuro más luminoso sin guerras. El Tony que vemos al comienzo de West Side Story es un Tony en pleno proceso de cambio cuya veleta de pronto gira hacia María, su nueva luz. Y eso es precisamente lo que Spielberg aporta: más luz. La historia es la misma (incluido el final. Lo siento), pero el lenguaje, muy distinto. Spielberg rescata la historia de estos jóvenes inconformistas, revolucionarios, ilusionados y desengañados para dirigirse a una generación ensoñadora, una generación con ganas de redescubrirse o de reencontrarse, razón por la que los planes de futuro y lo que da sentido a la vida adquieren importancia por encima de una relación que pelea todo lo que puede por ser una realidad. Es un cambio sutil porque en verdad mucho de lo que comento también estaba en la original, pero se puede observar en el eco sentimental que desprenden los discursos de reivindicación de Riff, Anita, etc.; en la inclusión de un personaje trans con cuerpo de chica pero espíritu varonil que desea pertenecer a los Jets. O en el matrimonio interracial que sirve de modelo a Tony cuando decide apostar por María y él. No se trata de un mero «Te quiero, te amo, huye conmigo» o un «Lucharé por mi honor y el de toda mi gente». El enfrentamiento sigue estando ahí, pero gana en trasfondo al ganar en contextualización. Personajes como Riff se ven muy enriquecidos al darle una vuelta a su conflicto, ya que los irlandeses, en este contexto, son tan humildes y desgraciados como los puertorriqueños y simplemente no soportan que les pisen el terreno mientras luchan por salir adelante con lo poco que tienen. Puerto Rico, los Sharks, se expanden por la ciudad y los otros no pueden quedarse de brazos cruzados cuando la vida ya les ha quitado tanto, sin saber que en verdad son un reflejo de lo que los Sharks viven cada día con la población neoyorkina, que permite su presencia «con condiciones». ¿Qué sucede? Que esta perspectiva hace más cuestionable la rivalidad y lanza una crítica sobre las guerrillas en general, organizadas en el fondo por unos victimistas llenos de ego que por no dejarse pisotear, pisotean con más ganas. La guerra es un sinsentido que solo conduce a la fatalidad, y el fuego cruzado pilla en medio a la pareja protagonista. Para mí la película deja dos moralejas: una ya la he resumido en el título de este apartado y tiene que ver con lo referente a la segunda oportunidad que recibe uno de esos chicos violentos para salir de ese camino fatal y tener un futuro. Tony y María no están dispuestos a hacer limonada con lo que la vida les ha dado y solo se tienen a ellos para nadar contra la corriente y alejarse de esa marea de odio que no hace más que arrastrarles y forzar el enfrentamiento. Creen en un destino mejor, más esperanzador y feliz, aunque no sea fácil. Saben que la otra opción solo puede tener un final. La segunda moraleja, de hecho, tiene que ver más con esta consecuencia, cuando los sentimientos negativos son más fuertes que los positivos. El clímax es desgarrador y el discurso final de María te deja con una mano en el pecho en las dos versiones. Ejecución ilustre Esta siempre ha sido una película potente, con algunos de los mejores números coreográficos de la historia de los musicales y una fotografía muy llamativa, con una relación de colores súper simbólica. La nueva versión respeta todo eso pero lo lleva a su terreno y por eso resulta tan magistral. Ni qué decir la experiencia tan GOZOSA que fue ver ese espectáculo en pantalla grande aquella Nochebuena de 2021 que ya queda tan atrás, guau. Spielberg aplica su maestría sobre este formato en el que, insisto, es un novato... como si se hubiera entrenado toda la vida para ello. Lo que el espectador ve es un conjunto de trucos que el director ha adquirido durante su carrera y que culminan con una West Side Story cinematográficamente más compleja pero igual de rítmica. Está llena de homenajes y ecos a la versión de 1961 (esa apertura tan legendaria, sin ir más lejos), pero los acopla a la moda presente. Esos números tan icónicos se desplazan por una Nueva York que adquiere más protagonismo con respecto al clásico: es una ciudad llena de iluminación y movimiento que luce muchísimo más sus exteriores, ya que los personajes no se quedan anclados en un espacio, sino que la van recorriendo conforme bailan y cantan. Volviendo a lo de los colores, el vestuario continúa marcando los dos bandos excelentemente, pero en general emplea tonos menos fuertes, los suaviza. Los Jets siguen siendo más de azules y los Sharks, de naranjas, pero ambos llegan a emplear el blanco y los marrones, en alusión a esa equiparación que ninguno quiere reconocer. Por supuesto, hay aspectos donde la clásica sigue jugando con ventaja, sobre todo en lo concerniente a la energía con la que se interpretan números como el de «América», «I feel pretty» y «Mambo» (que son mis favoritos, ya lo dije en 2017). Ahí, la versión de 1961 continúa siendo imbatible, pero abrazo cómo Spielberg filma algunos. Perdemos el vals entre Tony y María, lo cual es una pena pero le da más realismo a su primer encuentro (o, al menos, lo actualiza y lo vuelve más corriente, tal y como ligaríamos en una discoteca. Lo del vals es bonito pero, siendo honesta, no creo que llegue a vivir eso nunca estando de fiesta). Otros cambios técnicos afectan a las letras de las canciones (de nuevo, me quedo con 1961). Una mejoría, sin duda, es el reparto. Me he quedado mucho más contenta con las interpretaciones nuevas, que rinden mogollón en su forma de acercar los personajes al público (bueno, Bernardo sí creo que fue mejor en el 61). Al tener secundarios menos planos y mayor variedad es más fácil empatizar. Dentro de este reparto, Rachel Zegler, Ariana DeBose y Mike Faist (qué poquito se está hablando de él, cachis) ponen la fuerza. Son personajes muy distintos entre sí pero manejados con mucho corazón y buenos exponentes de todo lo que he desarrollado en el apartado anterior. Aparte, lo de los acentos más marcados es un detallazo. Desconozco la nacionalidad real de los puertorriqueños de 1961, pero es un gusto que en 2021 hayan contado con actores latinos. And the winner is... Me da mucha rabia tener que escoger porque el clásico es muy suyo y sentó la base de muchos musicales posteriores, incluido este, cómo no. Yo lo declararía en empate tranquilamente, pero también quiero felicitar a Steven por devolverme el musical de una forma tan refrescante que me ha dejado en cero aburrimiento. Lo ha tratado con el mayor amor posible, tiene una resolución muy digna y, aunque aún creo que esta historia de amor se desarrolla demasiado deprisa (jóvenes decidiendo fugarse juntos a un día de conocerse. Majaris, qué diría Elsa de Frozen), me ha gustado conocer más el pasado de esta gente. Visualmente también es más bonita, más detallista. Todo su simbolismo, temática y mensaje prevalecen, así que me quedo con 2021. ¿Ya vosotros qué versión os ha gustado más?
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Post de Naiara Salinas En 1959, un estadounidense de Tacoma (Washington) viajó al Área recreativa nacional de dunas de Oregón como parte de una investigación para un artículo en una revista. Ese hombre, reputado periodista, fotógrafo, crítico literario y ecólogo, acabó con tanto material que se olvidó del artículo y comenzó a vaciarlo en un manuscrito. El periodista con pasión por la tierra se llamaba Frank Herbert y su manuscrito acabó publicándose en 1965... bajo el título de Dune. Apenas dos décadas después, un proyecto de adaptación cinematográfica que andaba cogiendo polvo en el armario acabó en manos del estrambótico David Lynch, que dio rienda «suelta» a su arte bajo la atenta mirada crítica de la productora y de paso se agenció a un protagonista para su futura Twin Peaks, Kyle MacLachlan (un pipiolo de 25 años por aquel entonces, exactamente la misma edad que Timothée Chalamet hoy). Curiosamente, a pesar del avance de la tecnología en el campo audiovisual, tras el fiasco del estreno de Lynch nadie más se volvió a atrever a tocar semejante epopeya de la ciencia ficción ganadora de varios premios literarios, entre ellos el Nebula (algo así como el Oscar de la ciencia ficción y la fantasía literarias). Hasta que, a puntito de entrar en el cambio de década, un canadiense de ahora 53 años agarró el toro por los cuernos como el abuelo Atreides y se puso manos a la obra para devolver a la franquicia la dignidad correspondiente. ¿Fue tan mala la de David Lynch? ¿Qué es lo que tiene la de Villeneuve que la haga tan especial? Dos veces he tenido que verme ambas versiones para esclarecer mi respuesta a estas preguntas. El viaje tan premeditado de Paul Atreides Como punto inicial, debería discutirse la definición de remake para la aventura de Denis Villeneuve y es que, aunque en algunas partes de la película se aprecia cierta inspiración en la versión del 84, una y otra distan tanto que, partiendo de un original en papel, sería injusto ligarlas de otra forma que no sea dos guiones adaptados del mismo libro, lo mismo que han sido las tropecientas versiones de Peter Pan, La bella y la bestia, James Bond, Batman, Superman, etc. que no denominamos remake (también porque este término, al igual que reboot, son bastante más recientes que esos filmes). Teniendo eso en cuenta, la he colocado aquí por el mero hecho de que esta sección me permite comparar ambas para ver qué tal le sientan los nuevos tiempos a una historia tan famosa. Tal historia nos sitúa en el año 10.191 (es decir, mucho más de lo que realmente vamos a vivir como no empecemos a mudarnos a Marte ya), donde los planetas se convierten en feudos gobernados por grandes casas nobles, dos de las cuales, los Atreides y los Harkonnen, llevan en guerrilla desde tiempos inmemorables. Cuando el emperador arrebata a los Harkonnen el feudo de Arrakis (planeta desértico conocido como Dune donde se cultiva la melange, una especia de inmenso poder que ayuda a viajar por el interespacio y a los humanos les amplía ciertas capacidades) y se lo entrega a los Atreides, comienza la cuenta atrás para un golpe inminente seguido de consecuencias catastróficas que sitúan en el centro de todo a Paul Atreides, el joven heredero de su casa al que le espera un destino más grande. Mientras que Lynch se enfrentó valientemente al primer volumen entero de una saga que en cuanto a legado a la ciencia ficción equivale a El señor de los anillos en fantasía épica, Villeneuve ha cogido solo las 200 primeras páginas (aproximadamente; no me he puesto a contarlas una por una). Esa decisión viene motivada por el hecho de que la novela es un ladrillo con una complejidad creativa inmensa, multitud de personajes, perspectivas y un estilo muy de la época que ya no tiene cabida en el siglo XXI. Ese corte no implica necesariamente una mejora del guion con respecto a la obra de David Lynch, pues, aunque ambos cocinan en su propia cocción el destino de Paul y su familia, el resultado en ambos casos es un largometraje extenso con variabilidad de ritmo. La cuestión no es qué se cuenta, sino cómo y por qué una experiencia se nos vuelve tediosa y la otra, más llevadera. David Lynch, al coger el texto completo, se podía permitir mantener la estructura original y un gran paso para las adaptaciones posteriores fue seleccionar muy agudamente los pasajes que eran pertinentes para la trama (más o menos). Sin embargo, hasta ahí llegó: contar la historia, incluir algunos de sus manierismos pero no tantos como le hemos visto en otras producciones, hasta el punto de que la Dune del 84 para algunos puede resultar más hija de su década que de su realizador. O al menos eso sería de no estar Star Wars, el gran blockbuster modelo del momento, en la ensalada. Y eso siempre me ha parecido irónico, dado que Star Wars le debe a Dune prácticamente TODO. Sin embargo, George Lucas supo exprimir buenamente los elementos cinematográficos con los que contaba para un guion original, mientras que la novela de Herbert fue... demasiado grande para Lynch, tal vez. El cineasta se preocupó por contar el viaje de Paul, plagado de detalles complejos como sus visiones y su interacción con el mundo, pero no acertó en la forma de transmitir al público (dejando a un lado los problemas de comunicación existentes de antes entre su filmografía y este). El elenco y los diálogos fueron muy correctos (varias frases calcadas de la novela), pero más que lograr una inmersión en el relato generó cierto alejamiento a pesar de mostrar un universo alucinante con un argumento más que prometedor y que siguió inspirando a las generaciones de autores venideras (George R. R. Martin, sin ir más lejos). En mi caso me valió para presentarme el mundo y animarme a leer la novela, ya que el concepto general sí me encandiló y quizá yo estaba tan ilusionada cuando vi el teaser de la nueva Dune que quería devorarlo todo para saciar la sed ante el desierto que se abría hasta la fecha del estreno. Fue más en la segunda visualización cuando me percaté de qué era lo que no acababa de rendir, pues rítmicamente era muy plana porque la narración era también muy plana (salvando unas pocas escenas míticas, claro), sin una banda sonora potente y envolvente como la de Hans Zimmer, sumado a mucho ASMR que dormía enseguida a nada que la vieras a deshora. Los efectos visuales, por otro lado, también podían ser extraños para la gente que no había leído las novelas y no tenía muy claro qué estaba viendo. Herbert fue un escritor muy adelantado a su tiempo, así que no es raro que entre 2019 y 2021 se tomase la decisión de readaptarlo corrigiendo toda la parte técnica. La lectura de Dune en el presente se acerca más a una profecía que años atrás. Cualquiera que se aproxime a los problemas que se presentan en la novela será capaz de ver ejemplos en la vida real: la deforestación industrial, el ataque a las tribus nativas que solo quieren proteger su hogar, un planeta que agoniza y que requiere del saber científico para salvarse aunque al Gobierno le importe más los beneficios, etc. Es decir, no pierde relevancia con el paso de los años, sino que la gana, lo cual lleva a que deje de ser una mera fantasía y se torne más lúgubre. Así, Villeneuve logra todo lo que no logró Lynch en su momento, volviendo Arrakis verdaderamente una tierra de desesperación, peligro, resistencia y rebelión. No es un relato de aventuras, sino claroscuro, y por ende no debería ser amable. Paradójicamente, toda esa contemplación y recreación en el paisaje y los pequeños actos, como el de Paul cogiendo arena o presenciando la última puesta de sol en su planeta natal, impactan porque se realizan en el tono adecuado, un tono que musicalmente resalta la magnitud de los sucesos y que narrativamente causa que la tensión palpite en cada tramo hasta el «falso clímax». El tono es el que dirige el ritmo aquí. Al contrario que Lynch, Villeneuve sumerge al público en su relato, logra impresionarlo, y por eso sus dos horas y media de metraje no cuesta tanto digerirlas. «El miedo mata la mente» A pesar de que cinematográficamente la versión de 2021 es más potente, no por ello está exenta de problemas. En su caso lo mismo que beneficia a la autoría de Villeneuve juega en su contra, ya que peca de la misma maldición que otras adaptaciones partidas por la mitad: un principio donde no ocurre casi nada y que debe ser adornado, frente a un final cargado de acción trepidante... que no nos queda más remedio que esperar. Si Lynch hubiese tirado por esa idea su película sería del todo indigerible, pero que el espectador consiga llegar al final del viaje de Paul de un «tirón» (incluso si sigue estando incompleto porque faltarían otras dos entregas como mínimo) es mejor promesa que la de tener que esperar a ver cuánto recauda el tesoro más caro de 2021 (quizá compitiendo solo con Marvel). Como comentaba antes, la novela de Herbert es un tocho, donde los problemas de ritmo se aprecian desde el principio. Como imaginador y creador de mundos es un maestro y es admirable su dominio sobre los elementos naturales, la tecnología y hasta la sociología (incluyendo la religión, los idiomas y demás). La profundidad de Las crónicas de Dune (nombre completo de la saga) es incuestionable y como obra clásica merece ser leída, respetada y recordada. Eso no quita que, también como todo clásico, esté un poco sobrevalorada. Herbert es buen escritor, pero no es buen narrador. Posee ideas muy interesantes que se denotan en las reflexiones de sus personajes. Pero manejando los puntos de vista puede ser muy caótico y no tiene mucha noción del ritmo. Por tanto, el ritmo era ya un problema del que partían las dos adaptaciones. Villeneuve logra erradicarlo con su tono, al mismo tiempo que bucea en entresijos de la novela que tan superficialmente pasaron por Lynch porque con su corte se lo puede permitir. La dimensión religiosa, por ejemplo, la vemos con detalle en 2021, no sin curiosidad (cualquier otro se la hubiera saltado por temor a «espantar» al espectador con mentalidad millenial y Z). Los villanos imponen mucho más en 2021 que en 1984, donde eran prácticamente una caricatura; Villeneuve no solo logra que los respetemos más, sino que los temamos. Peeero (la vida está llena de peros) no aprovecha lo bastante el tiempo que se le concede para activar el guion de cara al espectador común que no se ha leído los libros. Atmosféricamente parte la pana y para con la acción es sorprendentemente fiel al texto, pero en lo que a los personajes se refiere no va más allá ni siquiera un poco, salvando la interpretación de Timothée Chalamet, que le da más energía y juventud a un personaje que, debido a su condición, termina siendo muy melodramático. Muy bien porque no sobreexpone con dosis de información en forma de monólogo eterno (e innecesario) cada dos por tres; mal porque no dedica un momento a hablarte de otra gente que no sea Paul. Ya sabemos que es el protagonista y el focalizador principal, pero en la novela no es el único y, ya que tenemos dos horas y media por delante, qué menos que aprovechar el tiempo que están en pantalla esos grandísimos actores de Hollywood, antes de empezar a cargárselos (Leto sale muy poco y habla menos para mi gusto, por ejemplo). Ese detalle en la versión de Lynch no se echa tan de menos. Al final, el gran problema que comparten las dos versiones es que son demasiado fieles a Herbert. Cada una aporta su visión, por supuesto, pero dentro de un esquema narrativo con el que no somos muy pacientes. Lynch es el más leal; Denis todavía llega a introducir unos poquitos cambios bienvenidos con el fin de acelerar algunas partes, pero el tramo final, el punto del libro donde decide detenerse, está mal cortado. Es un clímax que sube y baja un par de veces en tono y ritmo. El truco para que esa estructura elegida fuera redonda radicaba en un cambio de enfoque, algo más en la línea de Vengadores: Infinity War: cosechando una resolución que, aparte de inevitable, dejara el destino de los personajes muy desoladoramente en suspense, para así empezar la segunda parte con algunos giros que son introducidos en esta y alargan el guion más de lo deseable. De todas formas, tras ver la película por segunda vez tengo dudas con esta idea. No me cuesta entender por qué se han tomado x decisiones, pero tampoco me parecen las mejores para la continuidad del ritmo en esos minutos cruciales. La experiencia me susurra que la mejor forma de adaptar Dune al final es abstrayéndose más del papel, tomando toda la esencia como buenamente hace Villeneuve y dándole una dimensión nueva no demasiado literal para conseguir un ritmo perfecto y convincente para todas las partes. Y creo que eso todavía puede lograrse en el cine; no es necesario pasarse a la tele. Conclusión: arriesgar más y no dejarse llevar por el miedo al que dirán los fieles puritanos. And the winner is... Aunque lo parezca, no pretendía cargar contra la versión de Lynch, que ya es de culto con sus imperfecciones. Sigo creyendo que tomó la mejor decisión al coger el libro entero y no solo la mitad (o menos); no deja de tener su gracia y sabe resumirte bien la novela. Para mí es como ver la primera versión de El planeta de los simios: es otra década con menos pretensiones épicas y más costumbrismo; otro estilo, punto. Pero valoro mucho más la forma en que Villeneuve ha logrado acercar el mundo ingente de Dune sin perder su firma. Es un tipo de blockbuster que no se ve todos los días, es poesía para la ciencia ficción y, a pesar de las pegas señaladas, está bien que llegue un director de este siglo para enseñarnos a observar y fijarnos en los detalles en vez de actuar sin descanso. Le funciona muy bien porque es mejor desarrollador de thriller que de acción, así que lo que no suple con una parte lo compensa con la tensión del ambiente. Otro rasgo muy a su favor en el que no me he detenido es la versatilidad del reparto; dudo mucho que Frank pensara en personajes blancos y «americanizados» todo el tiempo y Denis tampoco lo hace: hay enorme riqueza cultural con gente europea, latina, africana, china... Su Arrakis es el que yo me imaginaba. La he visto, como digo, dos veces y siento que podría ver una tercera en breves y no me cansaría, no me aburre para nada. Aparte, todavía está a tiempo de corregir los aspectos que restan y, dado que le quedan 500 y pico páginas, es posible que lo haga. ¿A vosotros qué versión os convence más? Post de Naiara Salinas Heyyyyy. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Ha llovido la repera desde el último post en este especial. ¿Creíais que me había olvidado de él? ¡Para nada! Lo tenía en mente todos los meses, pero cazar más remakes, por irónico y falso que suene en esta era, no ha sido fácil. Ninguna peli me encajaba en el propósito de esta sección, hasta ahora. Ha tenido que venir la cuadrilla que dio un sentido y un logo a Warner Bros. en sus inicios para que me digne a volver. Hoy nos espera un viaje al espacio..., no necesariamente el galáctico. Coged vuestra bebida más fresquita y disfrutad de la lectura (porque de eso se trata). Una breve introducción primero: tanto la cinta de los 90 como la actual juegan con el mismo pretexto: una competición de baloncesto entre los míticos Looney Tunes y el enemigo mutante de turno con el apoyo de un jugador de baloncesto muy famoso del mundo (de acción) real, pero en ambas el contexto no podría diferir más, lo cual guarda mucha relación con el enfoque de ambas historias. Teniendo en cuenta que el último post de esta sección también tenía un legado en uno de los títulos, sería momento de apuntar que, aparte de remake, la versión actual funciona como una especie de secuela, una secuela que llega tres décadas tarde, con lo que ello acarrea. Vayamos por partes, como dijo Jack el destripador. Los Looney: de ser la moda a desfasados A muchas creaciones del pasado les está afectando: es un proceso de degeneración derivado en recuerdo nostálgico muy ocasional que forma parte de la existencia de cualquier obra de arte hasta que es rescatada del baúl de los recuerdos con la intención de una renovación para las nuevas generaciones, claro que no siempre genera los mismos resultados, porque normalmente la llamada publicitaria es hacia los entonces niños y ahora jóvenes adultos que si quieren pueden intentar convencer a su hijito, primito o sobrinito de acceder a esas aventuras de la infancia. Y, como en los casos de Disney, no sé qué opinarán esas generaciones más recientes del filme, pero los mayores no podemos evitar acusar los estragos de la edad en el infinito paso del tiempo y pensar que a veces el pasado debería dejarse intacto y sin perturbar la nostalgia millenial tan buenamente plantada. Digamos que hay obras que envejecen mejor que otras. Yendo al grano: ¿quién piensa aún en los Looney Tunes? ¿Por qué iban a importarnos unos personajes caricaturescos y muy violentos hijos de su época, cuando la nueva década nos proporciona otros divertimentos más interesantes? Una cosa es que te brillen los ojitos cuando descubres la vieja cinta en el catálogo de HBO y te pongas a reverla por los viejos tiempos: es el germen que dejan los ecos del ayer, los fantasmas invisibles que una vez estuvieron llenos de vida y te la transmitieron. Pero aquella marca de Warner Bros. actualmente no tiene otra función que la de decorar y recordar los orígenes de la compañía en la industria, más o menos como Mickey Mouse y compañía con Disney. Si algo hace bien la versión de 2021 es forjar esa idea de decadencia en un mundo ficticio muy consumido donde ya nadie es lo que era pero los iconos continúan ahogándose en esa memoria. Eso es lo que viene a ser Bugs Bunny, el personaje que lucha por recuperar lo que tuvo, mientras que los demás se han adaptado al presente-futuro, ya que es reinventarse o morir (y, como se verá más adelante en la trama, al final esto es muy literal). No teníamos esa noción en los 90 porque por aquel entonces los dibujos eran lo más de lo más, razón por la que, en esa Space Jam, eran los retados directamente, los protagonistas. ¿En 2021? Pasan a ser un mero apoyo, y para colmo accidental, un poco de fisgonear en la basura porque al deportista de turno no le queda más remedio, porque le engañan para que lo haga, aunque, como nos pasaría a cualquiera de nosotros, hubiese formado equipo con las leyendas del presente mucho antes que con "esos viejos dibujos desfasados". Sobre las consecuencias de ese desfase hablaré más adelante, porque ahora quiero detenerme en otro punto. El protagonista y su conflicto Una de las mayores diferencias entre ambas películas. En los 90 Michael Jordan decide que ha llegado a la cumbre de su deporte y es momento de cambiar de aires y seguir los pasos de su padre probando el béisbol. No tiene otra presión que la de adaptarse a este nuevo ambiente donde se ve como pez fuera del agua y además debe volver a escalar desde el fondo. ¿Se considera un capricho de superestrella el abandonar la carrera cuando mejor se está y arruinarla haciendo lo que no le va? Sea como fuere, a Jordan poco le importa mientras sea él quien lleve las riendas de su vida y, como todos, solo quiere mantener una vida saludable física y mentalmente, lo que causa que salir de la zona de confort para él sea más una aventura y un propósito bien meditado. Aun así, no está exento de dudas e inseguridades, por lo que el partido, a pesar del riesgo, se convierte en un proceso terapéutico hasta el momento de realización. ¿Qué realización? ¿Que en el fondo nunca debió dejar el baloncesto? ¿Que puede intentar compaginar ambas vidas y ambos deportes? ¿Que quien la sigue la consigue? Da igual porque el viaje continúa siendo una interiorización gracias a un último empujón para ayudar a los que lo necesitan. Looneys y Jordan funcionan como equipo porque todos son conscientes de sus puntos fuertes y débiles y mantienen la confianza lo que pueden, pues vienen del primer podio. En cambio, con LeBron James nos encontramos en un contexto muy distinto. Primero porque no cuenta con la baza del éxito natural, no llega a sus 12 años encestando como un campeón, sino distraído (y encima jugando con los Looney en la Game Boy, más retro no se puede ser). Y accede al baloncesto no con gracia, sino a base de presión, de poner las castañas en el fuego para vender la idea de que el esfuerzo es necesario para todo. Lo interesante de este prota es que su conflicto ya no solo es interno, sino externo, puesto que tiene que lidiar con un hijo preadolescente que no piensa en balones, sino en videojuegos, némesis del trabajo serio. Toda su trama pasa por intentar reconectar con ese hijo "perdido" que resulta estar más en la moda presente que su padre. Eso convierte a la versión de 2021 en una película más familiar y le da la oportunidad de explorar otros horizontes fuera del ámbito deportivo. El guion casi parece una defensa geek del valor de un juego, ya que el baloncesto, aparte de deporte, es un pasatiempo que prepara el cuerpo y la mente, cosa en la que también puede participar la tecnología. ¿Y su relación con los Looney? Somos testigos de cómo el guion establece un paralelismo, ya que LeBron debe incentivar a un equipo que ha perdido la esperanza, ha cambiado, no es el triunfador de antaño, y actúa como el entrenador que le dirigió a él en su camino hacia el éxito, oseasé, tosca y exigentemente, igual que con el hijo doceañero que lo único que quiere es a un padre, no a un entrenador. En su intento por recuperarle, LeBron va aprendiendo y dándose cuenta de sus carencias como individuo y de que no puede obligar a los demás a ser grandes como él, sino la mejor versión de ellos mismos. El viaje espiritual de LeBron en esta trama nueva no tiene que ver con qué camino seguir, sino en cómo ser y aprender a disfrutar de la vida en lugar de enfrentarse a ella. En ese aspecto, Jordan aportaba más inteligencia emocional y, por ende, madurez, pero es cierto que en 2021 el conflicto de LeBron es más desarrollado por complejo. Como dato de interés, ambos jugadores se vieron las caras cuando LeBron aún era un pipiolo, lo cual hace que me pregunte si Warner estuvo guardándose esta idea en el cajón de sastre desde entonces. Las formas hacen al autor Así como el jugador protagonista del 21 gana en desarrollo psicológico, carece de la fuerza y la confidencialidad del anterior, cuya presencia en la trama es más potente en parte porque los demás elementos cinematográficos contribuyen a ensalzar su figura (y porque es Jordan, vamos, una leyenda). La Space Jam de los 90 fue una bomba explosiva de ritmo, con canciones icónicas y un montaje muy decente y súper dinámico que combinaba imagen real y animada. Los villanos también eran geniales, esa mezcla entre ternura y agresividad torpe para reflejar a una clase trabajadora explotada por un magnate de negocios. Los Looney tenían (no sin ironía, teniendo en cuenta que esa es la trayectoria que siguen las productoras actuales) la amenaza de convertirse en esclavos explotados para generar beneficios destinados a la industria del entretenimiento. Era un detonante muy bueno para jugárselo todo en un partido nada amistoso. En el caso de 2021, parece que todo se supedita al homenaje (lo cual es muy típico de esta sección) y acaba como las secuelas de Jumanji (otro día hablaré de esta saga): actualiza el universo, lo convierte en digital y como ya queda muy poca gente que siga creyendo en los aliens, sitúa como rival del equipo a la propia tecnología a través de un algoritmo "pataletas" que solo quiere ser reconocido. No es que Don Cheadle no lo haga bien y tiene interacciones y puntos de vista muy interesantes, pero en ocasiones chirría, puesto que es un personaje que se aborda con un tono muy infantil, mientras que en el 96 el trasfondo serio, a pesar de la comicidad, era más evidente. Todo lo demás pasa por su "falsa imitación", pero se dejan lo mejor: ¡la música! ¡Ni una sola canción que poder tararear luego! ¡Ni una nota memorable! A pesar de ese traspiés, el montaje prosigue con su decencia y se expande para dar cabida a la aventura de reunir al equipo. Esta es la parte marcada con un circulito en el departamento de marketing, porque básicamente consiste en la Warner tirándose flores a sí misma durante más de media hora de metraje (con la colaboración especial de su nueva amiga HBO). Los easter-eggs abundan, son una delicia geek por y para los geeks, ayudan a conectar la vieja Warner con la nueva y entretienen... hasta que se quedan obsoletos, porque para mí son otro reflejo de la pérdida de gracia de los Looney, la supuesta atracción estrella que debe colarse en otras para llamar la atención. La idea es: ya que estos dibujos son muy antiguos y nadie los ve, ¿por qué no los metemos en los mundos que ahora gozan de popularidad? El juego es interesante y consigue que no te aburras, pero no marca (¿estoy ya muy mayor? Jou). La mejor parte llega cuando arranca el tercer acto: el esperado partido. Ahí sí podemos afirmar que la actualización le sienta divinamente, por fin se saca "partido" (CHISTACO) al CGI y los gags, y la mejora es incuestionable en comparación con el resto del filme, donde como espectador/a te entran ganas de palmear al CEO de la Warner y decirle: "Eaea, que no, que no eres un manta, viejo, que ya sabemos que sabes hacer cosas buenas". Si el partido es lo más aplaudible del largometraje, cosa en la que además coinciden las dos versiones, ¿cómo aprovechan el resto del tiempo? La cosa es que, mientras que en 2021 parecen haberse quedado sin ideas y por eso lo mejor es provocar un megacrossover al estilo del Arrowverso, en 1996 aprovechan para contarnos otra trama paralela consecuencia de la principal: la de los jugadores que pierden sus habilidades porque se las roban los alienígenas, lo que indirectamente les hacía partícipes de la jam. En 2021 los compañeros realizan su aportación inspirando las habilidades de los monstruos de Dom que luego roba el algoritmo, pero no vuelven a salir porque lo interesante es ver al hijo lidiando con su decisión. Los demás humanos no contribuyen sino a ser los rehenes de ese partido maquiavélico (¿una metáfora del control de la tecnología sobre nosotros? Yo no descarto nada). And the winner is... Creo que las circunstancias le son más favorables a la versión de 1996, a pesar de que tampoco estoy segura de que haya envejecido bien. Sin embargo, para mí funciona mejor que la actual como entretenimiento puro y duro. Puede dar la apariencia de ser más simple, pero si esa es la conclusión que se obtiene poco se cuenta con la mezcla de los reinos de carne y hueso y animación, que prevalecen durante las casi dos horas de metraje, mientras que en la de 2021 parece que lo que sucede en el universo digital se queda ahí (eso, en el proceso de integración, para mí es trampa). En cuanto a villano, ritmo, montaje y tono gana mil veces la del 96. También se lleva un plus por la originalidad. Todo lo relacionado con el conflicto del protagonista y los efectos visuales se lleva la palma en la de ahora, eso sí, pero yo me quedo con el espíritu de Michael Jordan porque me parece que encabeza mejor al equipo de lo que lo logra el "rey" James (aquí me apetece destacar el gag que hacen con Michael B. Jordan. Los chistes que surgen durante el partido son los mejores). En trama empatan, más o menos. Eso es todo, amigos. ¿Qué versión os convence a vosotros? Post de Naiara Salina Después de retomar este especial con el primer dueto brujo, regreso para comparar más brujas, aunque en este caso no hablamos de un remake en sí, sino de una secuela que cuenta con rasgos de remake, ya que su guion se estructura como un paralelismo, salvando pequeñas diferencias que tratan de justificar en vano la producción del filme. Si decimos que segundas partes nunca fueron buenas... ¿qué hacemos con esta? Del origen al legado Jóvenes y brujas (The Craft) es una película rodada y estrenada a mediados de los años 90, en pleno auge del cine juvenil (véase el repaso de esa década en este post) que cuenta cómo tres brujas de Los Angeles adoptan en su grupo a la recién llegada de San Francisco, Sarah, que posee los mismos poderes. Con ella el círculo se completa y las amigas pueden realizar su magia, hechizos que consisten en rituales complejos con los que harán algo más que levitar: mejorarán sus vidas. Y como toda magia siempre conlleva un precio, Sarah no tarda en darse cuenta de que hay algo ahí muy turbio y de que puede que jugar con fuerzas ancestrales para su beneficio no sea lo más indicado. En su día este largometraje no contó con el respaldo esperado, aunque hoy se considera película de culto dentro del género. En un alarde de originalidad, la secuela adopta como título en inglés The Craft: Legacy (*cara de póker aquí*), pero el legado que deja dista mucho de igualar a su predecesora y, como muchos remakes o secuelas de la actualidad, resulta floja si la comparamos (es decir, pierde bastante brillo). Así como con Las brujas seguí el orden de visionado cronológico, debido a lo que me ha costado encontrar la versión antigua con esta tuve que empezar por ir al cine a ver la nueva primero. La trama me llamó la atención, pero reconocía cuándo había algún paralelismo (no porque yo tenga un sexto sentido que los detecta, sino porque, como peli de culto, raro es que no haya oído hablar nunca de ella o no haya visto alguna escena por ahí), por lo que más que atraerme hacia esta aventura me animó a viajar al pasado para investigar. Por supuesto que la versión actual cuenta con su propia personalidad, pero con el término "legado" ya se condena a sí misma porque quien no conozca la primera entrega tiene la necesidad de acudir a ella en busca de respuestas que este guion pasa muy por encima posiblemente con el ánimo de elaborar una saga y seguir dándole coba al vínculo entre ambas películas en una tercera (y la productora ha admitido que está dispuesta a ello si el filme tiene buena acogida). Por desgracia, esta secuela se ha llevado tantos palos como la primera en su día, así que puede que haya que esperar otros veintipico años para que de nuevo sea aceptada y continúe. Cuatro elementos para equilibrar... ¿o desequilibrar? Que la secuela no haya convencido posiblemente se deba a su planteamiento y desarrollo, que por un lado quiere introducir un nuevo elemento en la historia pero por otro resulta demasiado homogéneo para ser una secuela (de ahí que para mí sea medio remake). Es justo lo mismo que critico de la última trilogía de Star Wars: bravo por querer avanzar y explorar algo de ese futuro sobre el que nos preguntábamos cuando acabamos la saga hace eones, pero muy mal por repetir la jugada, aunque sea de forma camuflada. Como este es un caso especial voy a concretar más: al comienzo del filme tenemos la llegada de una bruja nueva a la ciudad, Sarah en 1996 y Lily en 2020. Sarah se traslada con su padre desde San Francisco tras morir su madre y él empezar una nueva relación. En el caso de Lily, es el padre el fallecido y la madre la que quiere introducirlas a ambas en una familia compuesta por cuatro hombres: el patriarca y sus hijos, que acuden al mismo instituto que Lily. Aquí ya hay un cambio llamativo, ya que Sarah no contó ni con hermanastras ni hermanastros. Se tenía solo a sí misma. El conflicto de Lily, en cambio, pasa por tener que encajar en una familia donde no siente el apoyo esperado y hasta es acosada sin venir a cuento. Sarah es un poco más abierta y se esfuerza por trabar amistades desde el primer día, aunque le cueste. Sus futuras compañeras de aquelarre, en cambio, son las que se cierran en banda, perfiladas desde el principio como las góticas marginadas con pasado oscuro y muchos secretos raros. En los 90 ser así no estaba bien visto en los pasillos del instituto: lo raro era sinónimo de demencial y razón de más para un vade retro en toda la jeta. Pero los tiempos cambian y ahora ser raro y friki es lo que se lleva, porque somos de mente más abierta y apoyamos a las minorías. De modo que cuando a Lily se le escapa la menstruación en plena clase y los chicos se burlan de ella, las brujas se van a alzar en defensa de su nueva amiga. El mensaje que se envía es el de chicas contra chicos (bueno, alguna mala pécora por la clase también hay, pero no influye tanto como en 1996). No obstante, la insistencia nada sutil en la nueva ideología es lo que acaba ahogando la película (un resultado similar al cambio del mensaje en el live-action de Mulan, me atrevo a afirmar), en tanto que lo que puede condenar su entrada a la papelera es un guion muy vago para con los personajes y sus dramas. Mientras que en 1996 llegamos a empatizar con todo el aquelarre, ya que cada bruja elemental tenía su conflicto personal, en 2020 todo gira en torno a Lily, porque ella es la chica especial, el legado, la que posee un vínculo con aquel aquelarre de antaño. Aparte, es la que tiene el riesgo de volverse loca, mientras que sus amigas son las sensatas, algo que en la versión del 96 sucedía a la inversa (reconozco que este cambio de roles es chulo). Y no es que esa trama no sea interesante, que lo es. Ocurre que ese circunloquio y monólogo que se monta el guion sobre la protagonista molesta, pues a pesar de seguir una intención muy clara desmerece a las otras miembros del grupo y, por tanto, a su título. ¿Dónde está el aquelarre? Por no hablar de la trama del padrastro, que es el nuevo elemento en discordia. Los 90 nos dejaron con una moraleja muy chachi, ya que si algo tienen en común las películas estrenadas entonces es el mensaje de que nosotros mismos somos nuestros peores enemigos, por lo que ahí tenías a jóvenes tratando de arreglar los marrones que ellos mismos creaban y repercutían en sus vidas. Poco intervenían los adultos, jueces en la sombra, porque al final lo importante era madurar y eso solo se conseguía reconociendo el error. Así pues, cuando se daba cuenta de los tres Estados que se habían pasado, Sarah se enfrentaba a sus amigas y demostraba un valor digno de Gryffindor porque al final ellas eran las malas, cosa que no es fácil de digerir cuando estás en la piel del maltratado. Vamos, que una película en apariencia sencillita al final estaba contándote la lucha contra los demonios internos, el fin nuevamente justificando los medios y dónde encontrar la fuerza para discutir con las únicas personas que te apoyan porque son tus iguales. Además, el espacio contiene su relevancia, ya que se encuentran en un instituto católico de Los Angeles, es decir, hay profesoras monjas y uniformes, se juega mucho con el contraste entre lo cristiano y lo pagano, la divino y lo diabólico. Cuando parece que la actualización va a seguir esta senda (salvo por el espacio y el colegio católico), de pronto presenta a un enemigo externo al aquelarre perteneciente a una raza de la que no se ha hablado nunca y que deja una sensación de deus ex machina, salvo porque no está para solucionar nada, sino para destruirlo. Y es lo que me terminó de cabrear del todo, pero solo después de ver la del 96, donde esperaba que se me hablase más de ese grupo de brujos o demonios que arrebatan los poderes a las brujas. ¿Cuándo, cómo, por qué? Dado que la versión del 96 se nutre de la moda de Embrujadas y hasta utiliza el mismo tema mítico, ¿he de suponer que estas cintas se desarrollan en el mismo universo y que por tanto todo está explicado en la serie o qué? Lo dicho: guion vago. Una versión no me explica de dónde surgen esas brujas, aunque tampoco te enfadas por eso porque por lo menos tienen un local lleno de libros y herramientas para hechizos que insinúa que las chicas son más bien brujas por aprendizaje, mientras que Sarah lo es por naturaleza (eso SÍ se cuenta. Punto para la generación del 96). Y ahora en la nueva no me quieren justificar a esos enemigos, que para colmo son todos hombres que lo que propician es la reunión del aquelarre (aquí el grupo no acaba disuelto, al menos, porque las brujas unidas jamás serán vencidas. Lo veis, ¿no?). Golpe de efecto es lo que es. And the winner is... La versión clásica logra sostenerse por sí misma, siendo una más de mil aventuras similares que nos regaló su década. Ni siquiera necesita una segunda parte porque el cierre no da pie a ello. Básicamente lo demás se lo sacan de la manga, y esa falta de interés por mantener la coherencia interna es por lo que el semi remake no termina de funcionar como secuela, aunque tampoco lo haría de ser una película solitaria por la pereza de su planteamiento, y eso que sí le da tiempo a tocar todo lo relevante del presente cultural. Actualiza a los personajes, pero deja una historia muy pobre que no sé si merece más desarrollo, salvo en caso de que siga por esa puerta que acaba de abrir, porque de lo contrario predigo su caída en picado. Vamos, que para Jóvenes y brujas, las que ahora son viejas (dirigidas por Andrew Fleming. La de 2020 queda a cargo de Zoe Lister-Jones). Eso sí, la letra de "How soon is now" le pega mucho más a la secuela y ni siquiera la usan. Post de Naiara Salinas Un mes después de la inauguración de este especial regreso para comparar dos nuevos remakes que vi en salas como celebración de la noche de las brujas. Así que sí, mucho ha llovido desde entonces, pero me he permitido aprovechar el tiempo para rever las versiones clásicas y forjarme una opinión más concienciada (o sabia, o completa). Me he encontrado con que en un caso puede que sienta más simpatía por el remake y en el otro, por el original. ¿Queréis saber cuál es cada? Pues vayamos al lío (y estad a la espera de la parte dos de este "doblete"). Las maldición de las brujas (1990) vs Las brujas de Roald Dahl (2020): dos títulos, una historia, dos épocas cinematográficas La primera parejita que os traigo adapta en conjunto el libro homónimo de Roald Dahl. Si bien en la versión original ambas se copian hasta el título, en castellano se ha querido distinguir un poco más como servicio de ayuda al algoritmo, no sea que luego te sea muy difícil encontrar la que buscas (a ver si aprendemos, Jóvenes y brujas...). La trama cuenta cómo un niño huérfano que vive con su abuela es sorprendido por una bruja que lo marca como presa, razón por la cual ambos se trasladan y acaban en un hotel donde, quiere su buena suerte, se celebra una convención de brujas que planean convertir a todos los niños en ratones para acabar con ellos de una vez por todas. En este caso mi orden de visionado siguió los preceptos naturales y empecé el viaje en 1990, por lo que al llegar al cine pocas sorpresas me aguardaban, o eso pensaba. Hay aspectos en los que la primera cinta acierta y otros cuyo mérito hay que concedérselo a la segunda, pues para ser un remake no resulta tan literal. Tanto en esta actualización como en la siguiente vamos a ver que, en comparación con la versión antigua, el lenguaje se ha adaptado a los nuevos tiempos y hay mayor inclusividad en el reparto, siendo el protagonista de Las brujas de Roald Dahl de color, mientras que en La maldición de las brujas es blanco y rubio. En fin, ¿para qué están los remakes, si no? La estructura de guion en ambas películas se mantiene, pero el enfoque es ligeramente diferente, más fantasioso y clásico en la de 1990, que como primera incursión para esta historia merece mucho la pena (es uno de esos clásicos de la infancia que me perdí en su día, pero mejor tarde que nunca), ya que se impregna de todos los rasgos del cine de la época y te genera mucha nostalgia por aquel pasado y esos metrajes de calidad de vídeo casero, ays... Debido, no obstante, a ese poco avance en la técnica, los efectos visuales son minimalistas, a fin de evitar un trauma a los ojos del espectador. Usan ratones de verdad en algunos planos, por ejemplo, cuando no son animatrónicos (a lo mejor pueden realizar gestos humanos, pero no muestran expresiones y cuando hablan creo recordar que se les dobla por encima, sin mover su boca a la par). Aunque lo que de verdad está curradísimo es el maquillaje de las brujas, que causa repelús (ups, parece ser que sí hay trauma visual después de todo), pero también admiración (ya se sabe, como cuando te curras el disfraz de Halloween y todo el mundo te aplaude). ¿A qué viene lo de "más fantasioso", entonces? No es por la técnica, sino por el tono, el efecto que consiguen los fotogramas, la música y el ritmo. A pesar de tener más rasgos "realistas", la emoción con la que el niño vive esta aventura, su increíble parque de atracciones para sus ratoncitos, su amistad con Bruno y el desenlace llevan consigo el halo de cuento del material del que parten. El filme se postula como un entretenimiento para los pequeños de la casa y la idea es que se diviertan, no que se traumen, por lo que todo se narra con bastante simpatía, a pesar del peligro. ¿Actualización más currada o no? Esa simpatía no se pierde en la versión actual, pero resulta un pelín más introspectiva o psicológica. Aparte, el metraje abusa más de la tecnología. Paradójicamente, no solo conlleva más digitalización, sino que lo que antaño se trabajó más, el aspecto de las brujas, ahora se rebaja. No es que no tenga su curro, pero, en comparación, a Angelica Houston la perdemos bajo toda esa prótesis, mientras que Anne Hathaway sigue siendo reconocible (y guapa, que quizá sea lo menos convincente. Eso sí, chapó por la decisión sobre las garras y la cola). Imaginándome con diez años seguramente me hubiese impactado más la transformación de Houston. Lo curioso de esta adaptación es que toma nuevas ideas que dotan a sus personajes de más fondo (se habla sobre la muerte, la depresión y la superación, por ejemplo, que no es moco de pavo para una película infantil), pero al mismo tiempo incurre en sistemas que, para mi gusto, la infantilizan mucho más que la versión clásica. El mejor ejemplo que se me ocurre es el trato de los ratones, por su rediseño caricaturesco y manierismos tan humanizados, lo cual los convierte casi en dibujos animados. Para un largometraje fantástico no está mal, pero choca con respecto al original. Y ni hablemos de los cambios argumentales, que dejan la versión de 1990 como un tanto simplista. En la de 2020 se introduce una subtrama que es la de la ratoncita adoptada por el protagonista, el cual además se convierte en el narrador en su versión adulta (fun fact: nunca se dice el nombre de este chico. En el reparto figura como "Héroe" a secas). En resumen, este remake trata de no quedarse en lo básico y explorar un poco más dentro de sus posibilidades. Tampoco arriesga demasiado, salvo por el gran cambio del final, lo que me hace preguntarme ahora cuál es el correcto, es decir, el que está en la novela. Ambos son felices, pero cada uno a su manera. And the winner is... Si tuviera que quedarme con una versión no sabría cuál escoger, así que empate. Creo que cada una en sí aporta, no se pisan tanto. La mezcla entre ambas produciría la adaptación perfecta, incluso. Ahora bien, entre las brujas, por mucho que adore a Anne Hathaway, Angelica Houston gana por goleada. Es más mala, más... bruja. Impone. Post de Naiara Salinas Halloween ya ha pasado, pero su esencia prevalece. En materia tan terrorífica parece alieno hablar de amor, pero lo cierto es que muchas historias de terror se forjan en él. Es una de las caras de la moneda: no puede haber miedo, pesambre y horror sin un contrapunto, una fuerza positiva que para el Mal será antagónica. Directores como Juan Antonio Bayona, Guillermo del Toro y Andy Muschietti lo saben muy bien. Sin embargo, luego tenemos a Alfred Hitchcock, quien sentía predilección por las novelas plagadas de misterio en torno a un culebrón, en el que la mujer era una parte vital, cuando no protagonista. La señora De Winter, Charlotte Newton, Marion Crane... Un séquito más que legendario para esta leyenda, todas víctimas de la oscuridad de un mundo no fabricado para ellas. Precisamente es en la primera en la que quería centrarme, con motivo del estreno la semana pasada de la nueva Rebecca en Netflix. Y porque hablar en este caso de una sola versión es aburrido, me he inventado una nueva sección que se augura como longeva gracias a la moda cinematográfica actual. "Anoche soñé que volvía a Manderley"... ¿Es Rebecca una película con un tenebrismo apabullante, unos efectos sonoros impactantes para el oído y una dosis de misterio con un final inesperado? Sí. ¿Es también una historia de amor, un proceso de redención con el pasado y un golpe de realidad para las jóvenes idealistas? Obviamente. Habiendo leído la novela mil años atrás, tenía tan vago recuerdo que ver estas dos adaptaciones fue casi un viaje de cero. Salvando las diferencias, diría que ambas adaptan con bastante fidelidad el clásico de Daphne Du Maurier en el que una joven deja su vida al casarse con Maxim de Winter, heredero de una mansión llamada Manderley y viudo de una mujer llamada Rebecca, cuyo fantasma todavía impregna las paredes de los muros, hasta el punto de que la recién casada sentirá cómo su ser se va empequeñeciendo. Todo metafóricamente, por supuesto. Hay algo en lo que la cinta de Hitchcock triunfa por encima del remake: el ambiente. Huelga decir que cuando rodó este largometraje ya era un director consumado en el cine mudo. Este fue su primer trabajo en Estados Unidos y, a pesar del control impuesto por David O. Selznick (productor conocido también por Lo que el viento se llevó), contiene muchos elementos que hacen a Hitchcock un maestro de la filmación y el montaje audiovisual, es decir, narrador con imágenes. No era un director que se limitase a adaptar un guion, que a su vez partía de un texto literario: también era un artista de las metáforas, un magnífico intérprete del lenguaje, hasta el punto de ser capaz de traducir un texto a su ámbito. Su Rebecca logra inquietar por encima de la versión de 2020 cuando no hay diálogos. Cierto es que el blanco y negro de los fotogramas contribuye a dotar de goticismo al filme entero, pero hay algo que provoca todavía más malestar en el espectador: lo lejos que se sitúa la cámara en las escenas mudas que evocan la soledad y el impotente encogimiento de la protagonista que ha ido a parar a un mundo demasiado enorme para ella. La señora De Winter es tan insignificante que ni siquiera conocemos su nombre de pila, mientras que el de Rebecca es mencionado continuamente como un eco que se queda atrapado en el hogar y nunca se desvanece, lo que hace de Manderley una prisión ingente para la memoria de sus habitantes, cárcel sobre la que ni siquiera Max tiene poder alguno, si acaso es el prisionero más atormentado. Hitchcock quiere convertirnos en testigos de este thriller melodramático y, más específicamente, quiere que lo veamos con sus ojos. La cámara, como casi siempre en manos de un buen cineasta, es la que ejerce ese rol, así pues, y mientras contemplamos la película oímos al hombre murmurar en nuestra cabecita: "¿Ves lo mal que lo está pasando la pobre? ¿Ves lo emocionada que está? ¿No crees que todo esto es muy opresivo? Porque yo sí". No solo se vale de esa técnica: no faltan sus contraplanos, sus contrapicados y cenitales, golpes de efecto sonoro y primeros planos que se convierten en primerísimos para mostrar una reacción más impactada en los personajes... Rebecca, en esta versión, no necesita hacerse presente para que la sintamos en todas partes y, de hecho, nunca lo hace, ni siquiera en la revelación del gran misterio. Es una obsesión, pero está muerta, no puede hacer más daño. ¿O sí? Mientras tanto, Ben Wheatley realiza todo lo contrario y se decanta por un tipo de experiencia inmersiva irónicamente más clásica. No se centra en el espacio, sino en la mente, que va degradando hasta el punto de hacer parecer a casi todos sus personajes unos dementes, en especial a la pobre señora De Winter, con pesadillas día sí y noche también, mientras que a Max lo vuelve sonámbulo. Wheatley no quería imitar a Hitchcock en nada y eso se nota desde el momento en que del inicio nocturno con la famosa frase "Anoche soñé que volvía a Manderley" pasamos a un sueño diurno que no provoca más que evocación, pero cero mal rollo. El problema es que la adaptación de 1940 ya contenía un nivel de autoría enorme. Parece ser que, a riesgo de creerse grandilocuente, la versión de 2020 no solo ha desquitado todo lo que Hitchcock produjo en su día, sino también la propia firma personal que pudiera haber tenido. Se queda en el thriller melodramático y en lo que es la novela. No obstante, sí contiene una decisión técnica muy satisfactoria, que tiene que ver con el aprovechamiento del color, la diferencia más visible con respecto al clásico. Es muy llamativo, por ejemplo, cómo toda la vieja habitación de Rebecca está elaborada con colores muy fríos que acentúan el halo fantasmagórico, ya que es el único lugar de toda la mansión que se presenta tal cual. La visión del amor del maestro del terror Otro de los aspectos en los que se cuida mucho la cinta del 40 es el perfil de la protagonista, en el sentido de que se esfuerza por mostrarla como totalmente opuesta a Rebecca, es decir, un alma inocente, dulce, joven, que se entrega por completo a Max. La señora De Winter es un personaje con moralidad muy alta y cierta inseguridad fuera de su zona de confort a la que le cuesta hacerse con el testigo de la fallecida. No es que la versión actual no muestre ese rasgo también, pero la interpretación de Lily James se va oscureciendo conforme avanza la trama, mientras que la de Joan Fontaine predica sus principios a menudo y diría que al final se mantiene fiel a su esencia, lo que sucede no la corrompe del todo. Esta versión logra unirla a Max de una forma que en 2020 no llega a ocurrir, ya que, por muchos secretos que tenga el hombre, pocos arrebatos de cólera se trae en 1940. También es un esposo mucho más cercano que el pintado por Armie Hammer, que tan pronto como llega a Manderley con Lily se distancia de todo y se vuelve un ser irreconocible. Ello me lleva a suponer que para Hitchcock es más importante el sentimentalismo, que se vea que Max acepta a su nueva esposa y, sobre todo, la segunda oportunidad que le ofrece la vida. Otra señal que me lleva a esta interpretación es cómo se revela el gran misterio, en boca de Max en una versión..., pero con las pruebas tangibles en otra. No es lo mismo que alguien te cuente su historia que el que la descubras como todo el mundo. Si tuvierais que apostar por una pareja, ¿no elegiríais a aquella en la que el hombre se confiesa desde el principio? Rebecca es una batalla entre dos tipos de amor: el auténtico y el falso. Hitchcock pone mucho hincapié en lo que sería un matrimonio idílico basado en el respeto, el apoyo y la sinceridad, por lo que su Rebecca queda menos idealizada de lo que en la versión de 2020, que consigue que sea Lily James quien se mimetice con ella en lugar de defender su propia personalidad. En general, todos los personajes pasan por el mismo proceso de "endulzamiento" en manos de Hitchcock, con la excepción del primo de Rebecca, Favell, que es peor que en la versión actual. Hasta la señora Van Hopper reacciona un poco más amablemente cuando descubre el romance entre su protegida y Max. Pero si con Wheatley los personajes son más frívolos y secos no es sino una obediencia al punto de vista adoptado por el cineasta, que ha decidido poner toda la oscuridad de la historia en ellos, su personalidad, sus formas, su lenguaje... La diferencia entre ambas formas de concebir el terror salta bastante a la luz con el final, a mi modo de ver mucho más impactante en la versión de Hitchcock que en la de Wheatley, incluyendo la forma de acabar con x personaje. And the winner is... Hitchcock, sin lugar a dudas. Ver primero la versión de Netflix me sirvió para recordar la historia, pero ya está. No fue una mala experiencia, pero también acabé un poco aburrida hacia el final (aunque la trama para mi gusto se alarga en ambas versiones, así que supongo que la culpa ahí la tiene el libro). Wheatley juega bien con los personajes, eso hay que concedérselo; maneja la psicología de forma notable y le otorga a Favell una filosofía nueva que lo mejora, aparte de contar con un reparto bastante guay (Lily como la señora De Winter encaja muy bien. Llega un momento en que su versión se distancia de las demás). También emplea algún símbolo que, para la cola de adaptaciones de este clásico, podemos considerar como idea únicamente suya, como los espejos. Pero por lo demás repite lo que muchos otros han hecho a lo largo de la historia. El problema no es la interpretación ni los aspectos técnicos, sino su dirección, que no destaca más que en lo que acabo de comentar. No es un guion vacío, pero tampoco pleno, y a veces se pasa con el dramatismo. Más pasión no quiere decir más miedo (es algo que los directores del género suelen olvidar con facilidad a veces). Por curiosidad, existe una miniserie de los 90 que no he colado aquí porque no la visto y porque quería centrarme más en Hitchcock. ¿Cuál es vuestra favorita? |
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Marzo 2022
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