Post de Naiara Salinas Empieza la cuenta atrás para el día del libro, San Jordi, y me complace, tras haber visto doscientas y pico películas sobre escritores y un par sobre editores, haber encontrado una sobre uno de los departamentos editoriales más maltratados. Una editorial francesa se prepara para el lanzamiento de su vida: la última parte de la trilogía de misterio Dedalus está a punto de ver la luz al mismo tiempo en todo el mundo. El temor por las filtraciones es tan grande que el editor jefe, Eric Angstrom, decide encerrar a todos los traductores en un búnker con todo tipo de comodidades, donde día tras día habrán de completar la traducción de un número determinado de páginas antes de recibir el siguiente tomo. La situación cobra un cariz dramático cuando, de la nada, comienzan a filtrarse las primeras páginas del manuscrito, lo cual inicia una investigación contrarreloj para descubrir al culpable... al precio que sea. La amenaza está servida. El corte francés de este thriller puede llegar a definir más de una decisión no solo narrativa, sino también estilística. Su director y guionista, Régis Roinsard, partió de la polémica real en torno a la publicación del Inferno de Dan Brown, cuyos traductores también se vieron obligados a permanecer semanas en un búnker hasta completar el texto. Tal noticia conmocionó al sector literario en su momento, a Roinsard poco después y seguramente sorprenderá a los espectadores que se enteren este año por el estreno de este filme. Ese toque de realismo inesperado es el primer plato de un menú destinado a atraer al público más intrigado, que normalmente accede a esta clase de historias desde una perspectiva enteramente ficticia, es decir, la que se limita a jugar con supuestos. Aquí no se supone nada, sino que se admite la factibilidad, basándose en la presión del mercado que muchas veces ha obligado a tomar medidas drásticas en los sectores con menos capacidad competitiva. Esta trama inventada emplea ese contexto para lanzar una crítica abierta contra el sistema editorial. Para mí no es ningún secreto que el trabajo de un traductor está minusvaloradísimo a pesar de que sin él las ventas mundiales caerían como chorros. Tampoco suele estarlo el del ilustrador (¿los próximos en tener una peli propia?). De manera que Roinsard coge un ejemplo excesivo y nos lo expone mediante capas para ilustrar esta realidad tan incómoda. Un argumento como este tiene que tener cada tramo bien planeado. El guion es consciente de su atractivo, pero también de que el espectador no es ningún idiota y buscará las pistas que conduzcan a la gran revelación. Y estas son bastante visibles porque apenas se deja nada al azar. Como pelando una cebolla, en el momento en que se empieza a ahondar en cada personaje, la lista de sospechosos se va reduciendo considerablemente (obviando la trampa al citar el final de Asesinato en el Orient Express, que me callaré por si acaso) y es cuando peligra el plot twist. Por eso, apenas se alcanza la mitad del metraje cuando, de pronto, ¡pam!, la gran revelación asoma y tumba el clímax prototípico del género. Porque al francés no le interesa tanto el quién, sino el cómo y el por qué, y he ahí la parte que acaba enganchando, a través de fórmulas relacionadas con el montaje que construyen un ritmo muy dinámico hasta en la pausa contemplativa (el tercer acto entero es una maravilla). No se libra de la conveniencia de guion (por un plis), pero a rasgos generales es una ecuación bien planteada que todavía se reserva momentos de tensión máxima y un poco de acción disparada. Al final resulta que no le reza a un deus ex machina, sino a la justicia poética, por lo que merece un aplauso. No obstante, antes de llegar ahí hay que destacar sí o sí, una vez más, el juego realista, esta vez desde el punto de vista del reparto. Una vez salí de la sala me detuve a buscar cualquier entrevista o making of que hablara un poco más sobre el proceso de preparación, pues cada actor interpreta tanto en francés como en su idioma original, y algo muy llamativo es que el doblaje respeta esa decisión (solo se dobla lo que iría en francés y el resto se subtitula). No es al azar, ya que el juego de lenguas es una de las claves del misterio (atentos a la escena de "la burla"), así como aliciente de la trama (pues por algo la traducción es el eje), y a través de él Roinsard se recrea en los perfiles culturales de cada país, bien jugando con los estereotipos, bien desmontando algunos (ejemplos: el español tartamudo y torpe, la rusa disciplinada, el griego anarquista, la alemana lógica, el italiano camelador, el inglés joven con mucho potencial...). Es una lectura que puede ser tanto casual y anecdótica como premeditada que no pude evitar mientras seguía el largometraje y me hizo pasarlo mejor. ¿La razón? Estos personajes pasan mucho tiempo encerrados juntos y cuando el editor se pone firme para descubrir al hacker del grupo las tensiones liberan apoyos e insultos por igual que obligan a atacar aludiendo a esos prejuicios. La dinámica de grupo es uno de los desarrollos más interesantes del largometraje, ver cómo estos individuos, a pesar de no conocerse mucho, se hermanan ante la explotación a la que están siendo sometidos o se vuelven contra los demás para salvar el culo. Casi todos los actores proceden del país que representan sus personajes y son caras famosas elegidas adrede por su director, que puso como requisito eso y que dominaran el francés. Es un poco el Eurovisión de la traducción (en el bando español nos representa Eduardo Noriega en un registro nada habitual en él). Por tanto, recomiendo que si tenéis la oportunidad la veáis en VOSE. Porque el francés de Noriega, Olga Kurylenko y Alex Lawther es auténtico y es una delicia verles desenvolverse en él. Por último, como guinda: una película tan cercana a la literatura no puede sino incluir referencias a tutiplén, a veces de forma directa (la mención a Asesinato en el Orient Express ya comentada) y otras, indirecta (el aspecto y la psicología de la traductora portuguesa es una alusión a Lisbeth Salander, personaje de la saga Millenium, que comparte género con Dedalus). Y es que el largometraje no solo vale para criticar el mercado, sino también para valorar la literatura como lo que es: un espacio de expresión libre, de recreación, de aprendizaje y diálogo con el lector. En este filme el diálogo es esencial para la narración. En resumen: trama muy ágil, adictiva, intelectual, crítica (que no controvertida) y reflexiva en torno al negocio editorial que busca ensalzar el trabajo honesto y el amor por las letras a través de unos personajes para todos los gustos cuya relación evoluciona en todas las sendas posibles (uno de los grandes placeres del filme es indagar en cada protagonista y conocer sus motivaciones ocultas. Hay algunos que calan más que otros). La ejecución es tan magnífica que se le perdonan sus pocos errores, aparte de que va muy en la línea francesa de la serie Lupin, con un genio criminal que se adelanta a todo quisqui y le da una vuelta al sentido de la palabra "predecible". Es intrigante y "original" (los franceses, que son muy buenos en el tema). Podría reflexionar también acerca de por qué el thriller es el género protagonista, pero, pensándolo mejor, es como una muñeca rusa que introduce un misterio en torno a otro, lo cual me lleva a pensar que ninguna alusión es casual en realidad y que el guion quiere que sospeches de todos pero te creas la resolución. Muchos adjetivos se le pueden aplicar, pero increíble, en su definición más literal, no es uno de ellos. Conveniencias vale, pero agujeros ninguno. Todo tiene mucho sentido y te lo pasas en grande. Ficha técnica Los traductores (Les traducteurs) 2020, Francia Misterio, dramedia Director: Régis Roinsard Guion: Régis Roinsard, Romain Compingt y Daniel Presley Reparto: Lambert Wilson, Olga Kurylenko, Riccardo Scamarcio, Alex Lawther, Eduardo Noriega, Sidse Babett Knudsen, Anna Maria Sturm, Frédéric Chau Frédéric Chau, Maria Leite, Manolis Mavromatakis, Sara Giraudeau, Rose-Marie Houeix y Patrick Bauchau Puntuación: 10/10 Disponible en: unas pocas salas de cine afortunadas
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Marzo 2023
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