Post de Naiara Salinas En diciembre, lo normal para esta sección es pensar en algo más o menos temático, ¿no? La Navidad, el solsticio de invierno o, como el año pasado, el aniversario de la obra de los hermanos Grimm, etc. Mi plan original, siendo honesta, era recomendar Spider-Man: un nuevo universo, aprovechando el estreno de la nueva. Luego pensé que en realidad esta sección está más bien dedicada a joyas ocultas, joyas controvertidas o clásicos muy, muy del ayer y que esa película la conoce todo el mundo (aunque nunca está de más recordarla porque es una pasada y ahora que he visto Arcane me ha vuelto a la memoria con más fuerza que nunca por su animación tan similar). Ya casi estaba rebuscando clásicos navideños en el baúl de los recuerdos cuando, durante el pasado puente de la Constitución, sucedió algo mágico: una amiga me recomendó con mucha energía (la podía sentir zarandeándome a distancia) esta película recién estrenada y fui a verla al cine con otro amigo. Y salí convencida de que era una de las mejores pelis del año y de que tenía que dedicarle un lugar muy especial. ¿Y qué mejor que este? Peli de un director español, independiente, actores internacionales, pasará desapercibida en la cartelera entre tanto blockbuster... ¡Encaja a la perfección! Basada en hechos reales, El amor en su lugar es un largometraje de Rodrigo Cortés que nos traslada a un gueto de Varsovia durante la ocupación nazi, donde seguimos a una troupe de judíos que interpretan una obra mientras planean una fuga esa misma noche tras la función, pero no todos pueden marcharse. Los nervios están a flor de piel, pero el espectáculo debe continuar... Me resulta muy difícil hablar de esta película sin dividirla en dimensiones o secciones, pero ello conlleva el riesgo de llevarme por una espiral de análisis muy extenso con spoilers a diestro y siniestro y no es esa mi intención aquí (aun así, creo que me extenderé más que en una recomendación habitual. Lo siento, no lo siento). Eso también supone el primer punto positivo, porque una película en apariencia tan sencilla, que no llega a dos horas sin cambiar de espacio ni de elenco, capaz de transmitir tantas cosas... es el reflejo de un poder creativo inmenso. Rodrigo Cortés es mundialmente conocido por largometrajes que no funcionan «al uso», que te venden historias muy originales, dramáticas e intensas, como Luces rojas o Enterrado. Esta no es 100% original, parte de una obra del dramaturgo Jerzy Jurandot y es mejor porque fue real (más o menos). En ella, el orensano, con el apoyo del novelista alemán David Safier, pone la carne en el asador para destacar el arte como ese nicho, refugio o burbuja donde, por unas horas, tu vida puede ser distinta y se puede soñar, inspirar y distraer de la dura realidad. Aunque esto suene muy obvio, es un director que sabe dirigir, que sabe cómo usar la imagen, el montaje, los planos... Al igual que Denis Villeneuve, posee mucha habilidad para generar ambientes que se cuelan en la mente del espectador y no se apartan de ella, con lo que obtiene la inmersión en el relato. Las técnicas de este filme no son innovadoras, pero se ejecutan con una maestría envidiable, empezando por un plano secuencia donde la protagonista, Stefcia, nos guía a través de su gueto impregnado de una base cromática muy fría en sus calles invadidas por soldados nazis, aunque cálida en sus hogares. El recurso secuencial se utiliza más de una vez, pero ninguna como ese momento tan descriptivo. En esta primera escena se vive unos minutos de tensión cuando uno de los soldados de rango superior (no recuerdo cuál) comienza a soltar chistes y fuerza a todo el mundo a reírse bajo amenaza de balazo. El contraste entre los colores y la comedia y el drama es clave en todo el relato, puesto que la trama, en el momento en que se desarrolla en el teatro, se convierte en meta y en una muñeca rusa, dado que vemos a actores interpretando a actores que interpretan una comedia romántica y, para más inri, musical, mientras en la realidad están viviendo todo un drama. Es ahí donde empieza el juego de verdad, en un lugar de luz tenue donde el telón juega un doble papel al dividir, por un lado, el lado real (público) del ficticio (obra) y, por otro, ocultar lo que se cuece entre bastidores, situaciones que harían que toda la magia de la representación se perdiera. Esa idea pende de un hilo durante todo el metraje, puesto que, a pesar de escenificar momentos divertidos, la tensión (manifestada en un leitmotiv sonoro muy uniforme dominado por violines cortantes) nunca deja de estar presente y se acentúa cuando el libreto, paradójicamente, refleja con otro sentido la realidad y las relaciones de este grupo. Los personajes de la obra tienen los mismos nombres que sus intérpretes. Básicamente se están interpretando a ellos mismos en una versión más alegre y pizpireta y cada uno tiene la oportunidad de exhibir su talento y parte de su juicio a lo largo de la actuación. A través de este juego, Cortés nos indica la fina línea que separa ambos mundos, en especial cuando el autor de la obra se inspira en su propia vida y recrea en sus canciones y acotaciones sus sueños más recónditos. Así que si en el libreto hay un enredo amoroso, en la realidad también, pero lo que unos personajes viven cómicamente, los actores lo viven dramáticamente. En dos horas, tanto la Stefcia de la obra como la de la película debe tomar una decisión: con quién se queda (de ahí el título del largometraje, claro que en lo concerniente al guion el conflicto es más complejo, puesto que Stefcia también está eligiendo entre la prisión y la libertad). Una maldita genialidad. Eso también contribuye a valorar como nunca el esfuerzo que realiza un actor en su rol, sobre todo cuando le pilla con la guardia tan baja, cosa que en un sitio lleno de incertidumbre como un gueto ocurre a todas horas. El trabajo del elenco cinematográfico es sobresaliente por todo el rango de emociones que deben experimentar a la vez, poniéndose en la piel de humanos sufridores y nerviosos que deben aparentar lo opuesto «por el bien del show». Y ni qué decir de las canciones. Cortés hace que todos canten en vivo y en directo, desafinen o no (aunque los registros de todos son bastante óptimos y hay grandes voces), y ello dota de más realismo aún a la película. Cómo emplea la iluminación también es otro punto a favor, como en una escena de rabia especial que se vuelve roja (se puede ver en el tráiler). De los rostros encargados de expresar este cúmulo de sensaciones me quedo con la solemnidad y la buena fe de Ferdia Walsh-Peelo, al que tras Vikings y Sing Street me complace seguir viendo crecer como actor; la conflictividad de Mark Ryder (Los Borgia, Robin Hood), el gestionador de la fuga; la ansiedad súper creíble de Valentina Bellè (Los Medici), el avispamiento de Jack Roth (Bohemian Rhapsody, Rogue One) y, por supuesto, mi gran descubrimiento, Clara Rugaard (I Am Mother, Teen Spirit), quien termina llevando el peso emocional central de forma muy digna y galardonable. En resumen: El amor en su lugar es una película preciosa plagada de detalles que convierten la experiencia en un testimonio muy emocionante y sensible, que atrapa, divierte y conmueve como promete el póster. Es increíble la de ideas súper reflexivas que consigue soltar con ese ritmo frenético donde se masca toda la ansiedad por la situación, y si a eso añadimos los giros dramáticos... Esos personajes que viven al límite enamoran y la buena ejecución sobre las tablas te hará quedarte hasta el final de los créditos, ya que la voz de Clara es muy suave e hipnótica. Mazo descubrimiento y, por supuesto, eternamente agradecida a mi amiga. Ficha técnica El amor en su lugar (Love Gets a Room) 2021, España Drama, romance, musical Dirección: Rodrigo Cortés Guion: Rodrigo Cortés y David Safier Reparto: Clara Rugaard, Ferdia Walsh-peelo, Mark Ryder, Valentina Bellè, Jack Roth, Magnus Krepper, Freya Parks, Henry Goodman, Dalit Streett Tejeda y Anastasia Hille Puntuación: 10/10 Disponible en: tu cine independiente de confianza
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Marzo 2023
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