Post de Naiara Salinas «Si los sueños desaparecen, también lo hará la humanidad» Cuarenta y cinco días después del estreno de una de las mejores series del año (y la mejor de Netflix en la actualidad. Fight me), por fin encuentro el valor, la inspiración y el tiempo para escribir sobre ella. The Sandman llegó como un llanero solitario a nuestras vidas: misteriosa, silenciosa, pero eficiente, heroica. También llegó con la majestuosidad de la encarnación antropomórfica onírica que es su protagonista, imponiendo un respeto mudo. Morfeo no necesitaba galantería ni una fanfarria para presentarse ante los humildes mortales, porque todos, tarde o temprano, consciente o inconscientemente, nos dejaríamos seducir por la promesa de su mero concepto. Los sueños, contaba Neil Gaiman en el momento de publicar el cómic que ha hecho historia en su bibliografía, son una parte vital de la condición humana. En el subconsciente se encuentran nuestros anhelos y miedos más profundos, las verdades que no nos atrevemos a reconocer o de las que no somos conscientes. Y desde un punto de vista menos abstracto, dormir es necesario para refrescar nuestra mente, revitalizar nuestro cuerpo y espíritu. Los sueños son el comienzo de la imaginación, la inspiración y, de acuerdo con el lore de este universo, soñamos desde el momento en que aprendimos que la vida tenía un fin, de ahí que Morfeo sea el tercero de los Eternos por detrás de su hermana Muerte, porque, como bien señalaba el aludido, nuestra única esperanza en el Más Allá es soñar con el cielo. Los sueños constituyen la actividad cerebral más misteriosa, pero todos, científicos y humanistas, coinciden en su relevancia y cada cual les da la lectura que creen conveniente. Martin Luther King tenía un sueño que Elvis cantó. Disney fue el que dijo aquello de: «Si puedes soñarlo, puedes hacerlo». Yo también tengo un sueño y es que el 24 de septiembre, durante el TUDUM, Netflix anuncie de una santa vez la segunda temporada de la serie. Este artículo es más que una crítica y un análisis ensayístico: es un alegato, un manifiesto. Lo especial de Sandman A nada que uno se aventure a los primeros seis episodios de la primera temporada de Sandman (nunca entenderé a qué viene lo de quitar los artículos en las traducciones al español) observará que no se encuentra ante un producto típico. Algo que es preciso entender de esta obra es que no todos sus volúmenes contienen una trama lineal per se y entre medias podemos encontrar muchas historietas no necesariamente protagonizadas por Sueño de los Eternos. Es una novela gráfica y al mismo tiempo una antología. Este no es un cómic sobre un superhéroe, sino sobre historias y de dónde surgen. Es más existencialista que activo, sin dejar por ello de lado toda la fantasía, la aventura, la intriga, el romance y demás elementos que favorecen a nuestro enganche. Su gran peculiaridad, su mayor fortaleza, su atractivo, es ese afán por explorar el existencialismo a través de distintos puntos de vista, en diferentes argumentos (eso y que, obviamente, es hija de su padre, por lo que si ya estabais muy metidos en su forma de crear, vincular mitos y religiones y desarrollar personajes no podía quedar olvidada). Morfeo es el núcleo, el nexo donde se unen todas esas historias, pero no se trata solo de él, sino de su reino, aquel donde los seres navegan cuando cierran los ojos. Porque Sueño es más que un ente: es un oficio, una realidad, un concepto, que cada cual identifica y experimenta a su manera, de ahí que presente distinto aspecto para cada uno. Respetar esa esencia parecía básico para conseguir una adaptación ideal, pero también suponía asumir un riesgo de cara a los no lectores, porque implicaba seguir una estructura menos comercial. Sin embargo, condensar los dos primeros volúmenes e incluir un episodio extra con un par de historietas como regalo a los fans de toda la vida no solo ha terminado rindiendo con plenitud en cuanto a la aceptación del público, sino que ha favorecido a presentar el gran tema de esta ficción de un modo más rico, claro y ejemplar. Para mucha gente el éxito de esta adaptación, cuando ya nadie creía en Netflix, ha sido sorprendente. Yo, no lo niego, siempre tuve fe en que sería grande, porque mi fe era Neil Gaiman y a él ya le brillaban los ojitos de ilusión meses antes del estreno. Mientras él trataba de vender su producto tanto a fieles como (en ese momento) no creyentes, yo hacía lo propio entre mi círculo y fue cuando me di cuenta de lo difícil que era hablar de lo que a mí me había producido tanto leer el cómic como escuchar el audiolibro (al menos sin soltar spoilers). Y quizá por eso también he tardado tanto en traer este post, porque no me bastaba con publicar mi opinión. Para mí ver esta serie ha sido en parte un redescubrimiento, como me sucedió con el audiolibro, porque cuando lo tienes todo junto o cuando se añaden los cambios oportunos, encuentras una nueva verdad. Es un fenómeno que siempre sucede cuando retornas a algo tras tanto tiempo, que no lo ves de la misma forma. Las personas evolucionamos conforme vivimos experiencias nuevas y estas influyen en nuestra forma de percibir lo demás. Cuando me adentré en los primeros cómics yo estaba en un momento realmente chungo de mi vida donde necesitaba absorber historias como una droga para escapar de mis pesadillas en el mundo real o incluso poder entenderlas, pero hasta que no me lancé a los audiolibros el año pasado no tenía un cuadro completo de la maravilla que era (de hecho, no tenía un cuadro completo porque nunca llegué a leer la saga entera, ya que iba comprando cómics según los encontraba en librerías o ferias de la ocasión, y no os creáis que en España era tan popular). Con la serie, como digo, tras reverla un par de veces he llegado a conclusiones que antes no tenía. Ya lo anunciaba la voz del narrador: «Morfeo tiene que aprender a cambiar». La serie se enfoca en esa metamorfosis tras cien años de encierro, con un Tom Sturridge más luminoso en su estoicismo con respecto a la versión de los cómics (cada sonrisa que le otorga al personaje, cosa que aumenta conforme avanza la trama, es un regalo, por pequeña que sea, porque es muy rara en él). Su Morfeo no solo aprende a ver a la humanidad con nuevos ojos, sino también a sí mismo a través de ella, cómo su rol influye en cada persona, cada ente, cada hilo del cosmos. Un subconsciente tangible Una vez puestas las cartas sobre la mesa, quedaba lo siguiente más importante. Aún más exhaustivo que encontrar una estructura idónea para que nadie perdiera el hilo narrativo, estaba la recreación de toda esa ensoñación, ese paraje donde lo maravilloso es una constante y poco queda de natural en un paisaje en continuo cambio donde puedes literalmente navegar entre estrellas, atravesar pinturas vivas dentro de una biblioteca que tan pronto como aumenta se desvanece. Ni siquiera en el plano real te libras de la magia, no cuando hay exorcistas, brujos y saltos temporales de siglo en siglo. La fotografía de Will Baldy, Sam Heasman y George Steel es capaz de transportarte desde la primera escena desde tu sueño más fantasioso a tu pesadilla más lúgubre y gore, mediante una composición pensada para hacerte sentir una hormiguita ante un poderoso titán, como cuando Sueño y su bibliotecaria Lucienne atraviesan las Puertas de Cuerno y Marfil o, dos episodios más tarde, el también apodado Sandman se encuentra ante el palacio tétrico de Lucifer. Un acabado visual de lo más peculiar (como esos breves momentos en los que la lente de la cámara se vuelve ojo de pez) para sumergirnos bien en el surrealismo, romanticismo y expresionismo de los que beben la mayoría de los planos (una visión del Ángel caído de Alexandre Cabanel la tenemos, por ejemplo, en Sueño cuando despierta en su jaula). Completan la fantasía el supervisor de VFX Ian Markiewicz y el compositor David Buckley (Nadie, Greenland, Big Eyes, Un cuento de invierno, The Good Wife, The Gifted y Shrek Tercero son algunos de sus títulos más destacables), en cuya partitura se aprecia el sonido épico e (infantilmente) encantador de las viejas leyendas y cuentos de hadas en armonía con el ocultismo que encierra la parte gótica y crudenta de la trama (mucha reminiscencia a clásicos de los 80-90 aquí). Mención especial para el tema principal (una presentación de diez) y el de Muerte, el más sentimental y conmovedor de todos, como una nana que te tranquiliza antes de enviarte a tu sueño eterno (*guiño, codazo, guiño*). Cada episodio cuenta con sus propias estrellas, su propio estilo, su propio tema y, por ende, su propia moraleja, con lo que todos aportan un matiz diferente a la interpretación del Sueño. A partir de aquí sí hablaré con SPOILERS (nota: aunque es cierto que he ido leyendo y viendo muchos análisis interesantes de la serie, al final me he basado en mi percepción y nada más, porque si no me iba a volver loca para resumir todas las ideas. Cualquier coincidencia con cualquier otro comentario es fruto del ingenio de dos mentes en sintonía y ya). El sueño injusto Como decía, la unión de Preludios y nocturnos con Casa de muñecas, pasando por País de sueños, nos permite disfrutar de dos viajes diferentes, uno más terrorífico donde se pone en boga las ambiciones de una humanidad dispuesta a tergiversar sus sueños, frente a otro que explora con más profundidad el lore en medio de una aventura curiosa, ambos cuestionando continuamente el papel de su monarca eterno. Y es que los sueños y las pesadillas contienen un abanico extenso de capas. Se puede soñar con lo imposible hasta la desesperación, que es lo que lleva a Roderick Burgess a encarcelar su ambición y no dejarla escapar (un atrapasueños literal). Así detiene su vida, ya que su único móvil es obtener su sueño, su deseo. Morfeo no lo mata directamente, pero en cierto modo le provoca su perdición. Algo parecido sucede cuando Lyta Hall se aferra al fantasma de su marido. Los sueños nos permiten reencontrarnos con nuestros seres queridos fallecidos, pero una cosa es eso y otra pretender invertir la muerte. Ciertos anhelos solo provocan sufrimiento para las dos partes; no merece la pena anular tu vida por eso. La moraleja: hay sueños que, por mucho que duela, hay que dejar ir, o te perderás con y en ellos. El pasado no se puede cambiar. «¿Para qué nos sirves?» Uno de los hachazos más duros que recibe Morfeo viene de Johanna Constantine cuando ambos observan las secuelas de la arena mágica en la pobre Rachel, que solo se mantenía viva a través de sus sueños (justo el efecto contrario a lo anterior). Cuando el rey de las pesadillas está dispuesto a marcharse sin ayudar a la víctima, su acompañante le enfrenta con esa pregunta. Habla una mujer que lleva siendo atormentada por una pesadilla, un trauma, mucho tiempo y que no siente agrado de encontrarse ante la presencia del que tiene poder para quitarle ese mal y no lo hace por... ¿Por qué? ¿Por gusto? ¿Por orgullo? Si bien esto no es del todo así, nadie puede negar la soberbia del señor de los sueños, que solicita ayuda como amo a un perro durante la caza en este capítulo. Superficialmente se podría decir que el conflicto de esta temporada es que Morfeo recupere su poder y restaure su reino, pero con esa frase Constantine adelanta lo que luego carcome a nuestro protagonista hasta llevarle a un banco de Londres a alimentar a las palomas. Una función gira en torno a un propósito y un propósito es una meta con la que se sueña en el fondo. En este momento podríamos preguntarnos: ¿con qué sueña un sueño? Durante eones, el papel de Morfeo estaba claro, pero ¿qué es lo peor que puede pasarle a un ser inmortal? Que se canse, que se aburra de siempre lo mismo. El primer viaje, aunque le cause dolor de cabeza, también le llena porque le obliga a salir de la zona de confort, salir de la rutina y buscar un nuevo objetivo. Cuando eso termina, se siente vacío. Ahí es donde entra una de las lecciones más hermosas que tenemos en la saga, cuando Muerte se lo lleva de paseo y le enseña el valor de su trabajo y cómo eso debería bastar. El sexto episodio se divide en dos partes y es conmovedor cómo la segunda ilustra exactamente aquello que afirma Muerte y anhela Sueño, a través del personaje de Hob Gadling, un hombre que no quiere morir. Sueño opina que es de imbéciles desear la inmortalidad (porque ni siquiera él la disfruta y, por supuesto, no es un imbécil, EJEM), pero Hob le sorprende siglo tras siglo experimentando de todo, disfrutando de y sufriendo por lo que la vida puede ofrecer: los cambios. En Hob Morfeo encuentra otra inspiración, porque, al igual que el Hijo Pródigo que se menciona en ese mismo capítulo (y cuya identidad no revelaré por respeto a los no lectores, aunque es obvia), él no se aburre, vive como hay que vivir, con lo bueno y lo malo, la salud y la enfermedad. Como Constantine, Muerte le baja del pedestal enseñándole que es gracias a humanos como Hob por lo que existen, que los Eternos no están por encima, sino a su servicio y, en el fondo, aspiran a lo mismo. Así pues, ¿para qué sirven los sueños y las pesadillas? Toca retroceder. «¿Qué poder tendría el infierno si los que están aquí no pudieran soñar con el cielo?» Dos veces Morfeo se planta al comienzo de la serie y se empodera. La primera es cuando se enfrenta a Lucifer. El ángel caído le hace ver desde el principio lo indefenso que está en su territorio sin sus bártulos. Y aun cuando Morfeo gana el duelo y recupera su yelmo, sigue estando por debajo del rey demonio, que lo amenaza con encarcelarlo también y apoderarse de su reino. De modo que Sueño saca de nuevo su última baza: la esperanza. Lo único capaz de derrotar a la oscuridad, la antivida, aquello que jamás puede morir. Los sueños son esperanza. Se lo recuerda el alma de Nada cuando desde su celda clama que jamás la perderá, que algún día sabe que él la perdonará y podrá marcharse de ahí. Desde ese momento (y sin faltar al papel clave de Matthew como animador en la batalla), Morfeo sabe que tiene la respuesta, el arma más poderosa para vencer a Lucifer. ¿Por qué? Porque tiempo atrás ellos también fueron soñadores, inspiradores, dadores de luz. Ni siquiera ellos pueden negar la esperanza que tuvieron una vez de salir de ahí, o incluso soñar mediante el recuerdo. En esta saga, a menudo las cosas se definen también por su opuesto. El Infierno existe como castigo amargo, pero no tendría razón de ser sin el Cielo, porque la desesperanza se define por la esperanza y Sueño se define como opuesto a la realidad. La moraleja, parte 1: la esperanza alimenta los sueños hasta que se convierten en lo mismo, aquello que nos impulsa. «Mentiras no, John. Sueños» El siguiente empoderamiento llega con el peor de los villanos de esta temporada, el más retorcido pero también el más amable, el más humilde y el más auténtico (sí, todo eso cabe en la definición de villano): John Dee. Como muchos, John es una consecuencia del peor delito que se ha cometido contra su persona, en su caso las mentiras. John sueña con un mundo donde la humanidad muestre su verdadero ser, pero, debido a su sufrimiento, considera que ese verdadero ser es una atrocidad, una aberración. Acusa a las personas con las que se encuentra de hipócritas y utiliza el rubí de Morfeo para desatar los horrores más perversos. El monólogo: «Yo solo he purgado las mentiras, lo demás es cosa vuestra [...] Ya no tenéis por qué fingir más, podéis tener lo que queráis. Os he ofrecido un mundo donde podéis ser vosotros mismos sin sufrir por ello, pero veo que os gusta sufrir. Si eso es verdad, puede que el sufrimiento os haga libres. La verdad es un fuego purificador que consume las mentiras que contamos a los demás y las que nos contamos a nosotros mismos». John cree que los sueños mienten y no le falta razón porque no son reales, en teoría. Su razonamiento recuerda un poco a lo que afirma el Corintio en su discurso a los asesinos en serie: «Yo os veo, os veo tal y como sois en realidad y quiero que vosotros también lo veáis, así que hacedme un favor: cerrad los ojos y veos como os veo yo», con una sutil diferencia, porque John piensa como un humano atormentado y el Corintio, como una pesadilla que atormenta y al mismo tiempo inspira, así que al menos él sabe de lo que habla. Pero he aquí la respuesta de su oponente: «--El rubí saca a la luz la verdad. La humanidad es así. --No, te equivocas. --Se mienten a sí mismos. Todo mentiras. --Mentiras no, John, sueños. Sus sueños los inspiran, los mantienen vivos. Pero si les robas sus sueños, les robas la esperanza, entonces sí, esta es la verdadera humanidad». El papel de los sueños no es engañarnos, sino revelarnos deseos y temores recónditos, ofrecernos un conocimiento, un objetivo, no solo una distracción. Por tanto, la segunda parte de la moraleja: necesitamos sueños para vivir, pero también para ser humanos. Los sueños muestran nuestra mejor cara. Sin ellos solo habría caos y destrucción, oscuridad. «Hasta una pesadilla puede soñar» Uno de los personajes que más me sorprendieron fue Gault, la pesadilla cambiante (veo un chiste aquí). Fue creada para «no ser fiable», dado que siempre alterna su forma, como Mística de los X-Men. Esa flexibilidad puede que fuera la causa por la que Gault decidió cambiar de objetivo y dejar de aterrorizar para hacer más llevadera la vida del pequeño Jed Walker. Llegada esta parte de la trama, tras todo el sermón de Constantine, de Muerte, de Hob, de Lucienne y hasta de Matthew, una/o/e esperaría que Morfeo por fin hubiera bajado los humos y aceptara el cambio de perspectiva como justo y necesario, ¿no? Pues nanai, el Eterno se aferra a sus principios como el aceite a la sartén: que si no elegimos cómo nos hacen, que si una pesadilla solo puede inspirar a través del miedo, bla bla bla... Como para decirle: «Oiga, señor, deje de comer limones, que le veo amargado», porque nadie le insulta y aun así el monarca castiga. Es en este segundo tramo donde Morfeo debe asumir que su liderazgo necesita actualizarse, que lleva fuera mucho tiempo y la gente, aparte de declarar la anarquía, ha decidido aprender nuevos hobbies. Es justo como dice la canción de Enredados: «Aunque rompa alguna pierna, soy también de los que sueñan. Mi sueño quiero un día realizar». Cuando Morfeo persigue a los Arcanos, cada uno señala una causa para su rebelión bastante legítima. El Campo del Violín quería explorar e interactuar con la humanidad en su mundo, algo parecido a lo que ansiaba el Corintio, que fue creado como un reflejo oscuro de lo que las personas se negaban a afrontar. La gracia de estas motivaciones es que defienden la emancipación de la creación sobre el creador. Es cierto: nadie elige cómo nace, pero sí cómo vive. El caso más claro es el de Gregory, la única pesadilla a la que, hasta ese instante, se le había permitido mudar su función y ser una mascota más. Así, la moraleja es: todos tenemos derecho a evolucionar como seres independientemente de nuestro origen. «Los sueños son un eco de los deseos y la desesperación» Ay, qué malo es recibir críticas de tu propia familia, ¿verdad? Ya se anticipaba que los Eternos no eran precisamente una muy unida, pero al conocer a Deseo se confirmó. Odia su situación inferior con respecto a su hermano y no duda en arrastrar a su gemela a sus conspiraciones. Cuando Muerte se conforma con una reprimenda bien dada, Deseo y Desesperación la lían gorda y meten a Sueño en berenjenales que fuerzan su paciencia, empleando como justificante la afirmación destacada y, por si nadie había pillado mis referencias «sutiles» en los párrafos anteriores, para colmo también es cierta. ¿Por qué entonces Morfeo está por encima? Tendemos a pensar en los deseos como algo superficial, algo de lo que somos conscientes, pero no siempre tiene que ser así. Lo natural, de hecho, es que la mayoría de las veces no tengamos claro qué queremos. Ahí es cuando volvemos a la conclusión que refuta lo clamado por John Dee: nuestra mente y nuestro corazón son un iceberg en el que la punta es el consciente y lo sumergido, el subconsciente. Y en él se encuentra la verdad, toda la profundidad que nos enriquece. Cuando no somos conscientes de algo, nuestro subconsciente nos lo suelta a traición muchas veces. Por otro lado, si no fuéramos capaces de soñar con otras posibilidades, no tendríamos impulsos, el deseo de alcanzar esas metas, como tampoco la desesperación en tiempos de frustración al no lograrlas. Esa es la moraleja. «Si soñamos los suficientes, podemos cambiar el mundo» El episodio extra también tiene su jugo. Dos historias autoconclusivas que nos entroncan con la faceta inspiradora de los sueños con más claridad que cualquiera de las anteriores. En un caso asistimos a una narración por parte de una gata sobre cómo el gran Gato Negro le reveló en sueños la causa de su sino y cómo cambiarlo. El detalle de este relato es el ensalzamiento de la figura del cuentacuentos, que emplea solo sus palabras, su testimonio, para inspirar a los que escuchan. Básicamente este capítulo se dedica a mostrar el poder de las historias, más que de los sueños de los que parten. Es habitual que Neil Gaiman use sus volúmenes más antológicos para divagar en torno a lo que interesa a todo literato: por qué se cuentan cuentos, por qué narramos desde los orígenes del pensamiento. No solo vamos en pos de la revelación, la ilustración, el conocimiento, la sabiduría. Absorbemos historias porque nos gusta que nos inspiren, que nos agiten, que revuelvan nuestro interior. Si creemos que es posible, viene a decir la gata siamesa, podemos lograrlo (aquí le roba el discurso a Disney, pero se lo concedemos). El segundo relato es la cara oscura de esa misma moneda: el esclavismo hacia el inspirador, el escritor supeditado a la opinión pública cuya creatividad se ve encadenada, atrapada (literalmente). Calíope, una de las nueve musas, la inspiración encarnada, es profanada por un autor escaso de ideas. Este episodio es una crítica contra el robo por un lado; por otro, es la exposición de los demonios internos de cualquier creador en bloqueo. Viene a señalar que cuando algo no es auténtico, cuando no viene de ti, el fracaso es el único destino viable. Para poder ser inspirado tienes que estar dispuesto a inspirar: solo de ahí viene la literatura de verdad, no de palabrería elaborada. Es así como Calíope termina erigiéndose tras recibir el apoyo de Sueño. Ambos ejercen la misma función, pero ella actúa directamente sobre los escritores y en cuanto ve que el sistema está marchito, toma las riendas para mejorarlo. También la gata de antes se siente una esclava. Ambas se plantan con firmeza: nunca más. Este episodio como cierre de un ciclo funciona de maravilla, conecta con fuerza con el piloto clamando esa libertad soñada. La moraleja: las historias que se sueñan inspiran otros sueños que mueven el mundo. Gracias a esa inspiración el mundo avanza, los oprimidos se revolucionan e instauran el cambio justo y necesario. ¿Ha sido la serie un éxito? Indiscutible. ¿Podría haberlo sido más con una campaña publicitaria más exhaustiva o un sistema de estreno semanal? Tal vez. ¿Tendremos esa ansiada renovación este sábado? Deberíamos, simplemente porque miles lo hemos soñado e intentado hacer posible y si muchos lo soñamos... ya sabéis (#ElSueñoDeUnMillónDeSeriéfilos).
Aquí me despido, soñadores. ¡Hasta la próxima!
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