El Internado Las Cumbres: vuelven los misterios de un reformatorio para los jóvenes de hoy en día2/22/2021 Post de Rosana Rábago ¡Hola, hola, allscreeners! Aquí estoy para hablar de El Internado Las Cumbres, el nuevo reboot de nuestra querida El Internado (Antena 3, 2007-2010) que llegó el pasado viernes a Amazon Prime Video con su primera temporada de ocho episodios. Así que, a partir de aquí, dejo el cartelito de “POSIBLE SPOILER ALERT” así que seguid leyendo bajo vuestra propia responsabilidad. Cuando vimos la serie, Naia me propuso comenzar el post con esta frase: “Primero fueron las luces… Luego empezaron los crímenes”, una declaración que ya hacían en la original pero que también es aplicable a Las Cumbres, ya que son unas luces las que indican que habrá crímenes y algo que también demuestra desde el principio las similitudes entre ambas. Y es que una de las críticas que más leía a medida que marcaba la casilla de “visto” en TV Time es que era idéntica a El Internado original. Algo que, también digo, es lo esperable en los reboots que, según la web Fuera de Series, es una “serie que toma como premisa general la misma que la de la serie original que adapta, pero que partiendo de esa base reescribe su propia historia”. Con lo cual, a mí las similitudes no me molestaban, sino que me parecían la forma de honrar a la original, al igual que el cameo de Yon González y Blanca Suárez como Iván y Julia, donde nos hablaban de la Laguna Negra en una entrevista televisada y dejaban el pequeño detalle de haber llamado a su hija Carol. Eso sí, esperaba más de este cameo y pido que vuelvan en las temporadas sucesivas. Pero volviendo a las Cumbres, hay que reconocer que es ligeramente distinta a la Laguna Negra. En las Cumbres torturar a los niños es el pan nuestro de cada día (de hecho ni a los niños, porque en toda la serie no se ve a ningún niño que no sea Alba y sabemos que ella no se está formando en el internado) y las neveras son el menor de todos sus castigos. También digo que para ser un reformatorio, la vigilancia brilla por su ausencia. O, más que la vigilancia, el que sea efectiva porque he visto a Amaia escaqueándose de los saltos en gimnasia durante toda la serie y era facilísimo escaparse cada noche. La única que era complicada era la primera y cuando les pillan en lugar de aumentar la seguridad, la cosa sigue igual. No es lo único que rasca en la serie. Es cierto que se ve desde el principio que los adolescentes son problemáticos pero de ahí a simplemente insensibles hay un gran paso. Y eso queda reflejado en el primer crimen, donde vemos una escena de sorpresa y listo. ¡Venga ya, que acaban de matar a una niña y están venga a pasar cosas cuestionables! ¿Qué es eso de seguir investigando como si nada y no tener ni una sola escena de duelo o de plantearse seguir resolviendo el misterio? Pero bueno, parece que aquí el fin justifica los medios y es más importante salvar a Manu que su propio pellejo. Volviendo a los personajes y comenzando por el alumnado, la verdad es que Naia y yo nos lo hemos pasado pipa buscando a su referente en El Internado original y es que al final acordamos que era un popurrí de todos. Pero así, de buenas a primeras, decidimos que Amaia era Julia; Paz tenía cierto aire a Carol; Paul claramente era una mezcla Marcos e Iván (más tirando a Iván); Eric decidimos que era Roque; Julio lo identificamos con Cayetano (también, basándonos en el final de Rita, ella podría ser también un poco Cayetano); Adéle era Vicky y Manuel decidimos que era Alfonso. Bueno, Inés también nos recordaba a Julia. Lo dicho, un popurrí. En cuanto al profesorado, vimos a Elias como Hector (aunque su final es claro homenaje a Carol); Elvira era María (por cierto, salto el de Mina el Hammani de alumna en Élite a profesora en El Internado Las Cumbres), León era Fermín y Mara era Jacinta (aunque una Jacinta versión muy oscura). Ah, y Darío claramente es el malo malísimo a quien podríamos equiparar con Noiret, el padre de Iván en la original. Acaba de conseguir que una joven que claramente iba a casarse (con lo cual en edad de estudiar no está) se crea que es su hija muerta y la tortura todo lo que quiere y más solo por el bien del proyecto científico. Y es que la ciencia vuelve a ser aquí la gran enemiga de los chicos de El Internado Las Cumbres. Y es que si en La Laguna Negra tenían que enfrentarse a los Laboratorios Ottox donde medican a niños superdotados para tratar un virus mortal, aquí son los contrarios (los afectados por TDAH) a probar un medicamento de los Laboratorios Corax para tratar esta enfermedad infantil consistente en un déficit de atención e hiperactividad. De hecho, el Proyecto Géminis y la Logia de los Cuervos fijo estarán conectados y sino, tiempo al tiempo. Porque ya se sabe que, “primero fueron las luces… luego los crímenes” y si ya sucedió en el Proyecto Géminis, poco tardaran en conectárnoslos con la Logia de los Cuervos. Pero tocará esperar a la segunda temporada de la ficción para confirmarlo y ver cómo siguen las parejas que se han ido formando (Amaia y Paul; Adéle y Rita; Eric, Paz y Julio; Inés con León; Mara y Darío o Elvira y Elias) que aunque poco hemos hablado de ellas, también han sido claras protagonistas. Pero eso lo dejamos para otra ocasión. ¿A vosotros, también os ha gustado El Internado Las Cumbres? ¿Os habéis atrevido a volver? Y no podíamos acabar este post sin decir que nos ha parecido precioso las localizaciones de nuestra tierra (de hecho ya tenemos pendiente un lugares de rodaje en El Monasterio de Leyre que es el lugar donde han creado Las Cumbres) y que estamos muy orgullosas patrióticamente del “Corre” de Natalia Lacunza que sonó durante los créditos de esta primera temporada y que os dejamos aquí. ¡Nos leemos pronto, allscreeners!
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Post de Naiara Salinas *Flashback* Diciembre, 2020 Naturalmente cuando acabé con Bly Manor y por fin la digerí (un mes me costó, como comentaba), le di una oportunidad sin dudar a esta (bueno, hubo un titubeo inicial). Al principio seguía siendo del team Bly Manor, pero cuando acabé me di cuenta de que estaba ante dos historias diferentes y no podía compararlas, es decir, no era justo. Es cierto que Hill House es mucho más impactante e intensa (el equipo tiró la casa por la ventana y por eso se volvió fantasmagórica) y Bly Manor más emotiva, pero se debe a que cada una tiene su visión única de los fantasmas y de cómo se tienen que relacionar con ellos los personajes. Con esta lo pasé peor, estaba más tensa y me escondía a la menor sospecha de susto, pero igualmente me fascinó (¡pedazo episodio 6 que se marca!). Tengo todavía tantas cosas que decir de las dos que valga este post como una promesa de que volveré. No he acabado contigo, Mike Flanagan. *Fin del flashback* Bueno, qué bonito es cumplir propósitos de Año Nuevo, ¿verdad? Al lío. Historia de un viaje por la literatura gótica Un 12 de octubre de 2018, coincidiendo oportunamente con un puente festivo en tierras españolas, aterrizó en Netflix una de las series más ambiciosas de su catálogo, su primera propuesta original verdaderamente terrorífica (y si hubo alguna antes, se quedó en un pobre intento en comparación). Oscura, dramática... El marketing cundió como nunca y en pocas semanas todo el mundo hablaba de ella y retaba a sus amigos u otros usuarios a adentrarse con valentía en esta historia, a ver si conseguían llegar enteros al final. La maldición de Hill House se convirtió en el éxito otoñal de ese año, prueba más que suficiente de lo que cunde la estación a la plataforma, que hace unos meses por las mismas fechas estrenaba series como Gambito de dama y Ratched que han acabado en los premios de este año. ¿Quién dijo maldiciones? Tan alto la ponían, que yo, una joven más joven que ahora y gallina anti-terror, la descarté ipso facto. Basada en una novela de Shirley Jackson, decían. Calidad elevada, decían. Y por eso me temía que fuese a ser como esas películas de terror de éxito, tipo Expediente Warren (con la que sigo sin atreverme). Porque, claro, para juzgar como "grande" a una serie de terror eso significa que debe dar miedo del severo, ¿no? Ay, inocente de mí, qué poco sabía entonces sobre el género. Tuvieron que ser mi interés por la literatura clásica victoriana (yo fiel siempre) y mi mejor amigo de internet, YouTube, los que me acabaran convenciendo de cuán equivocada estaba al sacar conclusiones precipitadas. Porque dos años después el mismo artífice de tal adaptación resucitó otra de entre los muertos. No estaba muy familiarizada con la obra de Jackson, lo reconozco, pero Henry James era un tipo que sin duda despertaba mi interés. Lo habían mencionado en varios libros que me gustaban (algunos de ellos sobre criaturas sobrenaturales, por supuesto) y me había intrigado la relación que descubrí entre Otra vuelta de tuerca y la película Los otros, de Amenábar. Con semejante panorama, me encontré investigando un poco más a fondo sobre esa adaptación que preparaba Flanagan. Aunque, siendo justa con la verdad, ese interés cada vez más creciente no se hubiera retroalimentado de no ser porque justo un año antes, en 2019 (lo que llamaré mi "despertar horroroso"), empecé a devorar películas de terror, tanto en casa como en el cine. En las salas, más concretamente, lo que fui a ver fue Doctor Sueño, dirigida por el mismo tipo que protagoniza esta review. Lo que hizo me dejó tan a cuadros que empecé a plantearme que sabía lo que se hacía, que no era un esclavo de las convenciones, que le interesaba algo más que provocar el miedo: le interesaba explorarlo. Explorarlo como el mismísimo Henry James en su obra. Tal vez La maldición de Hill House fuese mucho para mí en su momento, pero Bly Manor... Esa sí que la podía visitar. Que me aspen si nunca he conectado tanto con James. Y, cuando caí rendida ante una, me dije que ya era lo bastante fuerte para abrir también las puertas de Hill House. Y aquí estoy. La sensibilidad del terror "Un fantasma puede ser muchas cosas: un recuerdo, un sueño, un secreto, lamento, rabia, culpa. Pero en mi experiencia, la mayoría de las veces un fantasma es un deseo". Steve Crain A partir de aquí, como lectores tenéis que suponer que siempre que me refiera a ambas miniseries como un conjunto pensaré primero en Bly Manor porque fue mi iniciación. Y lo que más me sorprendió al verlas fue... la ausencia de miedo. Claro que iba en guardia en cada episodio; claro que tenía la manta preparada para esconderme debajo; claro que me llevé algún susto; claro que, exceptuando algunos episodios, procuré verlas de día (lo cual dio igual porque acabé obsesionada y desvelada de cualquier manera). Pero, al acabar, me encontré con el corazoncito más encogido por pena y admiración que por pánico. Y es que, como comentaba en el apartado anterior, Flanagan no aterroriza y ya está: explora, ofrece una visión bastante introspectiva, intimista incluso, de ambas historias, que abordan muchísimos traumas más allá del acoso fantasmagórico. En La maldición de Hill House se nos introduce a una familia numerosa, los Crain, que se instala en una mansión temporalmente mientras los padres la reforman para venderla. Pronto los fantasmas empiezan a acosar a la matriarca y un suceso provoca su muerte y la huida de los supervivientes, que años más tarde arrastran el trauma de aquel acontecimiento. Mientras tanto, La maldición de Bly Manor nos relata una trama de sobra conocida por cualquier lector o espectador de las historias de fantasmas: una mujer llega a una mansión para ejercer de canguro de dos niños huérfanos muy raritos cuyo tío no puede vigilar. Y, ahí, se desatan varios episodios que le hacen plantearse más de una vez su renuncia. La primera comprende un guion mucho más libre sobre su original literario (si queréis ver una versión más literal de la novela, os recomiendo la película de 1999); la segunda, menos. Y eso está bien. Más que bien, está "perfectamente espléndido" (*guiño*). Porque Flanagan no se limita a contar o adaptar, sino que materializa su visión de ambos textos, sus propias ideas sobre la muerte, la vida, el Más Allá, los asuntos pendientes, etc., etc. Es un narrador nato que se hace con estas y más historias y solo por eso puedo explicar que al público les llegue al alma y les haga suspirar y llorar además de encogerse o botar. Los cuentos de fantasmas tienen algo que los distingue dentro de su género: una melancolía que subyace a las palabras sobre esas almas que no han completado su vida y son incapaces de avanzar. Ojo, no digo que todos los fantasmas sean así (véase Casper). Pero si habéis visto Soul, entenderéis por qué el Más Allá es tan importante. La sola idea de quedarse atrás se convierte en un sueño muy difuso en el que te pierdes hasta tocar fondo. No es una idea nueva, pero Flanagan se atreve a tratarla de frente, sin indirectas. Se las ingenia para aunar todos estos temas en dos miniseries sublimes, y no por ello otros elementos obligatorios pierden fuelle. En el ojo de la víctima ¿El truco para este enriquecimiento narrativo? Una trama al servicio de los personajes, cuyas relaciones son el eje central: sus sentimientos, sus pensamientos... En Hill House esto es más evidente, por cuanto que cada capítulo está dedicado a un personaje y el guion se (des)compone como un puzle que se va completando de a pocos, dado que seguimos la trama principal desde diferentes puntos de vista y, al mismo tiempo que conocemos a esos protagonistas, vamos llenando los huecos del misterio y obteniendo las respuestas que nunca deben faltar en un thriller. En Bly Manor este juego se repite, aunque con menos ahínco, cosa que atribuyo sobre todo a la popularidad de Henry James sobre Shirley Jackson, lo cual parece que dio pie a más convencionalidades. Ahora bien, Otra vuelta de tuerca me parece un libro que ya venía con esos atributos, por lo que a la hora de adaptarlo quizá no necesitase tanta renovación, quizá ya se amoldaba a lo que Flanagan tenía en mente para con sus fantasmas. No digo que Bly Manor no tenga elementos originales (la historia de la dama del lago, por ejemplo, o de la jardinera), pero encajan de forma distinta. No obstante, Flanagan desarrolla al máximo las relaciones humanas en sus dos trabajos. Maestro del terror con bastante experiencia, utiliza a cada personaje para plantear un conflicto o una reflexión en torno al mismo tema, la muerte, y las conexiones entre ambas son tan fuertes, incluso partiendo de fuentes diferentes, que las podemos agrupar en un único universo de espectros, lo mismo que American Horror Story. Al principio no creí que Hill House me fuera a encandilar tanto como Bly Manor, pero he acabado abrazando a las dos (y hasta le concedo a la primera la matrícula de honor en producción). En ambas miniseries el trauma tiene un peso importante y es lo que justifica los miedos de cada protagonista. Pero en Hill House se compartimenta en los hermanos Crain, representando cada uno una de las cinco etapas del duelo, en orden de mayor a menor: Steve como la negación; Shirley como la ira; Theo como la negociación; Luke como la depresión y, finalmente, Nell como la aceptación. Por su parte, los progenitores son los que afrontan la mayor batalla contra la maldición, tratando de proteger a sus pequeños. Y se trata de una batalla ante todo mental, porque pugnan las voluntades. Vemos cómo el padre renuncia al amor y la confianza de sus hijos por mantenerlos lejos de todo mal, mientras que la madre, no queriendo separarse de ellos, los atrae hacia él. El conflicto en Bly Manor tiene que ver más con la confianza, lo cual es más duro porque los personajes no componen una familia como los Crain, no han hecho frente juntos al mismo trauma; cada uno tiene su pasado, sus secretos, y de lo que se trata es de aprender a unir fuerzas contra un enemigo común. Los Crain tienen que superar su duelo para derrotar a la maldición, pero los trabajadores de Bly Manor maduran al mismo tiempo que superan esa maldición. En ambos casos, la confrontación del miedo es la clave, y para hacerlo necesitan llegar al estadio de Nell Crain: la aceptación. Por eso la benjamina es la más fuerte de todos (y la que mejor interpretación se marca, por cierto. Todos los aplausos para Victoria Pedretti, por favor). Ahora bien, los humanos no son las únicas víctimas. Ante todo, vemos que el peligro está más en la mente que en la realidad, por lo menos en Hill House, donde los fantasmas son más una trampa conceptual que en Bly Manor, donde tienen más dimensión, más profundidad, a través de la historia de la dama del lago, que es un ejemplo de lo que comentaba antes en referencia al estado inhabilitado de las almas Flanagan presenta muchas líneas argumentales trágicas, pero no se queda llorando todo el rato. Sus guiones encuentran el equilibrio entre el espanto, la pena, la ternura y la gracia. Se trata de familias que se separan y vuelven a encontrarse, de amistades que se forjan, de descubrimientos... Todos los personajes maduran y por eso son tan bellos. Parece mentira que con un panorama así el público pueda reírse, pero si no fuese así no tendríamos un recopilatorio de los momentos más divertidos, o una versión cómica del tráiler. Otra cosa por la que alzar los pulgares es que no por centrarse en estas relaciones el misterio es una patata. Flanagan JAMÁS deja atrás el misterio. Pero este son los propios personajes.
Además, como comento, la producción es de sobresaliente. Las historias pueden ser más o menos conocidas, pero la técnica es absolutamente original. Hill House emplea en su sexto episodio un plano secuencia que hiela la sangre de una forma que solo he visto en 1917. La inclusión del narrador le da el toque literario definitivo. Se juega con el etalonaje, con los planos... Y la música es DIAMANTE EN BRUTO, la expresión sonora de la sensibilidad del horror. Unas notas que cautivan, que estremecen, con su punto clásico y melancólico, pero también apaciguador. Conclusión: si todavía no les habéis dado una oportunidad a Las maldiciones, deberíais. Calidad en la estratosfera. A los amantes de los fantasmas os van a encantar porque está llena de homenajes secretos. He hablado. |
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