Post de Naiara Salinas El pasado viernes se estrenó en Netflix una de las propuestas otoñeras que más me habían llamado la atención, principalmente por su protagonista, Anya Taylor-Joy, una de las grandes estrellas jóvenes de la década que con cada papel al que se enfrenta parte más la pana. En El gambito de dama (o The Queen's Gambit) interpreta a Beth Harmon, una huérfana de los años 60 que se convierte en una genio del ajedrez y cuyo orgullo y competitividad alimentarán su deseo de luchar por ser la campeona del mundo (la Ash Ketchum del ajedrez que quiere ser la mejor), mientras lidia con severos problemas psicológicos a raíz de su obsesión por la droga y el alcohol. Esta miniserie de siete capítulos que adopta como título el movimiento de ajedrez favorito de su protagonista parte de la novela homónima de Walter Tevis y, aunque no es un biopic per se, podría pasar por uno por la forma en que se desarrolla la vida de Beth, desde su infancia en el orfanato hasta su vida adulta y su ascenso simultáneo en el mundo del ajedrez. Un proceso bastante familiar para todos los que conocen el género y la trama de "genio" que aprende un deporte o una actividad y la desarrolla hasta su límite superando los obstáculos que le pone la vida (que en este caso son unos cuantos). La chica demuestra tener un buen par de ovarios desde la primera escena como niña, amoldándose al carácter introvertido, observador, frío y calculador pero también viperino de todo buen genio, lo cual no impide que durante su estancia en el orfanato trabe amistades con otros marginados, como la afroamericana Jolene y el señor Shaibel, el bedel que le enseña a jugar. Algo muy llamativo de estas relaciones es que, por muy seria que perfilen a Beth, dejan que tenga sus momentos de relax, que de vez en cuando afloren sus emociones y su empatía. Aunque por fuera lo parezca, no es un personaje 100% egoísta, capaz de todo tipo de jugarretas por salir victoriosa. Tiene principios, que vienen en buena parte por la educación indirecta que obtiene a raíz de sus partidas con el señor Shaibel y por su propio trauma, al venir de una familia desestructurada con una madre que no le prestó el suficiente cariño y hasta quiso matarla en un accidente. Beth sabe aprovechar lo que le otorga la vida, ya que siempre se ha resignado a vivir con muy poco. El problema es que una vez que empieza a ganar, ya no quiere perder. Es un personaje psicológicamente muy rico, ya que a pesar de tener que soportar "la maldición del genio" con problemas para lidiar con el rechazo o la pérdida, no es una sociópata como Sherlock Holmes, ni una estirada o una antisocial como Sheldon Cooper; de hecho, con el tiempo llega a relacionarse muy bien con su entorno y no teme experimentar aquellas situaciones de las que ha vivido alejada por culpa del orfanato. Especialmente llamativa es la relación con su madre adoptiva, que se convierte en alianza y apoyo mutuo. Es una joven llena de curiosidad y determinación, consciente de que aunque es un bicho raro para la mayoría no le ha faltado amor gracias a personas especiales. Y aunque ella devuelve ese amor a su manera reservada, es capaz de darlo, que es lo importante, sobre todo en una historia sobre competitividad. Es una visión original del genio la que aborda el producto y sospecho que tiene que ver con otro rasgo que comento abajo. El ajedrez, podríamos decir, es otra pieza clave del juego psicológico en esta narración. No es simplemente un juego o incluso un deporte físico que obligue a darlo todo. Es un ejercicio puramente mental que exige el autocontrol emocional para ver las jugadas con claridad. El problema para Beth es que por muy fría y distante que sea por fuera, es un torbellino por dentro que no soporta que le lleven la contraria, le hagan quedar como una tonta o la devuelvan a su estatus de perdedora. De ahí su dependencia de los tranquilizantes, con los que logra estabilizarse y agudizar su mente para machacarlos a todos. A medida que la joven va madurando y aprendiendo más cosas sobre la sociedad y sí misma, su juego mejora y se convierte en toda una estratega. Lo que viene a decir esta ficción es que la vida en el fondo es como una partida de ajedrez: algunas jugadas requieren de tiempo de reflexión para que salgan redondas, pero el primer movimiento ha de realizarse enseguida. No detenerse: esa es la cuestión. El ajedrez se convierte en el remedio y la enfermedad para Beth, pero al final le hace más bien que mal, ya que le sirve como terapia de choque. La miniserie aborda suficientes temas como para no aburrir: aparte del simbolismo del ajedrez y de la locura y la genialidad de esta chica, encontramos un componente feminista, ya que Beth es la primera mujer en triunfar en otro juego de hombres, y es una de las razones por las que es admirada, tanto por sus compañeros y por la prensa como por otras jugadoras menores y su madre adoptiva, quien vive en depresión constante por sus propias carencias. No hay que olvidar que nos encontramos todavía en una década donde el modelo americano ideal que se vende es el de la mujer como ama de casa y cuidadora del marido que regresa del trabajo. Beth es independiente desde el principio y se aprovecha de ello, aunque su poca experiencia con hombres acaba nivelando su poderío cuando hablamos de relaciones. De hecho parte de su seguridad se resquebraja en estos momentos. ¿Es menos feminista por ello? No tuve esa impresión, aunque sí me pareció curioso de cara al perfil del personaje, que hasta ese momento parecía que se iba a comer el mundo y los iba a aplastar a todos. Se revela como más aprendiza que maestra, del ajedrez y la vida, pero en verdad el feminismo está en que eso para ella queda relegado al fondo, es decir, no le importa ser una chica jugando al ajedrez, sino batirse en duelo con gente digna de sus habilidades para demostrar que puede superarse a sí misma. Hay quien podría acusar que su locura del genio se suaviza con respecto a otros modelos porque es una chica, y hasta cierto punto podría ser verdad, pero eso mejor que quede en debate. Con el tiempo se gana el respeto de los otros campeones y se convierte en "la chica" en un grupo peculiar de genios, cada uno con sus propios intereses y personalidad al margen del ajedrez. La inclusión de estos temas permite explorar la psicología y la historia de Beth a la par que se desarrollan los torneos de ajedrez, los cuales se ven armonizados con respecto al resto del percal en un ritmo sorprendentemente dinámico y/o ligero, añadiendo la cantidad precisa de tensión. El tono de algunas partidas me recordaba a las típicas escenas de casino donde los personajes juegan a cartas como si apostaran su vida. Os garantizo que nunca antes el ajedrez me había parecido tan emocionante (¿quién dijo soso? Para nada), y esa es otra de las joyas de la serie: convertir un juego tan clasista y "aburrido" en una batalla épica como la que se vio en Harry Potter y la piedra filosofal, lo cual es posible gracias a determinadas decisiones técnicas que extrapolan la experiencia mental de Beth durante el juego. ¿Y todo lo que se aprende sobre movimientos y jugadas? Asombroso. Por tanto, recomiendo encarecidamente esta ficción que cuenta con una trama muy fresca, divertida e interesante que te atrapa sin que apenas te des cuenta porque necesitas ver el final de la partida vital de Beth, más un reparto a la altura, cuya evolución en los episodios es muy entretenida. Anya Taylor-Joy es perfecta en el papel (al que aporta matices que ya se vieron en su versión de Emma, por ejemplo), pero los hombres de los que se rodea no se quedan atrás, y aunque ninguno logra eclipsarla, al igual que hacen con Beth la apoyan para que llegue a la cima: Harry Melling (del cual confirmamos su adopción por parte de Netflix porque últimamente sale en muchas producciones de la plataforma), Thomas Brodie-Sangster (siempre un placer verlo en modo "listillo") y Jacob Fortune-Lloyd (otro al que echarle el ojo, pues su rol aquí nada tiene que ver con el otro que le dio fama: el obispo Salviati en Los Medici). Nunca volveré a mirar el ajedrez igual.
¿Y qué? ¿Os animáis a jugar?
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Enero 2023
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