Post de Naiara Salinas
Tras el canto de amor a la ciudad del cine por parte de Quentin Tarantino el verano pasado, Ryan Murphy e Ian Brennan le cogen el testigo y lo revolucionan haciendo suya una trama llena de ideales artísticos y puntos de vista de lo más actualizados.
La ley de Murphy
Su propuesta se define en un título. Atrás quedan las historias de crímenes, monstruos, musicales y disparates adolescentes. De lo que venimos a hablar aquí es de cine, y qué hay más revolucionario que hacerlo en una serie de una plataforma streaming, para empezar. Lo que sí recupera de su filmografía Murphy, no obstante, es un poco de polvo de hadas para que los sueños vuelen lo más alto posible. Hollywood nos transporta a los años 50, una década en la que, superada la crisis bélica, la meca busca descubrirse a sí misma y reinventarse, porque lo que se venía haciendo hasta ese momento está perdiendo el sentido. Una década en la que el séptimo arte comienza a ser consciente de su increíble poder entre las masas y el generar rollos de película ya no es solo algo experimental: también es negocio (hay que levantar el país como sea). En este panorama entran los jóvenes protagonistas, en su mayoría víctimas de un sistema que siempre acaba dándoles la espalda pero que aun así están dispuestos a encontrar su voz en la tierra de los Oscar, su nuevo Paraíso. Cada uno de estos personajes representa un perfil de la industria que viene bastante apegado a su personalidad y a través del cual Murphy y Brennan realizan un seguimiento completo, poco a poco reubicando las partes en el conjunto que supone la realización de un largometraje. Por ejemplo, Hollywood podría ser la historia de Jack, un veterano que al volver a casa se encuentra estancado con una esposa embarazada y un sueño de ser actor, frustrado día tras día, hasta que alguien se da cuenta de que su "cara bonita" puede emplearse de otras formas. También es la historia de Raymond, un aspirante a director que cree en el poder de las historias y en el progreso, y no se detendrá hasta dar con el guión con el que mejor canalice esos pensamientos. Es la historia de Archie, un guionista con ideas todavía más revolucionarias y un deseo de poder expresar lo que siente su corazón sin ningún filtro. Es la historia de Roy, un soñador angelical al que le falta la seguridad para agarrar al toro por los cuernos y dar los grandes pasos que no se atreve. Es la historia de Claire, la hija de dos productores magnates dueños de las superproducciones del momento que quiere demostrar que es algo más que una "cara bonita" y posee talento. Y es la historia de Camille, que sabe que nació para algo más importante que ser una figurante y está dispuesta a llegar al estrellato, cueste lo que cueste. A esa primera capa de perfiles los showrunners añaden la que posiblemente sea más importante para el espectáculo: la social. Porque Raymond no es solo un director de cine, también es medio filipino. Y si Archie lo tiene difícil para hacer oír su voz es porque es afroamericano y homosexual. Y si Camille no puede ser protagonista es porque también es de color. ¿Qué sucedería si todos estos reflejos de colectivos marginales hubiesen encontrado su hueco en la industria unos años antes de lo previsto, es decir, antes de todos los movimientos reivindicativos que han derivado en nuestra óptica actual? He ahí la ley de Murphy.
Romanticismo cinéfilo
A pesar de la perspectiva tan contemporánea con la que se aproximan a ese Hollywood, Murphy y Brennan no se quedan estancados en su propio idealismo, sino que exploran con más profundidad historias reales, (casi) todas objeto de polémicas en el pasado. Aparecen figuras de renombre como Hattie McDaniel, la primera mujer de color en ganar un Oscar. Rock Hudson, sin ir más lejos, es uno de los protagonistas. Se ven los estudios ACE (R.I.P.) en su época dorada, y hasta asistimos a una gala de premios de las de la vieja escuela, cosas, detalles... que ya repasé en mi vídeo sobre curiosidades de los Oscar (*música de anuncio ON*). Como cinéfila, ha sido una delicia verlo. Además se cuestionan a sí mismos en boca de unos personajes que discuten acerca de las decisiones tomadas por los estudios. Es decir, añade un componente autorreflexivo que no pasa desapercibido. No hay que olvidar que es una serie casi meta, por cuanto que trata de lo que es (en esos mismos estudios ahora también se filman series, quiero decir), así que lo raro sería que no hubiese autocrítica. En otras palabras, supone toda una oda al séptimo arte y, al final, una mirada muy auténtica de la época. Y en caso de no serlo, a mí me funciona como tal, es decir, me vale como testimonio de lo que es una lectura de guión, el planteamiento de un filme, el contrato de los actores, la organización de una gala... No sé si es porque es un mundo del que ambos creadores parten con conocimiento de causa, pero (en lo referente a las biografías conocidas), tanto si es un argumento adoptado porque cumple con su filosofía de vida como una innovación, no se siente para nada artificial, es decir, una imposición de la ley de Murphy sobre la historia. No llega a ser Érase una vez en Hollywood, pero tanto Tarantino como ellos tratan su oficio con toda la empatía posible, aparte de que los conflictos que abordan son muy interesantes. Es picante, aunque tampoco demasiado arriesgada, con un elenco adulto muy destacado... Se trata de un Murphy más cercano a lo que fue en Glee y lo que es en American Crime Story. Yo le doy el aprobado. Habrá que ver, no obstante, de qué forma deciden continuarla (si deciden continuarla). Veo más factible una miniserie con temporadas cerradas (a lo American Horror Story). El opening, por cierto, otra joyita.
CONCLUSIÓN: una serie bastante cercana y plagada de guiños para los amantes de la historia, pero sobre todo inspiradora para los jóvenes que sueñan con el mundillo. Son como generaciones hablándoles directamente a ellos y diciéndoles que aún pueden mejorarlo.
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Enero 2023
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