Post de Naiara Salinas La casa real que ocupa el palacio de Buckingham desde antes de la Primera Guerra Mundial puede mostrar sus desavenencias con respecto a una de las series más populares de Netflix y BBC, pero de lo que no cabe duda es que The Crown no solo se gana la corona por su título y su trama, sino también por el increíble equipo que tiene detrás, trabajando día y noche en ofrecer un contenido con unas dosis de calidad poco vistas en los dramas históricos de la pequeña pantalla. Justo hace nada alababa la gran producción de Los Medici (tanto de la parte conocida como Señores de Florencia como la de El Magnífico) y no me parece casual que esa otra gran historia llegara a la televisión el mismo año que la primera temporada de The Crown, y en la misma época: otoño. Es una de esas bellas efemérides que te hacen creer en fuerzas superiores y en un nuevo amanecer para este género que siempre se ha mantenido equilibrado en número de seguidores y enemigos acérrimos (o, como mínimo, no creyentes). Ahora bien, aunque ambas ficciones (narrativamente) cuentan con tantos rasgos en común que apenas concibo que una sea admirada y la otra no, The Crown siempre ha asumido el mayor riesgo de todas sus predecesoras y herederas, pues en ella... ¿Cómo decirlo? La historia sigue viva. Un biopic coetáneo Casi lamento haber gastado todas mis energías y tiempo como para hacer otro gran vídeo "crítico-documental" de esta SERIAZA, pero qué remedio, no se puede llegar a todo en la vida. Como escribía, The Crown no es un drama sobre monarcas al uso, y es que como norma general no dictada lo que estamos acostumbrados a ver son historias de personajes históricos fallecidos, hombres y mujeres ilustres que dejaron un legado socio-político y cultural pero que como mucho solo pueden revolverse en las tumbas. Ninguno se levantará de pronto y acusará al intrépido guionista de mentir o falsificar sucesos por el bien de su drama. En The Crown, la mayoría de los protagonistas, en especial LA protagonista, continúan dando guerra y, aunque no muestran su opinión abiertamente al público (regla de oro en esta familia, como le comentó Isabel a su primogénito en la tercera temporada), podemos asegurar que muchos se sienten incómodos con la perspectiva de aparecer en un drama histórico de gran calibre. El término "drama" es demasiado importante como para obviarlo, ya que con él trazamos la línea que separa lo real de lo inventado. Proviene del griego δράμα, que a su vez toma la raíz del verbo δράω (drao = 'hacer'), unida al sufijo μα en alusión al resultado de la acción. Literalmente significa 'hazaña', término que la RAE define como: "Acción o hecho, y especialmente hecho ilustre, señalado y heroico". Cuando me solía mezclar con los historiadores en la Universidad aprendí una cosa: que la historia que se efectúa en el presente solo es historia para el futuro y para nosotros, literatura (conclusiones mías). Porque el apellido "histórico" siempre implica pasado. Viendo The Crown me ha dado por reflexionar otra vez sobre estos conceptos tratando de entender el valor que está aportando la serie al panorama cultural. Podemos afirmar con rotundidad que es un drama, más apegado al concepto con que acabó evolucionando en el ámbito teatral, pero... ¿histórico? Las tres primeras temporadas no lo ponían en duda: trataban una época ya muy lejana para nosotros. Pero en esta cuarta los guionistas han cruzado una puerta que los une más a sus espectadores, pues lo que hasta entonces había sido la recreación de acontecimientos propiamente históricos (por remotos e importantes) se ha convertido en la repesca de un soberano material de la hemeroteca mundial que habrá valido para revivir el origen de la prensa rosa como la conocemos hoy en día. Solo la existencia de tales pruebas nos libran de creer que estamos ante una pura invención, pero las definiciones están por algo: la historia que estamos viviendo (o que viviremos a partir de la quinta temporada) es presente y, por tanto, cuestionable. Ah, ¿y acaso la pasada no lo es?, contraatacarán algunos. ¿Quién se atreve a poner en duda aquello que no vivió y de lo que no queda un solo testigo? Pero todo puede ser, claro; las teorías conspiratorias llevan entre nosotros desde la antigua Roma, si no antes. Yo solo me remito a las palabras de la Real Academia (que, por si fuera poco, encima es real). Pero eso deja otra duda: entonces... ¿The Crown para qué está? ¿Para servir como documento histórico a las generaciones futuras... o para entretener (y posiblemente traumatizar) a sus coetáneos? Las reinas de Gran Bretaña... y el príncipe de Gales A raíz de la cuestión planteada en el párrafo anterior se viene una consecuencia: al igual que la familia de los Windsor, la serie no puede arriesgarse a opinar o mostrar una postura, aunque acabe haciéndolo. Por ello, la mayoría de las veces su guion plantea un acercamiento considerablemente neutral, algo que se ha notado especialmente en esta temporada que trata la polémica y delicada historia de Diana de Gales, uno de esos episodios que quedarán siempre como mancha en el expediente de la monarquía... y la prensa, tan reciente que el pueblo sigue bastante enfadado, y no solo el británico. ¿Cómo culparlo? Hasta yo la he visto con un nudo en la garganta. Sin embargo, se respira tanta agitación como paz en esta recreación. ¿Qué es la neutralidad, a fin de cuentas? Adoptar un prisma lo más objetivo posible dentro de un melodrama cargado de sentimientos cruzados. ¿Cómo? En una producción que se jacta de humanizar a figuras que solemos ver desde la fría distancia no puede haber horror o rebelión sin causa. Una de las cosas que mejor ha hecho esta serie es mostrar siempre las dos caras de la moneda. Por eso, aunque empatizamos como nunca con la "princesa del pueblo", no podemos dejar de contemplar a una reina preocupada por cómo sus hijos afrontan la vida y lidian con sus problemas, un heredero que se ve cada vez más apartado y oprimido, una amante para quien la vida pública también resulta complicada... ¿Vamos a quererlos y perdonarlos más por ello? Lo justo sería, como la serie misma, hacerse a un lado y dejar que cada uno viva su vida. Ayyyy fijo que alguien en Buckingham está mascullando: "Si tan solo no revolviéramos el pasado ahora que estábamos empezando a superarlo..." Curiosamente, en lo que a mi visión respecta, la serie, antes que alimentar los rumores de los más prejuiciosos, ha hecho bastante justicia a estos protagonistas mancillados y apaleados por los periodistas durante tanto tiempo. Justicia entendida como 'darle a cada uno lo suyo en las dosis correctas'. Podría parecer muy fuerte sentir empatía por un hombre (aquí perfilado como egoísta e inmaduro) como Carlos, pero es que Josh O'Connor lo interpreta tan bien, con tanta pasión, que te gana aunque no quieras. Fue un gran acierto mostrar su desarrollo en las temporadas anteriores con sus diversos traumas. Si en la tercera logró que nos apiadásemos de él, en esta lo arruina, aunque no del todo, ya que todavía vemos el ser humano que quedó destrozado tras la "traición" de su familia y que no levanta cabeza. Lo que acaba logrando este enfoque es que como público pienses: "Si tan solo le hubieran dejado casarse con Camilla..." No es la única vez que sucede. Toda la temporada deseas que la historia sea lo más literaria posible para que así pueda reescribirse el final sin pedir perdón ni permiso. Pero eso no sucede porque la ficción es todavía demasiado fiel a su género. Tan fiel que tenemos la ocasión de ver a una todopoderosa Dama de Hierro siendo cruel, badass y sensible a la vez (todos los premios para Gillian Anderson, por favor) o a Diana en plena decadencia física y psicológica, con cierta manía obsesiva que no es que le reste mucha culpa de su parte tampoco. Y es mejor así. Es mejor no endulzar demasiado las cosas, ni presentarlas como el horror que casi todo el mundo cree que fue. No es necesario tampoco revivir toda la polémica al completo (es un detalle que la serie omita detalles como la entrevista en la que Lady Di confesó todo, por ejemplo). Es más, me alegra que la temporada no acabe como me temía que acabaría. El final por el que opta (sin que sea inventado; más bien un corte antes de tiempo para cerrar este capítulo) logra causar incluso mayor impacto, ya que sientes cómo Diana se asfixia en esa "casa de muñecas". Y como se ve obligada a permanecer en ella, la sensación que deja es casi cual película de terror. La Rebecca de los Windsor Menciona Carlos en un episodio que quiere convertir su preciosa casa de campo en una especie de Xanadú, pero Manderley hubiese sido más acertado. Otra de las maestrías de The Crown es que se llena de un lenguaje muy lírico o simbólico a través de la música y los planos, lo cual la embellece tanto que le suma una estrella más en la calificación de calidad junto con el guion y la interpretación. En esta temporada no fallan las reminiscencias a Hitchcock. El paralelismo entre la señora De Winter y Diana es notable (aunque igual no aconsejable de cara a una perspectiva neutral), solo que su Rebecca, su Camilla, está viva y sigue ocupando el corazón de su Maxim, su Carlos. El público es testigo de cómo todo lo que rodea al príncipe va cayendo como una losa de piedra sobre la figura delicada de la bailarina y de cómo esta se ve más y más empequeñecida y enclenque en ese ambiente. Tanto intrínseca como extrínsecamente se vende la historia como un cuento de hadas, un sueño, pero no puede haber ensoñación porque ese es el mundo real, insisto, muy frío para un alma tan cálida. Aun así, ¿se deja pisotear esta heroína? Ni por asomo; más bien le da una vuelta al cuento y devuelve lo que recibe. Es más, tal vez sea un error compararla con la señora De Winter, tal vez sea ella Rebecca, tan especial, tan admirada, tan eclipsante... El tema que le dedica la banda sonora es tan atractivo como turbio, tan romántico como misterioso... Conclusión
Sería un error considerar The Crown como la fuente más fidedigna de todos los sucesos que en ella se narran, lo cual no impide reconocer la legitimidad y el respeto de su modus operandi, así como su valor cultural. La extensa labor de documentación de absolutamente todo el equipo no pasa desapercibida (conocedores de detalles como lo que desayuna el príncipe Carlos y de qué manera camina y habla, o cuántos años tenía cada personaje, cuántos hijos, etc.). Pero es un drama de la historia del presente, es decir, a mi juicio literatura para nuestros ojos y oídos que se deleitan con la belleza de sus fotogramas y la habilidad interpretativa no solo de los actores, sino también de quienes escriben estos episodios imaginando cada situación, poniéndose en la piel de la realeza, de una primera ministra tan odiada como temida y admirada y del pueblo revolucionado. La empatía es tan grande que traspasa la pantalla, por mucha opinión personal que tenga uno/a/e de lo ocurrido en torno a este capítulo vital sobre el que todavía se discute con muchísima agitación en las redes. Llegados a este punto, que sea verdad o mentira poco importa, ya que es el tiempo el que acaba poniendo a cada uno en su lugar (aunque hay lugares que, por mucho que lamentemos, jamás conoceremos). Mucho le debemos a Netflix por demostrarnos que, al final, como deseaba Carlos, los royals SÍ tienen voz. ¿Los implicados están enfadados por cómo la serie refleja sus vidas y personalidades? Los espectadores estamos admirados por que alguien tenga la valentía como para intentar ahondar en gente que otros menosprecian y que encima pueden oponerse a su producción. Esa siempre ha sido la magia de las historias, al fin y al cabo, incluidos los cuentos de hadas. Así pues, por ir más al grano:
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