Post de Naiara Salinas y Rosana Rábago El pasado jueves 16 Disney y el Corte Inglés nos dieron la oportunidad de ver Ant-Man y la Avispa: Quantumanía en primicia. Rodeadas de influencers, compañeros, amigos, palomitas y una voz legendaria nos sumergimos con gusto en el Reino Cuántico como si de una novela de aventuras de Julio Verne se tratase para despedirnos de un viejo amigo. La tercera entrega del «hombre hormiga» supone no solo la última de este icónico Vengador, sino también el inicio de la fase 5 y la presentación en condiciones del nuevo súper villano al que tendrá que hacer frente la nueva generación de superhéroes. Una gran misión tenía esta película para con su público marvelita. ¿La cumplió? Veamos... Scott Lang y Hope Van Dyne a la Verne salpicados de salsa Lucas Ant-Man y la Avispa siempre ha girado en torno a las posibilidades de la ciencia cuántica: encogerse, agrandarse, todo lo que nuestros átomos pueden hacer, de dónde vienen... En Marvel abundan los cerebritos, es como si formar parte de este universo viniera con un título de la disciplina más rara que se te ocurra en una caja de bombones. Es de agradecer que exista gente con la que podemos identificarnos porque dominan entre cero y menos diez el tema, y ahí entra Scott, el honorable padre de familia, ladrón ex presidiario y ahora también escritor. Puede que lleve doble vida, pero aporta normalidad a una franquicia donde no tenemos más remedio que creérnoslo todo (sonreír y saludar, dirían los pingüinos de Madagascar). ¿Cuál es su rol en todo esto? Fliparlo en colores, como nosotros. ¿Qué es lo guay de Quantumanía? Que, para variar, no está solo: los demás también alucinan como nunca, porque la trama da un salto mayor en su concepto y nos muestra por qué la ciencia ficción no puede desligarse de la fantasía y las novelas de aventuras decimonónicas. Así, la primera mitad de la película se empapa de todo ese carácter al presentarnos el reino del tamaño de nuestros átomos que te dará esperanzas de poder estar viviendo en una Tierra Media en tu escritorio. Como si hubieran robado la sinopsis de Cariño, nos hemos encogido a nosotros mismos pero a lo grande (o ultra mini, según se mire), la hija de Scott, Cassie, la lía con cierta máquina y acaban todos absorbidos por ella con pasaje directo al Reino Cuántico, donde hay amenazas en cada partícula. Si bien este espacio se nos presenta muy apresuradamente (más de lo que un/a fanático/a/e de los lores querría), basta para dejar una buena vibra y ganas de seguir explorándolo, pero no nos engañemos: aunque el Reino Cuántico da mucho de sí, la trama sigue avanzando y parece ser lo único verdaderamente importante, no la impresión que dejan los nuevos personajes en el espectador (aunque la mayoría caen bien). A favor juega la división (Julio César estaría orgulloso), pues teniendo a los protagonistas ubicados en dos puntos distintos se puede abarcar más y la acción y los giros nunca cesan, adentrándonos en una segunda mitad muy bélica, muy revolucionaria y muy... ¿galáctica? Ya somos varios en internet los que hemos mencionado el parecido con Star Wars, no solo en cuanto a la forma, sino el contenido, pero en el caso de Marvel es un súper cumplido, ¿o nadie más recuerda la referencia de Capitán América: Civil War cuando Spider-Man se enfrenta a Ant-Man? Es más, Quantumanía tiene un gag oportuno sobre estos dos al principio, como si te dijeran: «Acuérdate». Lazos más Lang y menos Van Dyne En cuanto a los personajes, vemos mucho poder femenino. Y nos encanta, aunque quizás a cierto tipo de espectador pueda rascarle un poco que de repente todas las superheroínas que nos presenten sean mujeres (si repasamos tenemos a Riri Williams en Black Panther: Wakanda Forever como la futura Ironheart; a Kate Bishop en Hawkeye; a Yelena en Black Widow; a Kamala en Ms. Marvel; a Jennifer Walters en She-Hulk y ahora a Cassie en Ant-Man y la Avispa: Quantumanía). Pero, dato aparte, la evolución de casi todos los personajes va en ascenso. Es verdad que, a excepción de Janet, la familia Van Dyne tiene escaso desarrollo y de hecho tenemos a Hope con muy poquitas líneas en esta tercera entrega. Sabemos que es la mandamás de la empresa de su padre, que siempre es el punto de apoyo para Scott y que se ha convertido en una especie de madrastra comprensiva para Cassie. Fuera de eso, poco más nos aporta su personaje y da pena porque tanto Ant-Man y la Avispa como Vengadores: Endgame nos prometía mucho más de ella. Justo lo contrario sucede con el padre: está ahí casi como mero capitular pero, al final, y al igual que en el resto de entregas de Ant-Man, su conexión con las hormigas será de lo más necesaria para la película y nos dará el toque cómico que buscamos en esta saga. Sobre Cassie, el cambio de la actriz sienta bien. Es verdad que el despido de la anterior intérprete nunca se justificó (más allá de por hacer algún que otro spoiler) pero la nueva Cassie llega pisando fuerte. La relación que mantiene con Scott es de lo más tierna y vemos cómo evoluciona y cómo ella intenta estar a la altura de su padre. Además, su temor a perderle tras lo que pasó anteriormente es de lo más comprensible. Y ese lado rebelde nos encanta. Quizás vemos algo apresurada su presentación como una nueva versión de Ant-Man pero una cosa tenemos clara: podría ser una digna sucesora. El tiempo lo es todo Si bien Kang el Conquistador se nos presenta en su esplendor aquí, no resulta novedoso para nadie que en 2021 devorara la primera temporada de Loki, a cuya variante conocimos en los últimos episodios (y ya por entonces garantizaba el caos en el multiverso espacio-temporal). Kang es un ser que encarna el tiempo y a su vez lo manipula, lo cual lo vuelve peligroso por encima de las gemas del infinito en manos de Thanos porque todo en el UCM se reduce al tiempo: el lapso, los viajes al pasado, los flashbacks, las visiones de futuro... En casi todas las historias, los héroes deben arreglar el presente para evitar un futuro catastrófico y para ello terminan enfrentándose al pasado. Kang es todo eso. ¿Está su presentación a la altura? Por lo pronto, sí. El filme flaquea con MODOK, pero sí nos da una pincelada de lo que puede hacer Kang, cómo piensa, cómo interactúa, y basta para considerarlo una amenaza porque Jonathan Majors impone su respeto. Conclusión
Puede que Ant-Man y la Avispa: Quantumanía no haya sido lo que muchos esperaban, ese anuncio trascendental sobre la fase 5 cargado de valor (aunque sus dos escenas postcréditos alegan lo contrario porque, ¡diablos!, incluso los haters acabaron con el vello en punta), pero se mantiene fiel a la esencia de su trilogía y contiene aspectos mucho más memorables que su entrega anterior, pudiendo tranquilamente situarse en lo alto del podio. No olvidemos que no deja de ser una historia muy familiar llena del humor y la naturalidad que aporta un tipo bastante corriente, el amigo y vecino de la costa oeste de Estados Unidos, que se enfrenta a problemas laborales y familiares como cualquiera. Scott Lang le da frescura y hasta ternura a un UCM donde parece que todos tienen la necesidad de ser especiales, bien sea por su pasado traumático, su gran despegue, sus poderes ocultos, etc. Si algo nos ha enseñado Ant-Man es que lo épico no tiene por qué ser obligatorio, pero nunca es demasiado tarde para crecer. Así que nuestra nota final es un 8 (Naia) y un 7.5 (Rose). Lo mejor: Scott y Cassie dándonos una relación atípica de padre-hija adolescente cargada de amor, admiración y respeto mutuos; el Reino Cuántico; Kang y las escenas postcréditos. Lo peor: lo eclipsada que se ve Hope en toda la movida, la escasa aportación de cierto personaje nuevo y el CGI de MODOK.
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Post de Naiara Salinas «Bien, voy a acceder a algunas cosas bastante personales de mi vida, y va a ser bastante crudo, y creo que no está precisamente de moda la forma en la que los sentimientos del personaje van a estar tan expuestos». Eso fue lo que le contó el escritor (también guionista) Samuel D. Hunter a la revista Esquire durante la promoción de su última película, la cual adapta una obra de teatro homónima que escribió en 2011. Una obra que suponía el reverso de su propia historia de superación, una obra que valientemente buceaba en busca de su Moby Dick a través de la pregunta «¿qué hubiera pasado si no hubiese salido de esta?». Todos los escritores tienen tanto la obligación como la habilidad natural de conectar con sus demonios internos, de invocarlos cuando se trata de abrirse en canal para exponer el flujo sanguíneo del que se nutre un corazón que el imaginario universal siempre va a relacionar con los sentimientos, con nuestra parte irracional e incluso animal. Si no lo hicieran, aquello que pretenden conseguir jamás funcionaría, puesto que presentar lo que verdaderamente uno es implica mostrar la cara entera, no una mitad. Exponer nuestro lado oscuro desde una zona luminosa tiene un efecto mágico en la gente que se halla del todo en la oscuridad: le demuestra que todavía hay belleza, que no está sola, que se puede convivir con esa mitad y, más importante, que todo es normal y tiene sentido porque lo bueno se define por lo malo y viceversa. Incluso a los que se encuentran en la luz se lo enseña. Si conectamos con las historias no es por lo cercanas que se encuentran a nuestra realidad, sino por la verdad profunda que encierran. Por eso, la sinceridad, la honestidad, es lo único capaz de levantar a un profesor de escritura creativa obeso y en depresión. Y, por eso, una ballena ficticia es capaz de reunir a dos corazones perdidos mientras los testigos nos deshacemos en lágrimas, sin importar cuál sea nuestra historia. El poder de la ballena Todo el mundo que se adentre en La ballena esperará un relato crudo sobre alguien muy gordo, pero eso es tan solo rascar la superficie. El primer plano de Charlie (el protagonista al que encarna Brendan Fraser) es un fondo negro. Esa es su presentación: una voz que se dirige a sus alumnos desde una pantalla central sin imagen. Mediante un zoom hacia esa negrura, Aronofsky nos advierte de que la experiencia no va a ser agradable: vamos a zambullirnos, figuradamente, en un océano oscuro habitado por una solitaria ballena blanca que apenas tiene pelo, se viste con ropa holgada y necesita un andador y un gancho para manejarse por una casa donde hasta el suelo se convierte en un obstáculo cada vez que se le cae un objeto. A esa ballena, sin embargo, le quedan varios amigos, o más bien una: una enfermera (Hong Chao) que le visita todos los días para darle apoyo moral, vigilar su estado y alimentarle pero que es incapaz de contener su frustración por la situación. Luego entra en combate un joven misionero (Ty Simpkins) que decide que la palabra del señor es lo que necesita esa ballena para reavivar su espíritu, porque solo la fe mueve montañas y a Charlie apenas le queda. Para mí la película tiene dos puntos y el primero y más importante es la conexión entre individuos. Las personas entran y salen de nuestras vidas continuamente en diferentes grados de cercanía y a lo largo del metraje vemos cómo Charlie se divide entre marcar una distancia con su entorno para ocultar su estado y al mismo tiempo obtener una relación pura. Viendo cómo la vida se le va, decide que es buen momento para conocer a su hija adolescente, Ellie (Sadie Sink), que le odia por abandonarla a los ocho años y crear una familia desestructurada. ¿Qué es lo que tienen estas personas en común? Moby Dick. Porque la novela de Herman Melville, tal y como la interpreta el filme, no va de un capitán persiguiendo a una ballena de forma obsesiva, sino de sueños frustrados, como el de la enfermera que quiere salvar a su amigo y no puede, el del misionero que quiere que encuentre la fe, el del padre que quiere reconectar con su hija y sea mejor de lo que lo ha sido él y el de una hija que ansía recuperar su vida anterior. La dinámica entre los personajes se desarrolla de forma paralela al libro sin que se den cuenta, porque todos van en busca de quimeras y se autoengañan sobre ellas, ya que en el fondo desean algo más; de ahí la importancia de la expresión y pensar en «la veracidad de nuestros argumentos». Aunque en realidad el principal paralelismo con Moby Dick sucede entre los dos que más conectan con esa historia: Charlie y Ellie, que se persiguen mutuamente, se hieren y no cesan en su empeño. Ambos actúan como ballena y capitán a la vez. Ya que la trama también explora la psicología, añadiré que la ballena simboliza por lo general la profundidad emocional. Son varios los artículos que inciden en el vínculo entre estos animales y las emociones, son criaturas especialmente sensibles. Ser psicológicamente una ballena es vivir en sintonía con la compasión, la soledad, la creatividad y el crecimiento. Por lo que Brendan Fraser encarna a una ballena no solo por fuera, sino sobre todo por dentro. «Es una manera para mí, espero, de escribir cosas que tengan utilidad para la gente. Porque si hay algo con lo que estoy luchando activamente o he luchado activamente con eso, es probable que haya otras personas en el mundo que también lo hayan hecho o que hayan tenido experiencias similares y puedan autenticar esa experiencia a través de la lente de sus propias luchas» (Samuel D. Hunter) Darren Aronofsky y los trastornos mentales Poner semejante argumento en manos de un director como Aronofsky podía resultar tanto la decisión más acertada como la más arriesgada (teniendo en cuenta su último largometraje, Madre!), pero por suerte ha terminado siendo lo primero. Y es que, de todos los directores, este es el que más conecta con la psicología humana; cada película de su filmografía es la exposición de un trastorno (la ansiedad y la bulimia en Cisne negro; el histerismo colectivo en Madre!, etc.). Más en concreto, es especialmente bueno abordando el delirio mediante imágenes que deconstruyen lo coherente y lo convierten en un esperpento onírico. En otras palabras: convive mucho con el plano fantástico, recreándose en su horror o trascendencia espiritual con alegorías visuales que siempre van de la mano con las argumentales. Sin embargo, en La ballena es más sutil, la primera propuesta que le veo donde ese plano desaparece o no importa porque la alegoría se encuentra ya en una novela y es toda la herramienta que necesita para dar cuerda a este drama de personas emocional o vitalmente arruinadas. El buen ojo de Aronofsky nos ayuda a comprender el impacto de las acciones y las palabras de cada uno en los demás. Nos ayuda a bucear por ese océano acercando esa profundidad oscura a la superficie, donde la ballena puede respirar. Me atrevo a pensar que su decisión de enmarcar el metraje en un plano cuadrado clásico se debe a que nos está plasmando la vida como es: agitada, contradictoria, lastimera, hermosa, una lucha constante, amorosa, ácida, cruda, sensible, empática... No romantiza ni poetiza el sufrimiento, siempre trabaja con una escala de grises. Su manejo del asunto es tan acertado y tan equilibrado..., que es un delito que no se le haya nominado al Oscar. Porque por un lado está la fuerza interpretativa del protagonista, sí, que eclipsa cualquier participación extra, vale, pero, por otra, la labor directiva es la que realmente logra sacar el potencial de todo el reparto y de la historia encontrando el tono y el ritmo idóneos en un tiempo récord. Conclusión
La ballena nos resulta dura y emotiva porque es real, porque el discurso autodestructivo de Charlie nos recuerda al pasado de Fraser y ansiamos justicia poética para él igual que Liz para Charlie, porque Aronofsky, de la forma más humilde, se rinde al mensaje de Samuel y lo apoya con una composición armónica de sus elementos y porque conectamos con el deseo de sentir y recibir un amor verdadero, de encontrar el bien en la humanidad y servir a nuestro propósito de vida. De cada uno depende que ese sueño no se convierta en una quimera. Así que le voy a dar un 9,5 por la valentía. Lo mejor: Aronofsky, Fraser, Sadie (tan Max de Stranger Things ella), ver a Ty tan mayor y la redacción de Moby Dick. Lo peor: que igual las lágrimas te dificultan la salida del cine y que lo mismo necesitas un barco de verdad, no metafórico. Si esta crítica es la mitad de buena que la famosa redacción, daré mi objetivo por cumplido. Y ahora, a seguir viviendo. |
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Agosto 2023
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