Post de Naiara Salinas Sé que llego unas semanas tarde, pero no logré rascar tiempo entre mis compromisos personales para cerrar mi exitoso maratón cinéfilo-crítico. Ha pasado mucho desde que vi la quinta entrega de la saga Indiana Jones y varias cosas han cambiado desde entonces (mi ránking original, sin ir más lejos. Lo sé, nada nuevo), pero no mi valoración general positiva, lo cual no era fácil sabiendo que Steven Spielberg cedía el manto y el cetro de su niño arqueólogo prodigio a James Mangold, catapultado por la nominada al Oscar Le Mans 66 y por cerrar magistralmente al mutante más hosco de X-Men. Y eso sin contar con el fiasco que resultó ser la cuarta entrega y que pudo desanimar a los fans menos acérrimos a continuar la franquicia. Tras abrir ese melón, parece un buen momento para reflexionar sobre la acogida general de Indiana Jones y el dial del destino, bastante en paralelo al decaimiento que atraviesa un personaje con la misma pasión por la historia pero agotado de tanta aventura y a las puertas de la jubilación. ¿Le ha sentado bien este último meneíto o el látigo le quedó demasiado largo? La saturación del héroe Nadie puede culpar los orígenes de una trilogía que no pretendía otra cosa que entretener y ser un reclamo para los sedientos de aventuras y mitos. Que Indiana Jones marcó a una generación y definió el género es algo que ni yo puedo negar y el camino hasta lo que es hoy fue enriqueciéndose a medida que el personaje maduraba y pasaba de ser otro Han Solo o James Bond de la arqueología a un adolescente intrépido, un hijo y un padre con principios más allá del cuidado patrimonial. La vida, a medida que envejecemos, deja de ser idílica: nuestros músculos se resienten, las penas son mayores y la ilusión tampoco es la misma. Mangold, experto en ilustrar esa decepción profunda, ese arrastre del alma, entronca al héroe con la realidad de su tiempo presente, su poca esperanza en el futuro y su nostalgia (mayor que nunca) por el pasado. Lo que fue (un grande lleno de pasión) es ahora apenas un eco destinado a desvanecerse. Este demonio interno que envuelve al protagonista en su última aventura puede no ser plato de buen gusto para sus seguidores, pero es justo, auténtico y lo desliza hacia el culmen de su desarrollo, la humanidad oculta bajo esa chaqueta de tipo duro y galanteador. Este Indiana es un sufridor porque pierde por el camino y, más en concreto, pierde la seguridad y la gallardía que tanto adorábamos (incluso idolatrábamos). Y lo cierto es que, por mucho que nos duela, ya nadie quiere ver a esos héroes modelo siempre tan fuertes, valientes, resistentes, atrevidos e ingeniosos. Nadie quiere ver héroes que, aun con la moral cuestionable, siempre parecen tener suerte. Incluso el calificativo «héroe» produce incomodidad según el contexto. No valen las mismas tramas superficiales, pero todos aplaudimos los tributos a ellas. Mangold sortea ese obstáculo como bien sabe, aun metiendo con calzador el relleno para cubrir las horas de metraje exigidas a los blockbusters actuales. Resalta la epicidad del personaje en un prólogo que se convierte en el mejor arranque de la saga a la par que el de La última cruzada. De pronto nos lanza un jarrón de agua fría con un salto temporal lleno de contrastes, pero el primer acto aun así aprueba por el simpático choque con los nuevos personajes. En el segundo acto comienzan a aparecer las irregularidades (en especial de ritmo), pero antes de llevarnos las manos a la cabeza llega el clímax y la dignidad de nuestro Indy es restaurada y con ella, el equilibrio. Todo ello sin perder de vista lo construido por Spielberg (eso es, amigos, la estructura sigue cumpliendo los viejos patrones). El conflicto de esta película pasa por hacer las paces con este presente decadente y dejar el pasado atrás al más puro estilo Timón y Pumba, lo cual me lleva a extrapolar la situación a la propia industria, tan aferrada igualmente a su mejor época. Si el protagonista del ayer pudiese elegir quedarse ahí, a lo mejor hasta retrocedería más, pues está más hecho para lo que ha conocido toda su vida que para lo que no; basta con ver las razones por las que medio Hollywood se manifiesta hoy. Por eso me parece tan maravilloso e inteligente que el objeto legendario elegido para esta trama sea uno relacionado con el tiempo. Por una vez, aunque parezca mentira, los deseos de ese protagonista y el antagonista de turno (caracterizado con la frialdad marca de la casa Mikkelsen) coinciden, cada cual con su punto de vista. El acierto de este desarrollo es que culmina hermosamente el viaje del héroe. Indy empatiza con la generación que le vio nacer, pero, como se ve durante su clase, no termina de conectar con la nueva, ni en la película ni en la taquilla. Y es una pena, sobre todo cuando logra levantarse tras el trompazo anterior (hablando por los demás, claro, porque yo sí rompo una lanza a favor. Quizá no tan legendaria como la Longinos, pero es una buena lanza). Tal vez los jóvenes no estén preparados para este profesor aventurero, antaño un entusiasta de su materia, hoy un hombre de luto con ganas de descansar. Es comprensible: no quieren llorar situaciones que les quedan lejanas, quieren pasarlo bien. ¿Y qué mejor que con una coprotagonista carismática que añade un contrapunto jugoso? Helena Shaw: la heredera que todos queremos Helena es todo lo que me gusta de los personajes de este siglo: una antiheroína con sus principios, ladrona, magnética, con gran labia... La presencia de Phoebe Waller-Bridge lo es todo para levantar el ánimo a un viejales zoquete y, de paso, a los espectadores. Es introducida como una contraparte al concepto de Indy; ambos entienden de historia y mitología, pero lo que uno quiere mandar al museo, la otra quiere venderlo. Si a ello sumamos la relación personal que les une... Helena es más escurridiza y menos solidaria que Mutt, pero igual de rebelde, el tipo de personaje que admiras o te irrita, una superviviente. Y es inevitable pensar en Indy como su padre, su tutor legal, su mentor... No lo es, pero es lo que va surgiendo, como si todas sus esperanzas estuvieran depositadas en esa joven desviada. Corregirla, inculcarle respeto, es una misión tan importante para él como completar y proteger el dial, porque Helena no es una simple aliada accidental: es el futuro. No es un personaje de relleno en la trama, sino que tiene el propósito de determinar si esta continúa o no, pues ya hemos concluido que esta década a Indy y sus viejos valores le vienen grande, mas no a un personaje tan gris y moldeable como Helena. No es difícil imaginar dentro de un par de años una serie en Disney Plus protagonizada por ella y su joven compinche (una reminiscencia de Tapón), pero si acabará tomando el testigo o no es algo que aún permanece en el aire. Cuestión de balance
Indiana Jones y el dial del destino expone ejemplarmente la inflación a la que ha llegado Hollywood por su ambición y su negación a mirar al futuro desde el presente en lugar desde el pasado. Injustamente le ha tocado el año y el semestre fatalista para las grandes producciones, que no dan ni un solo respiro al espectador deseoso de ahorrar, pero a su vez es una llamada de atención para todos aquellos que siguen creyendo que la nostalgia es el reclamo principal. Que una franquicia evolucione es natural, por lo que no es un delito volver a las mismas historias cada x tiempo para revalorizarlas y modernizarlas audiovisualmente. El problema es cuando llegan los desajustes, cuando crees que la generación de una década ama los mismos relatos que sus padres o sus abuelos y encima les das una media hora extra que no ayuda a perfeccionar el guion, sino solo a lucir un presupuesto exagerado. La realidad es que muchos de estos revivals son (o serán) de culto porque van dirigidos a los fans originales, mientras que para el resto solo son una muestra de una antigüedad en un museo que puede interesarles y llevarles a investigar o dejarles indiferentes. En este sentido, la veo tanto como un chicle estirado innecesariamente como una transición legítima para que, si de pronto llega la serie de Helena, a nadie le sorprenda o rechine porque ya hemos visto la ceremonia de abdicación y coronación en la gran pantalla (como debe ser). Es una buena técnica para calmar los ánimos a los puristas por parte de la misma compañía que quería reiniciar Piratas del Caribe sin el Jack Sparrow de Johnny Depp. Dejando a un lado la política empresarial de los ratones, es un largometraje estupendo, muy entretenido (buenos gags), con una resolución que tira más a la ciencia ficción de El reino de la calavera de cristal que a la fantasía de la trilogía (para todos los que se quejaban de esa fumada) pero que sin duda cumple con el protagonista y le da una despedida digna. No es perfecto, tiene partes estúpidas o inconclusas, pero, hablando como fan in extremis y no de toda la vida, las pelis anteriores también las tienen, así que, por lo que a mí respecta, le doy entre un 8 y 8,5, que una quiere ver más aventuras así en el cine y el streaming actuales, coñe. Lo mejor: ver por fin mi ansiado desarrollo de personaje, el evento histórico mítico escogido, Helena, los easter eggs sutiles, el prólogo y el buen antagonista que siempre es Mads Mikkelsen (aunque al final se espachurre). Lo peor: lo poco que se aprovecha a ciertos personajes o actores (cof, Antonio Banderas, cof), el ritmo del segundo acto y el exceso de metraje en las secuencias de acción. También falta Spielberg y se nota un poco, pero Mangold era el sustituto que pedía este cierre.
0 Comentarios
|
El diálogo cinéfilo de la semanaRuido de fondo
Jack: La sorpresa es infinita. Siento lástima por nosotros y por el extraño papel que desempeñamos en nuestras catástrofes, pero, a partir de un persistente sentido de ruina a gran escala, seguimos inventando la esperanza y aquí es donde esperamos: juntos. Acceso a Calendario CinéfiloArchivos
Agosto 2023
All Screens by All Screens is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License. Creado a partir de la obra en http://allscreens.weebly.com. Puede hallar permisos más allá de los concedidos con esta licencia en http://allscreens.weebly.com |