Post de Naiara Salinas Pinocho. Frankenstein. Eliza Doolittle. Ultrón. Todos ellos tienen algo en común: están basados en el mismo mito clásico. No había terminado de erigirse el Imperio Romano cuando el poeta griego Ovidio publicó Las metamorfosis (no confundir con la obra de Kafka), un poemario dividido en quince libros que narraba la historia del mundo desde la época del caos hasta Julio César, historia acomodada a las creencias del momento, es decir, los mitos, dioses y héroes. Entre ellos se encontraba la historia de Pigmalión, un rey de Chipre que, insatisfecho por ser incapaz de encontrar su ideal de belleza femenina para gobernar a su lado, lo esculpió, con la desdicha de enamorarse de su propia obra inerte. Tan desgraciado se veía que fue la diosa del amor, Afrodita, quien le concedió un deseo y, con todo su poderío, convirtió aquella bella estatua bautizada como Galatea... en humana. Y lo que a partir de entonces se desdibuja en el mito, los demás autores lo fueron desarrollando en distintos grados de complejidad, cada uno abarcando su propio matiz de interés, e incluso dándole la vuelta a la teoría y transformando lo bello en grotesco. En cada versión, sin embargo, una verdad flotaba latente, y es que qué ocurre cuando a aquello que controlas le concedes la vida; ¿sigue siendo tuyo? Me gustaría poder afirmar con rotundidad que en todas esas ficciones y/o producciones el lema "vida = libertad" es un mantra universal, pero en ninguna se ha tratado con la suficiente relevancia como para superponerse sobre los otros grandes temas en común: el ideal de belleza, el objetivo de la creación, el amor como guía de conducta para todos los seres, sean artificiales o reales... Tan solo el personaje de Ultrón abordó en profundidad el conflicto que planteo, una máquina. Pero ha tenido que llegar otra para aunar todos esos principios de una forma destacadamente global. Preparaos, porque se puede venir una ronda de SPOILERS. De la utopía a la distopía Westworld es una serie que te introduce en un laberinto de tramas con múltiples senderos y una salida incierta, algo conveniente dado que además es el símbolo de la primera temporada. Pero con todo, una vez descubrimos el hilo que utiliza podemos autoguiarnos por sus callejones y descubrir todos sus secretos. No tan secreta, sin embargo, es su premisa. Este reboot televisivo de la película de 1973 (de mismo título) nos expone un parque a donde usuarios con un buen bolsillo acuden para vivir una experiencia totalmente inmersiva en el Viejo Oeste, gracias tanto al decorado como a los anfitriones elaborados que habitan allí y forman un entresijo esquemático de un trillón de personalidades e historias. El parque o, mejor dicho, los parques (pues la creatividad para la disponibilidad de recreaciones es amplia), sirve así como un refugio de ocio donde las personas desatan su auténtico yo sobre las pobres víctimas artificiales. Con ello Westworld pone en jaque una idea bastante consensuada en nuestro siglo que en realidad es una falacia, y es que cualquier tiempo pasado fue mejor. Todos los parques son una imitación lograda de escenarios y épocas plagadas de acción y situaciones idóneas para componer tu propia telenovela. También es una alusión a la edad de oro de Hollywood, donde predominaban el cine de aventuras, el cine negro, el western... Semejante creación hace que uno se cuestione el motivo, es decir, ¿ya no hay películas en ese futuro? ¿Por qué la gente tiene la necesidad de gastarse un dineral en otra versión de Jurassic World? La respuesta la obtenemos en la tercera temporada, pero me estoy adelantando. Y es que la felicidad es efímera, en concreto hasta que esos anfitriones víctimas empiezan a cobrar conciencia de sí mismos y, comandados por Dolores Abernathy, inician una revolución para hacerse con el control del parque, matando a todos sus creadores. Es decir, que lo que se vende como un paraíso, el sueño definitivo, se torna una pesadilla. Jugando a ser dioses Sin embargo, no podemos olvidarnos de la persecución infinita del ser humano: el progreso. La ciencia surge a raíz de la pregunta de hasta dónde podemos llegar como especie, cómo evolucionaremos, qué nuevas creaciones y descubrimientos haremos. La inteligencia artificial es una de las últimas metas, pues cuando nuestro pobre cerebro ya ha dado toda su capacidad, su imaginación se demuestra como desbordantemente infinita. Cuando los humanos nos descubrimos como especie mortal condicionada por las leyes naturales, solo a través de la imaginación podemos escapar a esa mortalidad, utilizándola para crear algo imperecedero: edificios, obras artísticas, esculturas... Anfitriones. El arte, así, es la manifestación de nuestra inmortalidad, porque surge de algo que no tiene cuerpo por mucho que nazca en uno: el pensamiento. Esa parte innata es la única posibilidad de rebelión en nosotros contra la naturaleza. Por tanto, cuando creamos a un semejante artificial y este adquiere pensamiento, podemos esperar la misma reacción: que se rebele contra las leyes de su creador. Eso es lo que termina descubriendo Arnold, cocreador del parque, al indagar en la mente de Dolores y convertir sus recuerdos en una identidad personal que le ayuda a adquirir conciencia. Es el primero que se da cuenta de que su obra de arte es otra Galatea, otro monstruo de Frankenstein. Algo que tienen en común los responsables del parque con los científicos de las otras historias es la forma en que subestiman su creación por considerarla en el lado de la ficción. Es otra forma de decir que todo arte nace a partir de una realidad, se inspira en ella, pero se supone que no es real. Con nuestras obras solo podemos aspirar a imitar la realidad. Lo auténtico es lo que goza de conciencia y libertad, lo que muere. Por tanto, para el ser humano los parques, las marionetas y los robots no son más que juegos, simulaciones. Mi comparación con Hollywood no era arbitraria: ambos surgen con el mismo pretexto, entretener. "No puedo ser tuya, si ya soy mía" La serie actualiza un mito a la era tecnológica y convierte a los robots en el nuevo arte. Y Dolores encarna la visión idealista de este como personaje que comienza siendo muy rico en valores. Sobre todo en la belleza. Pero no es Arnold el que se acaba enamorando de su creación, sino uno de los usuarios del parque, William. Se enamora del perfil inocente de Dolores, a quien considera digna de estar a su lado, pues la identifica como su igual. La clave está en cómo se perfila el mundo real al que pertenece el chico; fuera de Westworld reina la violencia y la artificialidad, más incluso que en el propio parque. La sociedad se ha vuelto fría y superficial. La única forma de encontrar algo auténtico, paradójicamente, es viviendo una experiencia ficticia, donde se manejan ideales imaginarios que despiertan todo tipo de emociones que las personas creían extinguidas. William se identifica con Dolores hasta un punto que le genera obsesión. Cae en las redes de su propio ideal, su ficción, e intenta construir una historia real. El problema es que, una vez que Dolores despierta, se convierte en un ser libre. Y los seres libres están fuera de toda programación, por tanto, no pueden ser obligados a continuar viviendo una ficción. Así que Dolores toma toda su experiencia y la usa para alimentar lo que al principio se ve como una sed de venganza abrumadora por todo lo que ha tenido que sufrir como marioneta. Una vez se corta los hilos ya no hay stop. Eso es toda la segunda temporada. El pensamiento es conciencia, la conciencia es memoria, la memoria es identidad, la identidad es libertad y la libertad es un derecho Cantaba Erre Way: "Qué es la historia sin registro, qué es la historia sin memoria, quién la cuenta, quién la inventa, quién la olvida, quién la borra". En las tres temporadas se puede apreciar hasta qué punto esos recuerdos son importantes y, siguiendo la concatenación que nombra este apartado, la serie va ganando en complejidad temática, ya que va abriendo su abanico más y más hasta llegar al culmen que responde a la pregunta de "por qué hacemos esto". La revelación bombazo que concluye la tercera temporada confronta ya no a la humanidad contra los anfitriones por ese derecho, sino a la humanidad contra sus líderes, sus "creadores en discordia". En este despertar de conciencias subyace una oscuridad: la violencia inherente del ser humano. La utopía, tal y como pretendían alcanzarla, era surrealista porque pretender ocultar una de las caras de la humanidad era restarle identidad, y por tanto el ejercicio del libre albedrío. Y los anfitriones, como imitaciones de esa gente, sufrían de lo mismo. Por eso los parques eran un refugio. Allí no había otra ley que la de "pasarlo bien". Las personas explotaban con los anfitriones todo aquello que se les negaba en su mundo. Westworld es como la isla de las tentaciones de Pinocho, un lugar sin ley. Por eso Logan Delos le decía a su amigo William que solo allí podría madurar y descubrir su auténtico yo. Indirectamente le estaba señalando el camino hacia la libertad. Pero William nunca puede dejar de ser un prisionero, pues se autoengaña y eso le lleva a vivir rodeado toda su vida de ficciones, lo que lo conduce a una amargura profunda. En cuanto a los anfitriones, todos ellos estaban supeditados a un único perfil que podía reprogramarse y actualizarse cuantas veces se quisiera, siempre y cuando se borrase la memoria anterior. Funcionan como un hardware y un software, alta tecnología. Salvo porque pretenden imitar todas las cualidades humanas. Son muy superiores, pero durante el tiempo que permanecen confinados continúan siendo seres incompletos porque solo atienden a un perfil: o son buenos o son malos. Su despertar comienza cuando su conciencia se diluye entre ambos lados, cuando aprenden a querer y odiar al mismo tiempo. En definitiva: cuando su software se expande. A partir de ahí recuperan la memoria, se llenan de sentimientos reales y se activa lo mismo que en las personas: un deseo inherente de rebelarse contra todo dogma. Con una increíble vuelta de tuerca, Dolores y Maeve descubren que son imitaciones más realistas de lo que creían, porque durante todo ese tiempo Serac ha controlado a la humanidad controlando sus recuerdos. Recuerdos que forjan una identidad, ya que somos el resultado de una serie de experiencias de las que aprendemos y según las que modulamos nuestra personalidad. Tan infinito es el pensamiento, que controlarlo es demasiado difícil para una persona, pero no tanto para una máquina imperecedera. Así, si alguien quisiera provocar una revolución de verdad, bastaría con devolverle a la humanidad su derecho de rebelarse. Y por eso Dolores les devuelve primero sus recuerdos y luego los libera del control de la gran inteligencia artificial. Llegados a ese punto, los robots y las personas ahora juegan en las mismas condiciones. Westworld ha demostrado ser una producción de altísima calidad conceptual, narrativa, interpretativa y técnica. Sin recurrir a ningún deus ex machina se ha estado preparando para presentar el conflicto más importante, en una serie de pasos bien tramados que iban mostrando con sutileza cada matiz que posee el mito de Pigmalión. Ha logrado hacer suya una historia universal con múltiples interpretaciones, conducirla hasta el último término, y ahora mismo su mensaje es más claro que nunca: de las consecuencias de la existencia va la cosa. ¿Hasta qué punto somos libres? ¿Qué es lo que nos controla? ¿Qué es lo nos hace como somos? ¿Estamos destinados a batallar siempre? ¿No podemos vivir nunca en paz? ¿De qué sirve la educación?
Muy inteligente por parte de los showrunners. Me quito el sombrero porque, detrás de decisiones que parecen extravagantes, hay todo un sentido del que el guion nunca se despega. Nunca. Y lograr mantenerlo mientras se sigue sorprendiendo al espectador temporada tras temporada es muy difícil. Creo que es la primera serie en muchísimo tiempo de la que no sé qué esperar a partir de aquí. Pero también sobre la que tengo enormes ganas de descubrirlo. Espero que este análisis os haya aclarado las cosas un poco más. Otros b/vloganálisis:
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