Post de Naiara Salinas Tardé una semana por motivos personales y "profesionales", pero el pasado domingo 12 de marzo ahí estaba yo en el cine para cumplir con lo prometido: ver a Marta Etura, Elvira Mínguez y Carlos Librado encarnando a Amaia y Flora Salazar y a Jonan Etxaide respectivamente. Mentiría si dijera que vi El guardián invisible como una película más. Tras haber estado en presencia de los actores, el director y la autora, como conté aquí, acudí al cine como quien va a observar al amigo al que ha visto ensayar su obra de teatro con entusiasmo, preparada para captar y entender las curiosidades que me comentaron, como por qué tal escena había sido difícil de rodar, por qué Dolores Redondo estaba tan entusiasmada con la adaptación, cómo sonaba la banda sonora grabada en el Baluarte de Pamplona y por qué el txantxigorri era tan importante en la trama. Soy de ese porcentaje minúsculo de españoles que no había leído la trilogía antes de acudir a la sala, así que sorteé los spoilers como bien pude para llegar totalmente ciega (bueno, un 90% al menos). Me alegra que a pesar del boicot lanzado en las redes sociales la película se haya mantenido como tercer mejor estreno de la semana y que siga llenando las salas (la mía lo estaba, os lo garantizo). Si no llegué a decantarme primero por los libros fue porque el thriller no es un género que como lectora me llame la atención. Ni siquiera aunque esté ambientado en mi tierra. Pero tras ver el filme tuve que retractarme de esa decisión y para cuando llegue la segunda parte (porque la habrá, fijo) habré acabado con todos. ¿Por qué ha cambiado mi punto de vista? Porque El guardián invisible es una de esas historias donde se entrecruzan varios elementos que acentúan el misterio y lo mantienen hasta el final mientras se rinde tributo a la tradición. No solo hay aspectos de un thriller hecho y derecho, sino también mitología vasco-navarra (que me apasiona, no me cansaré de decirlo), rituales, un pasado traumático para la protagonista y, lo más importante, una atmósfera y un escenario únicos. Fernando González Molina ha logrado convertir el valle de Baztán en lugar de culto universal, mostrando su paisaje y su pueblo al nivel de lo que más se ve en pantalla, como la campiña inglesa, los pueblos norteamericanos, etc. La fotografía es impresionante, te adentra en un lugar oscuro, frío, salvaje y mítico plagado de misterios, el escenario perfecto de un crimen. Huelga decir que no llueve tanto en Elizondo (aquí en Navarra también vemos el sol, que conste), pero por lo demás me gusta cómo se ha plasmado el norte de la comunidad, esa cercanía al paisaje de los Pirineos esencialmente forestal y rural (es que prácticamente se ha rodado en la zona). El resto de aspectos técnicos, por supuesto, contribuyen a ensalzar el territorio, en especial la música, una buena aportación de la sinfonía navarra que añade más valor cultural al filme, si cabe, con un sonido muy familiar para los de aquí pero al mismo tiempo fácil de asumir para los de fuera. La banda sonora me hizo sentir que así debía sonar una trama como esta ambientada en un lugar como ese. Sin embargo, aunque solo con el escenario y la música me gana, si algo realmente fuerte tiene el argumento es su protagonista. Dijo el director que estaba convencido de que Amaia Salazar pasaría a formar parte de la historia de la literatura española y, una vez visto el filme, puedo apoyar más su postura. Los personajes con sus traumas no del todo superados siempre me alegran el día, son la clase de personas que uno quiere conocer para descubrir su historia completa y entender sus motivaciones. Con Amaia hay un trasfondo psicológico que se desarrolla a lo largo del largometraje y que la convierten en tan intrigante como los asesinatos. El gran acierto son los flashbacks, introducidos en los breves momentos de descanso para mantener la tensión y el interés del espectador, con imágenes muy bestias que muestran a una niña sufriendo como no lo hace la adulta, de manera que ¿cómo ha llegado hasta ahí? ¿Qué le ocurre con su familia? ¿Por qué vive con su tía y tiene continuos roces con su hermana mayor? Todo eso se va revelando en pequeñas dosis hasta llegar al final, donde podemos componer el puzzle completo. Cuando una ve a Marta Etura tan maja y sonriente en una entrevista no se imagina cuán de radical es el cambio que pega en pantalla. Una actriz con mucha energía y paciencia para interpretar a un personaje serio, que además no lidia con un idioma sino con tres: español (lo fácil), euskera (imagino que también, gracias a sus raíces donostiarras) e inglés (aquí se la juega para sonar convincente). ¿Por qué esto último? En el libro la protagonista está casada con James, un artista americano que se trasladó a Pamplona, como tantos otros de los suyos, por San Fermín y Hemingway. Además, ella ha mantenido una estrecha colaboración con el F.B.I., en uno de estos curiosos intercambios en su época de aprendizaje criminólogo. En la novela no se plasma la lengua con tanto ahínco, pero otra decisión de Molina (muy acertada a mi parecer), ha sido reflejar el realismo lingüístico y, dado que la película es de producción bilingüe (DeAPlaneta y Nostromo) pero ambientada y filmada en España, qué menos que mostrar el idioma extranjero tal cual, sin doblaje y con unos subtitulitos. Aunque Marta se lleva las flores, el resto del reparto también muestra su competencia, faltaría más. Carlos Librado, antes deportista, se estrena en el cine como mano derecha de Etura y se esfuerza por estar a su altura. Su personaje es simpático y logra que te pongas de su parte, así que nada de considerarlo sospechoso (aunque en un género como este sea un error). Y no hay duda de que Elvira logra que Flora nos interese al tiempo que nos produce antipatía por su trato a Amaia. ¿Qué me queda? El final y la condensación del mito en la realidad. Sin spoilear (tranquis), me ha satisfecho cómo la película enlaza el crimen con un ser folklórico (el basajaun que titula este post), cuya existencia se pone en duda porque se trata con tanta seriedad que, aunque a priori no sea posible, uno acaba mordiendo el anzuelo y cuestionándoselo. ¿Cabe lo surreal en un argumento realista? Sin resultar excesivo, sí, ya que contribuye a alimentar el misterio del valle y además dota de sentido al título. ¿Quién es ese guardián y cuál es su cometido? Amaia lo descubrirá a través de su tía anciana, heredera de las viejas creencias, unas que tienen su peso en el crimen también. Al ser invisible la aparición de este ser se reduce a lo anecdótico, así que no esperéis encontrar en él al asesino (si es así entonces se me caen las bragas). En resumen: historia bien contada, buena adaptación y plasmación de la atmósfera literaria, protagonista muy sobresaliente, buena banda sonora e inserción de los elementos tradicionales, y buen final que justifica (además de pedir a gritos) la secuela.
Un ejemplo claro de blockbuster español. Quiero más, ¿y vosotros?
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Agosto 2023
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