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El juicio de los 7 de Chicago: la importancia de usar bien nuestra voz

10/17/2020

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Post de Naiara Salinas
"Puede hacer lo que quiera con cualquier cosa si la saca fuera de contexto".
Una vez me sentaron a una mesa y me entregaron una carpeta con el nombre de una persona acusada de asesinato a quien tenía que juzgar. Claro que yo no estaba llamada a "decir la verdad y nada más que la verdad" ni la situación era real, sino un juego de rol. ¿La historia que representábamos? Doce hombres sin piedad, uno de los mejores clásicos en blanco y negro que he disfrutado en la vida, una película construida sobre una serie de perfiles humanos llamados a condenar o salvar al acusado, en una trama llena de confrontaciones morales puestas en jaque en la intimidad de un salón.

De alguna forma, con el nuevo filme de Aaron Sorkin, guionista más que hecho (entre su obra se encuentran éxitos como Algunos hombres buenos —curiosamente sobre otro juicio—, El ala oeste de la Casa Blanca, La red social, Moneyball y Steve Jobs), he vuelto a sentir lo mismo que me transmitió aquella película, una nueva lucha de clases, otro repaso a distintos perfiles. Solo que esta vez no ha sido el jurado, sino los acusados, el objeto de atención.
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La clase de Historia que todos quisiéramos tener, con un maestro de la narrativa

La sinopsis nos sitúa en 1968, tiempos de la guerra de Vietnam, cuando distintas agrupaciones (de estudiantes, de pacifistas, etc.) deciden acudir a una convención de Chicago para protestar pacíficamente contra la guerra, pero una serie de disturbios destrozarán esos planes y acabarán con los siete organizadores (ocho originalmente) en uno de los juicios más largos y mediáticos de la historia de Estados Unidos. 

A esta base histórica le acompaña como plus un largo recorrido de adaptación que empezó con Steven Spielberg y acabó en varias manos más hasta llegar a Aaron Sorkin. Así que puede considerarse como una de esas películas "malditas" que solo esperaba el momento idóneo para filmarse (y estrenarse). Bien, pues si hay que elegir un momento, este le viene como anillo al dedo, a tan solo un mes de las elecciones presidenciales, en un año muy famoso por los disturbios y las protestas, aparte de por la pandemia. Estamos todos tan sensibles que Hollywood llama con más fuerza que nunca a esta clase de argumentos dirigidos a exponer, criticar y, si acaso, concienciar de una forma un poco más... amistosa. Aaron Sorkin no perdona, pero tampoco es un estirado: su guion está lleno de preciosos dardos que dispara de la forma más entretenida y respetuosa que se le ocurre, a través de un montaje muy dinámico similar al de Parásitos, con una ejecución magistral de los diálogos que demuestra que a este hombre no hay quien le gane en una discusión. 
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El hombre de las discusiones detrás de las escenas (©Phedon Papamichael, Netflix, 2020)
El guion es el verdadero fuerte del largometraje, con lo que se demuestra que Sorkin no pierde maña con la edad. Ello, más el componente realista, lo granjean como firme candidato a la próxima edición de los Oscar, aunque me dejo más cosas en el tintero. El peso del habla en esta historia es la causa y el efecto de su mensaje de fondo, sobre la importancia de alzarse contra las injusticias y plantear cambios socio-políticos mediante el uso exclusivo de las palabras y las ideas. La historia presenta dos bandos muy claros: los que quieren criminalizar el enfado colectivo y los que quieren acabar con la injusticia. Sin embargo, la forma en que se maneja el juicio convierte un proceso largo y tedioso en un pasatiempo que llega a disipar la tensión del ambiente en determinados momentos gracias al desenfado de algunos personajes. El juicio crítico se plasma convenientemente alejándose de la verborrea y favoreciendo continuamente el intercambio rápido de palabras entre juez y acusados, juez y abogado y/o abogado y fiscal. Un intercambio rápido causado por la exasperación que produce tanto alargamiento, precisamente (la rabia de los personajes aumenta cada día que pasa sin un fallo pero sí más y más pegas). De esta forma, la lucha encarnizada es básicamente ideológica y lingüística, lo cual supone un modelo de interacción entre tantas personalidades dispares donde cada uno tiene su forma de entender la revolución. Sorkin viene a apoyar a las masas afirmando que si tienen algo que decir, deben salir a la calle y gritarlo a los cuatro vientos, que no es momento de callarse (no por nada la canción principal que suena en los créditos finales se titula "Hear my voice"), pero en ningún momento se defiende la violencia, y de hecho el sentido en torno al que gira todo es la denuncia contra los actos vandálicos y agresivos. El acierto del guion es ofrecer esa denuncia en cantidades muy bien medidas dentro de cada secuencia para que el mensaje cale pero no sea demasiado pesado. 

El juicio pasa por distintas fases, sufriendo altibajos. Contiene momentos de tensión, momentos de guasa o socarronería, momentos de reflexión, momentos de incertidumbre... El salseo está servidísimo. La presentación del filme ya resulta agitada con los protagonistas arengando a sus oyentes para manifestarse en la "ciudad del crimen" al ritmo del rock sesentero. Todo lo que sucedió en esa convención se va intercalando con la narración del juicio, conforme los personajes responden a las preguntas en el estrado o más tarde en la intimidad con su gente. Ese es, como comentaba, el rasgo más dinámico de la película, una forma inteligente de ir ofreciendo respuestas al espectador que se pregunta por los hechos graves que han llevado a esa situación. Además, para agravarlo más, algunos de los fotogramas empleados se corresponden con imágenes reales extraídas de los archivos de la hemeroteca de confianza.
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La cinta no se anda con milongas. El juicio se produce por un acontecimiento de gravedad y así hay que plasmarlo
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Las voces denunciantes: protagonismo colectivo con un reparto top

​La película no sería lo mismo sin un casting tan apabullante como este, donde destacan Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne y Joseph Gordon-Levitt como los personajes que presentan mayor giro o transformación a lo largo del metraje, y Mark Rylance y Frank Langella como los verdaderos rivales (entre sí) en el top.

Rylance interpreta al abogado principal de los Siete (no confundir con los de The Boys) y su actuación es impecable durante las dos horas y diez minutos, muy enérgica, muy líder, muy badass. Mientras que Langella es el juez, el obstáculo más crudo y desesperante no solo por sus convicciones conservadoras, sino también porque "chochea". Es el más anciano del elenco (aunque también el más veterano junto a Rylance) y ello le crea una mentalidad muy arraigada en los modales patriarcales. No ve con buenos ojos que unos hippies se mofen de la situación, ni que un afroamericano le levante la voz. Ver en escena a estos dos, siempre en rifi rafe, es un regalo a los oídos y la vista: su interpretación se llena de matices, ya que como ambos representan dos caras de la moneda en ese juicio (la defensa y el ataque) han de moderarse, por lo que en una sola escena llegan a pasar por calentura y calma a la par. En el fondo, el abogado defiende un modelo de vida y pensamiento que descontenta al juez, un desconfiado de las nuevas generaciones. Hay mucha chispa suelta entre ellos que siempre te va a asegurar una buena batalla emocional.

Baron Cohen sorprende, ya que, cuando parecía que su personaje iba a ser otro bufón más en la larga lista de este intérprete, se revela como un filósofo maduro peculiar, con un monólogo final maravilloso, el mejor. Eddie es Tom Hayden, otro claro líder del grupo, que siempre acompaña a Rylance como soporte. Es aquel del que nadie tiene dudas de que es un tío cojonudo, respetuoso y muy moderado, la voz de la razón, el único capaz de recular. Por eso, el clímax para este personaje supone una vuelta de tuerca, ya que es algo que no se corresponde con la personalidad serena, apaciguadora y neutral que muestra en el juicio, pero al mismo tiempo no le es contradictoria (nota: debido al montaje intercalado con flashbacks su vuelta de tuerca es además pasada, lo cual llama la atención). Ver a Eddie en este rol que estaba destinado a Heath Ledger en el pasado es como verle compaginar su parte más sensible, educada, discreta e inteligente con la revolucionaria que mostró en Los miserables y Los pilares de la tierra. Hay mucha ironía en cómo se relacionan el personaje de Sacha y el de Eddie al principio y al final; es como si se intercambiaran los roles. Y en cuanto a Gordon-Levitt, es el de la evolución más básica, pero aun así muy genial: el personaje más dual, situado en el bando "enemigo", en el que empieza creyendo firmemente, pero que poco a poco irá ganando empatía por los Siete. 

Al final, todos los personajes están tan bien perfilados que, a pesar de seguir repasando unos arquetipos prefijados, ninguno de ellos se va a acomodar en su rol y todos van a estar llenos de tonalidades, lo que da pie a juegos interesantes, aunque poco sorprendentes en ciertos casos. Pero, más importante aún, el protagonismo colectivo funciona porque (casi) nunca se despega de esa idea y hasta con los más secundarios disfrutas. 
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A esta clase de escenas me refiero. Impresionante
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Yahya Abdul-Mateen II es Bobby Seale, el más damnificado de los acusados
El juicio de los 7 de Chicago es una de las mejores apuestas de Netflix este año y un gran modelo de cómo se resuelven los conflictos en la realidad y de cómo se deberían resolver. Sorkin se consagra como relatador de oro para mí. En este guion se percibe el mismo sentimiento que en otras de sus producciones; es inteligente, picante, sarcástico. Ha dejado frases y reflexiones para la posterioridad. Especialmente recomendable a todos los seguidores de su carrera y a los amantes de las tramas (i)legales. Las dos horas esas ni las he sentido. Veni vidi vinci. 
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Imagen extraída de comingsoon.net
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