Post de Naiara Salinas En una era de avances tecnológicos, resulta bastante natural explorar los límites de dicha tecnología y ver cómo se cohesiona con las viejas formas. La gente que se dedica al apartado de los efectos visuales (los conocidos como VFX) se deja la piel frente al ordenador para convertir la imaginación de cineastas y guionistas en algo aparentemente tangible, pero quedarme en esa descripción no les haría auténtica justicia, ya que lo digital no se detiene en lo fantástico, sino que hoy en día lo podemos ver incluso en contextos realistas. El alcance actual de la posproducción ha facilitado los rodajes logrando, por ejemplo, que una escena filmada durante el día pueda transcurrir de noche en la ficción. Lo que quiero decir con esto es que el cine cada vez encuentra menos fronteras en su creatividad y los equipos se atreven a jugar en planos más conceptuales. Antaño, para rodar una batalla en un volcán seguramente los encargados de los efectos especiales (FX) habrían tenido que recrear la lava y causar alguna explosión en un monte, mientras que en el presente basta con un decorado rodeado de croma azul o verde. Supuestamente eso abarata los costes, así que es normal que su uso atraviese una época dorada sabiendo además que el público cada vez se sumerge más en (y gracias a) esta manera de presentar mundos. Sin embargo, también es una era dominada por la nostalgia donde perviven los artesanos que creen en el trabajo manual, no por tener menos imaginación, sino porque les apasionan los retos y sienten cariño por la animación partiendo de lo explícitamente físico. Tal y como lo veo, en la vida puedes ser como el hada de Cenicienta, que transforma lo ordinario en extraordinario dotándolo de belleza, o el hada de Pinocho, que otorga expresividad y movimiento a lo inerte sin modificar su apariencia. Ni una ni otra es mejor o peor: son dos tipos de visión laboriosa (una más intelectual y otra, más física) que cooperan para que las historias se nos transmitan y nos encandilen a primera vista. Aun así, llega un punto (y esto lo estamos notando mucho últimamente) donde lo visual se superpone sobre la narración. ¿Cuántas veces en los últimos años has acudido a ver un blockbuster y has pensado que técnicamente era espectacular pero la historia tampoco te había transmitido tanto? ¿Nos estamos dejando llevar por el síndrome Stendhal? ¿Ya no tenemos gusto por los guiones o es que todo resulta tan repetitivo a estas alturas que, ya que vamos a ver un producto AUDIOVISUAL, mejor que esté bien hecho? ¿Y no pueden conciliarse ambas cosas? Mi filosofía siempre se orienta hacia la narrativa y un buen diseño de producción no debería sino potenciarla, darle más appeal. Por supuesto que quiero ver producciones bonitas con una banda sonora excelente e interpretaciones de Oscar: el cine y las series se pueden dar el lujo de crear espectáculo como el teatro porque son espectáculo y entretenimiento. Pero hace mucho tiempo que se han convertido en algo más para los espectadores que, como yo, los ven como una especie de refugio, un reflejo subjetivo de lo cotidiano, los anhelos y los miedos que el ser humano no se atreve a expresar. Casualmente este mes se han estrenado dos largometrajes que encajan mucho en esta reflexión que planteo y, como tenía muchas ganas de dedicarles una reseña, he decidido unirlos en un solo artículo para analizar cómo se conjuga su tecnología y/o artesanía con su trama. ![]() El Pinocho de Guillermo del Toro: una aproximación más oscura y adulta Uno de mis estrenos más esperados este mes, a pesar de la pereza ante una nueva adaptación del clásico literario tras la última fallida de Disney, era la propuesta de uno de mis directores favoritos, caracterizado por su enfoque fantástico y sombrío, siempre muy vinculado a la muerte, la guerra y la pobreza. Que la de Guillermo iba a ser una versión más libre con respecto a las múltiples que conocemos era lo que esperaba, y precisamente esa concepción es la que ha jugado a favor de un guion que trastoca el nacionalismo italiano denunciando el efecto de un gran conflicto sobre la población más inocente: los niños. El relato del mexicano no solo contiene referencias a su original, sino que da un paso más al ubicarlo en el contexto del fascismo del siglo XX, con lo que se desvincula de casi todo lo anterior, tan solo manteniendo los personajes esenciales y algunos elementos mágicos. La moraleja se vuelve más compleja, alimentada por esta dimensión histórica, y el camino hacia ella resulta más crudo y emotivo. Teniendo en cuenta el salto importante que pega esta sinopsis, que nos regala momentos tiernos y simpáticos en una realidad dolorosa con un foco más general, lo del stop-motion es solo un plus. Mi admiración por esta técnica tan exigente de paciencia queda eclipsada por una historia que observo con la mano en el pecho y los ojos humedecidos en varias escenas. Tiene gracia que esta trate la imperfección (y no solo en el protagonista, ojo, eso es lo mejor), porque para mí se corona como el mejor estreno animado del año (con perdón de Chip y Chop), muy sincera y humana, realizada con mucho mimo, sí, pero sobre todo alma. Retomando el aspecto técnico, Del Toro continúa defendiendo con firmeza su fotografía tenebrista, la cual, en este caso, juega oportunamente con los contrastes más extremistas entre los tonos cálidos (muy naranjas) y fríos (azul marinos) como una forma de simbolizar el milagro que supone Pinocho en medio de tanto horror. En cuanto al diseño del muñeco de madera, llama la atención que siempre se presente desnudo salvo por los pies y no sea escandaloso porque se le trata como un ser completamente mágico en lugar de una persona. Que conste que con esto me refiero más a la parte externa; el cineasta conjuga tan bien como sabe el lado folklórico con el realista y emplea la condición de su protagonista para ensalzar el espectáculo (ficción) como una luz inspiradora en tiempos oscuros (incluso Pepito Grillo se nutre de esta filosofía al presentarse como autor de este cuento). Internamente, se aprovecha para abrir un diálogo sobre las expectativas en las relaciones paterno-filiales exponiendo mucho más de Geppetto como padre viudo (por cierto, el homenaje al escritor del libro, Carlo Collodi, a través del personaje del hijo me tocó demasiado la patata). Conclusión: en un filme donde Pinocho acierta y se equivoca continuamente (y no solo una cosa hasta el final) y el espectador puede mosquearse con el trato injusto que le da a veces su siempre tan afable padre, no se puede decir que no prime la narración. Aun así, mucho se comenta de lo que le ha costado a James Cameron traer sus secuelas de Avatar, pero a don Guille no le ha resultado más fácil: unos catorce años le ha costado, ¡catorce! Espera que ha valido la pena. Siempre he quedado encantada con los productos animados de su sello, pero este está en otro nivel. Es muy bello, dinámico, un poco más largo de lo habitual también (introduce unos cuantos conflictos nuevos) y me ha dejado una huella que no esperaba. Oscar YA. ![]() Avatar: el sentido del agua: Pandora se expande ¿Que Cameron y Del Toro son tan amiguis que hasta compartieron piso un tiempo? Pues también comparten esta entrada. Jake Sully y Neytiri regresan con una buena prole y, por rehuir un confrontamiento directo con un viejo enemigo, abandonan el nido y buscan refugio en una tribu más conectada con el océano, forjando nuevos lazos de amistad, rivalidad y romance y reaprendiendo las costumbres. No se puede decir que Jimmy no sea ambicioso (sí egocéntrico); su construcción de Pandora y sus habitantes me fascinó desde el principio y continúa en esa línea. Su imaginación a la hora de concebir mundos y culturas es tan admirable como su tecnología punta. ¿Ha hecho historia del cine? Ni siquiera los detractores lo niegan. Pero ¿hasta qué punto se justifica la espera de esta entrega, que ha estado horneándose trece años (con solo tres dedicados al rodaje)? Audiovisualmente es tan digna y maravillosa como se esperaba, pero tampoco puedo afirmar que perfecta porque, suponiendo que saldría de la sala ojiplática, tomé la decisión de verla primero en 2D para apreciar la narrativa sin esa «distracción». Y no estoy diciendo que no sea preciosa, ni logre unos planos de quitar el hipo, pero en comparación con su predecesora poco vi de especial, exceptuando las escenas acuáticas tan limpias (que como ocupan un 85% del metraje bastarían para el sobresaliente). Así que si queréis disfrutar de Avatar 2 en todo su esplendor os recomiendo encarecidamente ir directos/as/es al 3D (yo es que soy una rebelde). ¿Qué hay entonces de la trama, es tan ambiciosa como había prometido el director? Ahí sí me pongo más tiquismiquis y respondo... que no. O más bien regular. El lore se desarrolla increíblemente, ojo, ahí no pierde fuelle: me encanta la nueva tribu, me encanta su espacio, me encanta su diseño y cómo conectan con las criaturas marinas. Me gusta el desarrollo de Jake y Neytiri en un rol más pacifista como padres tanto como sigo disfrutando verles en acción, porque las batallas están súper bien coreografiadas y ellos son muy badass. Pero el único punto fuerte que tiene la historia y del que espero que siga tirando es la nueva generación. Toda la familia me ha calado, pero esta vez son los hijos y no los progenitores los que cargan con el mayor peso dramático y la mayor complejidad por cómo se ha generado su conflicto, desde el hijo humano adoptado que, aparte de ser despreciado por la madre debido a su origen, se ve entre la espada y la pared cuando se le presenta la ocasión de conocer en profundidad a ese «origen», pasando por el hijo mediano que intenta quitarse la etiqueta decepcionante acuñada por sus padres y llegando hasta la hija adoptada tan mística como su origen en incógnita. Spider, Lo'ak y Kiri son los mejores personajes de esta secuela de lejos, aunque mi Oscar va para Sigourney Weaver por hacerme creer que es una adolescente (el avatar ayuda mucho, cierto, pero no lo es todo). ¿Qué me pica, entonces? Principalmente dos aspectos y medio: 1) la estructura apenas innova con respecto a la primera y carece de esa diversidad y originalidad que Cameron aseguraba, repitiendo muchos momentos (solo que en otro contexto) y dejando casi en parálisis a Jake y Neytiri, lo cual causa que su duración tan extensa sea cuestionable, ya que, aunque nunca me canso de explorar Pandora y conocer a los personajes, apenas acontecen novedades y hasta el clímax anda ahí ahí (como batalla final me pareció más grandiosa la primera, confieso); 2) no soporto las resurrecciones. Los antagonistas de esta saga son los humanos colonizadores y de ahí se puede obtener suficiente para trazar cada ronda (de hecho, aquí entran en acción los cazadores y molan mucho). Aunque no tengo nada en contra de Stephen Lang, su presencia alimenta en buena parte la sensación de que se estira el chicle más que se inicia un capítulo nuevo y, si bien da mucho juego cuando hablamos de su relación con Spider, también acaba siendo cansino. Cada vez que se emplea este recurso en cualquier historia acuso una pereza creativa y un miedo a deshacerse de un gran personaje, lo que resta interés por su devenir. Conclusión: a pesar de que he terminado un poco a malas, lo cierto es que Avatar es una franquicia que siempre voy a apoyar por todo lo que ofrece, por su mensaje tan positivo y su riqueza digital y conceptual. Adoro a los na'vi: tanto ellos como su mundo son de lo más originales y hermosos. Cameron dirige con maestría a su reparto y a sus técnicos para que los admiremos, así como plantea reflexiones familiares y ecológicas muy importantes y profundas. Su posproducción es envolvente y, no sin gracia esta vez, sumergible de narices. Le pone toda su buena fe, no me cabe duda, pero esta vez sí diría que hay menos equilibrio en una historia que a grandes rasgos resulta muy simple para la magnitud de ese universo. Con todo, os animo a verla y a forjaros vuestra propia opinión (a menos que no os gustase la primera porque, como digo, son muy parecidas).
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Mayo 2023
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