Post de Naiara Salinas Anoche vi gracias a Apple TV la nueva adaptación del clásico de Shakespeare, firmada por el aclamado Joel Coen: The tragedy of Macbeth (en español simplificada a Macbeth porque somos muy originales, ejem). Y aunque no llega a durar dos horas, mucho se podría comentar de ella, que es naturalmente lo que vengo a hacer. Un guion dramático en un formato muy clásico Quizá lo primero sobre lo que tengo que alertar antes de entrar en materia es que no soy especial seguidora del cine de los Coen (de hecho, repasando su filmografía solo un título figura en mi lista de visionadas: ¡Ave, César!, que... digamos que es un «bien pero mal»), aunque de la obra de Shakespeare soy ya casi una experta, como lectora y como espectadora. De hecho, inevitablemente me vino a la cabeza el viejo maratón temático que realicé, donde casualmente estaba la segunda versión de Macbeth predecesora a esta (la protagonizada por Michael Fassbender en 2015, que me acabo de enterar de que se filmó otra en 2018, guau). El argumento de Macbeth es de una oscuridad ingente que, sumado al lirismo de su dramaturgo, es capaz de convertir cada representación en una experiencia muy intensa. Con ese planteamiento se desarrolló la adaptación de 2015, que recurrió a la fotografía, la composición y el montaje para ilustrar el declive de su protagonista hasta la absoluta locura alimentada por la sed de poder, esa que te ciega y te hace ver enemigos en todas partes: en tu mejor amigo, en tu esposa... Se trata de una historia a estas alturas tan conocida, que la magia de adaptarla está en el riesgo, en buscar una visión distinta, incidir en un aspecto que los anteriores directores y guionistas pasaron por alto. Sin embargo, algo en lo que van a coincidir casi todos, parece ser, es en la intensidad emocional. La propuesta de Coen parece que se divide entre todas las adaptaciones previas, recuperando el formato en blanco y negro de la primera primerísima, añadiendo el cuadrado para completar el toque clásico y jugando con el tenebrismo y el lirismo audiovisual de la de 2015. Buscando en San Google, son 28 producciones las que aparecen; desde la primera en 1948, al protagonista le ha dado tiempo a salir de su nicho inglés y recorrer mundo y épocas. Ha sido gángster, ha tenido a su esposa como principal foco narrativo, ha sido viejo, ha sido joven... Pero nunca había sido afroamericano, hasta ahora. A esta crítica de aquí poco le importa lo de la correspondencia histórica y cultural para variar (la trama no deja de estar ambientada en una Escocia medieval, a fin de cuentas), porque entiendo que el objetivo es, como señalaba en el párrafo anterior, innovar, y en este sentido Coen procura dejar su firma donde puede y consigue producir algo interesante. ¿Hay actores norteamericanos atreviéndose con el acentro brit? Sí. ¿Hay algún inglés que se ha colado por ahí? Obviamente (no se puede adaptar a Shakespeare sin contar con un inglés en el reparto, sería mucho sacrilegio). La cosa con este filme es que Coen no solo está trasladando el personaje simbólicamente a otro continente, sino también su verborrea, por decirlo alto y claro. El guion es pura poesía, como si hubiera salido directamente del libreto. No se recrea apenas en la estructura (lo que consigue que la duración equivalga a lo que sería la representación real), sino en las emociones, las expresiones, tanto a través de los fotogramas como de las palabras, y os prometo que en cada plano hay una metáfora, sea del tipo que fuere, expresada con mucha elegancia y a veces rozando la pomposidad de su autor. El carácter cinematográfico, así, persiste en elementos superficiales como el encuadre, la fotografía y el montaje, pero en todo lo demás es puramente escénica: la escasa presencia de sonoridad musical, el dramatismo de los actores abordando a sus personajes y una sucesión de acciones bastante lineal, respetando la original. Ves la película pensando en el teatro todo el tiempo, porque no es una expresión muy natural. Una tragedia casi terrorífica El título del filme no deja lugar a dudas de que viene de una tragedia y cuenta una tragedia, pero Coen maneja toda la atmósfera como un thriller que roza el horror, algo tampoco sorprendente, ya que esta historia contiene elementos que producen auténtico mal rollo en función de la importancia que se les de. Cuando se aborda la locura de un personaje puedes meter demonios físicos o mentales, y aquí se juega igual que en el escenario con ambos. No hace mucho comenté que el empleo de la banda sonora podía ser clave para generar esa mala vibra y esta película también es un exponente, con un silencio meticuloso... salvo cuando hay drama y trifulca de por medio. Aun así, no llega a ser de terror porque su mensaje final incide más bien en el horror de los actos, es decir, no en el mal agüero que provoca el ambiente, sino en el espanto, la atrocidad de lo que los personajes acometen. El Macbeth de Denzel es menos siniestro que otras versiones y más trágico porque es un hombre que deja de distinguir la realidad de la ficción, la amistad de la conspiración, y ello le vuelve apesadumbrado. Esta perspectiva me ha parecido un acierto. Belleza sí, pero...¿alma? Mi problema principal con esta versión es exactamente el mismo que con la de 2015: el ritmo y el tono, más lo que eso conlleva. A pesar de tener sucesos que tendrían que mantenerte los ojos pegados a la pantalla, fluctúa a menudo y el abuso de lírica verbal casi la vuelve muy exclusivita (los dioses se apiaden de los que no suelen ir al teatro). El tono por el que tira Coen no es exactamente grandilocuente (aunque lo parezca por lo que he afirmado del dramatismo), sino poético, humilde y quizá muy lineal o monótono. El largometraje tiene cosas curiosas y al mismo tiempo extrañas: hay planos que son un verdadero orgasmo para los ojos y que aportan a la simbología planteada y momentos que te dejan un poco a cuadros. Las interpretaciones tanto marcan una distancia entre los personajes y el público que causa que no todas las veces se llegue a ellos como se desearía..., como consiguen dejarte ideas muy profundas en torno a la moraleja del relato, pero el pesar que arrastro es la impresión de tener más frases bonitas bien expresadas que realmente interiorizadas. Denzel Washington y Frances McDormand son unos actorazos, no me entendáis mal, y están bastante correctos..., como lo podría estar cualquiera que recitase ese guion con las mismas instrucciones. Comparado con otras versiones, no he visto mucho de especial en ellos, aparte de las reflexiones que nos dejan en sus monólogos y lo que transmiten en silencio. Individualmente hablando, a pesar de su talento, a Frances la veo eclipsada por su compañero (aún trato de comprender si es culpa del focalizador escrito o es que realmente no se luce mucho, sino que es más soportada por las imágenes). Ello no deja de ser curioso, dado que en la versión de 2015 me quedé ante todo con la interpretación de Marion Cotillard, más que la de Fassbender (y eso que estaban a un nivel muy parecido). ¿Merece Denzel las nominaciones que está obteniendo? Quizá yo no le daría el premio, pero tampoco lo descartaría porque sigue estando por encima de sus compañeros de reparto y en su rostro aprecias toda la carga que arrastra el personaje, lo cual es importante. En el último acto está muy bien. Conclusión
The tragedy of Macbeth es un largometraje artístico que se nutre de las técnicas que hacen tanto al cine como al teatro únicos. Es muy interesante y espectacular, pero a mí no me ha conseguido cautivar del todo (quizá necesite verla de nuevo) y hasta se me hizo pesada. Yo no la veo como una película de disfrute, sino para análisis académico. Tiene más de artificialidad que de autenticidad y, quizá por la conexión que tengo con la obra, esto me resulta más indiferente en este caso que en otros similares, aunque sí tiene alguna escena muy buena donde te metes bien. Lo mejor: el aire de novedad y la apuesta por lo diferente, la mezcla de géneros y la fotografía. Destaco el plano final, que es un cierre perfecto a mis ojos. Me gusta que conecte tanto con el origen escénico de la obra, aunque no haya sido 100% complaciente, porque se aprecia el respeto. Denzel Washington realiza un buen trabajo manifestando la degeneración que produce una ambición enfermiza suscitada por presiones ajenas. Lo peor: demasiado monótona, muy lenta y extraña de una forma que puede dividir opiniones. A mí no me ha ayudado a conectar con la historia y los personajes por mucho que impresionara a mis ojos y que dejara un gran planteamiento. No es por el lirismo general, porque The Green Knight iba en la misma onda y a mí me pareció flipante, me sumergió mucho y le vi mucho sentido. Es simplemente que no conecto con la forma de narrar de este director. Puntuación: esto siempre es tan subjetivo que de la noche a la mañana puede cambiar, pero de momento entre un 5,5 y un 6.
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