Post de Naiara Salinas Hoy quería traeros un post diferente, un poco más reflexivo. En este año que vivimos el temor por el futuro de algunas producciones se acrecenta, aunque a la hora de la verdad lo peor que puede ocurrirles es que se retrasen (por lo menos, rara es la cancelación de proyectos del séptimo arte, y menos cuando ya han sido filmados. Eso es más propio de las series). En cambio, ¿las salas de cine donde hemos experimentado incontables emociones, vivido sueños y pesadillas? En ciudades grandes, las cadenas como Cinesa o Yelmo se preocupan lo justo, ya que cuentan con salas muy amplias para adoptar las medidas de seguridad sin problema. Pero cines pequeños como uno de mi ciudad han sufrido una clausura que dura hasta nuestros días y, a raíz del segundo confinamiento, va a extenderse hasta saber cuándo, lo cual me hace, inevitablemente, temer por su aguante. Aunque, a la hora de la verdad, ni unos ni otros pueden levantarse sin los estrenos, y en este año dominado por los retrasos de las películas potencialmente más económicas, cuando no ha habido traición directa al estrenarlas en streaming (sí, Disney Plus, te estoy mirando a ti), cabe preguntarse si el cine tal y como lo conocemos tiene los días contados. Una pregunta posiblemente innecesaria por obvia, pero aun así que muchos cinéfilos tememos plantearnos, ya que la respuesta no augura nada bueno. ¿Qué significa ir al cine? Antes de entrar en el meollo, quiero seguir buceando en lo que he planteado en el primer párrafo, ya que ahora que podemos comparar o indagar en nuevos matices no es tontería cuestionarse qué valor aporta una sala grande a oscuras. Antaño estos salones supusieron el inicio de una nueva era para la tecnología y el entretenimiento. El cine fue el nacimiento del cine, el espacio y el evento coexistían como uno solo y la experiencia era única, es decir, no se podía disfrutar en ninguna otra parte. Si querías ver una película, el cine (o el teatro en Estados Unidos) era todo cuanto tenías. Más tarde apareció la televisión, y aunque se pensó que podía amenazar al cine, su formato distaba bastante del de una película, por lo que ambos mundos podían convivir. En la televisión, además, la experiencia era más larga, ya que se emitían todo tipo de programas, noticiarios, publicidad... Al cine se iba para ver unas películas en concreto, oseasé, ambos formatos tenían bien claras sus diferencias. Ni siquiera cuando la televisión evolucionó podías compararla con la gran pantalla, ya que en esta no tenías anuncios interrumpiendo el visionado cada dos por tres. Sin embargo, surgió Netflix, surgió HBO, surgió Amazon Prime y ello, como en las mejores historias de terror, dio una vuelta de tuerca al panorama, ya que, aparte de contar con un catálogo mas amplio que el del cine, tanto en series como en películas, no tenían ningún corte publicitario (ni tienen en el presente) y la experiencia era tan directa como conectarse a la plataforma, elegir un título y darle al play. Aun con semejante competencia titánica, el cine ha podido seguir adelante gracias a que es el primer campo de recepción de los estrenos de las productoras de toda la vida (o lo era, al menos), el mimado de la Academia de Hollywood, que hasta hace unos meses solo admitía nominados que hubiesen pasado por salas. Así que daba igual que estas plataformas estrenasen su propio contenido, ya que las historias que más nos apetecía ver se encontraban en la gran pantalla y solo una vez retiradas de la cartelera pasaban al servicio streaming. ¿De verdad íbamos a ser capaces de esperar tanto para verlas? Nanai. Es más, incluso los festivales hasta ahora siempre habían honrado esta tradición. Prevalece una huella de prestigio en virtud de la cual no eres nadie si no estrenas en una gran pantalla frente a un público considerable (tanto es así, que hasta las series han empezado a colarse en festivales conforme ha ido elevando su popularidad). El caso es que ello también le ha granjeado una imagen falsamente clasista, ya que, por ejemplo, cuando en España se subió el IVA cultural y las entradas pasaron de costar 4 euros a 7 u 8 (y no hablemos de los estrenos en 3D), la asistencia a las salas se redujo considerablemente y aumentó la piratería. Para no perder clientela, los cines se reinventaron y colocaron el día del espectador a precio reducido, más la fiesta del cine. Sin embargo, cada año menos personas acuden para disfrutar de esta experiencia salvo si es por un evento especial (¿hace falta que mencione todos los actos que se han organizado estos años en los cines Callao, el Palacio de la Prensa, etc. etc.? Quiero decir, yo misma estuve en el evento Grindelwald con motivo del estreno de la segunda entrega de Animales fantásticos). Porque ahora, sobre todo ahora, que el contenido antiguamente exclusivo de las salas llega bastante rápido a Internet, los cines se han centrado en una de las dos ideas con que surgieron. No solo son un lugar para ver películas: también son una venta de experiencia. Una experiencia que en principio nunca ha buscado distinguir a su público, es decir, ser propio de una clase social, sino que precisamente cuando se ha visto en esa tesitura ha buscado soluciones para abrirse a todos. Hoy en día cualquiera que pague una entrada al precio de una película normal puede acudir sin problema a un festival. Esa imagen pija que se le otorga viene dada por adornos como la alfombra roja y demás, pero todos hemos tenido siempre un cine de confianza, grande o pequeño, donde estrenaban cintas que no podíamos ver en ninguna otra parte. Ahora tenemos Filmin, pero la plataforma solo puede ofrecerte lo que has ido a ver. No puede hacer que tu casa esté a oscuras, ni que dejes el teléfono en silencio o apagado, ni que dejes de pausar la peli cada dos por tres para ir al baño o pillar palomitas, ni que la imagen se vea en HD si tienes una pantalla de mierda, no digamos el volumen del audio. Tampoco te ofrece la inmediatez del estreno, por mucho que sea más rápido ponerse a ver algo. A estas streamers casi siempre les tocará esperar, a menos que las productoras decidan lo contrario. No obstante, paradójicamente algunos cines han ido añadiendo experiencias "caseras" de lujo (como los menús que cuestan el doble de la entrada) para favorecer una comodidad innecesaria, ya que los que vamos, lo hacemos principalmente por la calidad con que vemos las películas (y por la nostalgia, vale), no por la comida (salvo las palomitas y los perritos calientes recién hechos. Esos saben a gloria). A cenar se va al restaurante. La idea no deja de ser original, pero si por esa experiencia que solo disfrutaría una vez en la vida tengo que dejarme los ahorros de la compra, entonces sí que rozamos la división de clases, y es uno de los riesgos que entraña este nuevo servicio: el hacer creer al espectador que el cine dejará de ser un mero lugar cultural para el pueblo. La razón puede ser muy simple, aunque para mí de momento solo teórica (si alguien lo sabe, que me lo confirme o lo desmienta, please): de lo recaudado en taquilla se benefician las productoras y los distribuidores, pero por el resto de servicios únicamente las salas. El abaratamiento de entradas logra ganar espectadores, pero dado que estos siguen sin subir de forma significativa el número, hay que recurrir a otras medidas para salvar estos espacios. Otros han sido más agudos y, para hacer creer al espectador que está viviendo algo especial por un precio más o menos "equilibrado", han rehecho toda su estructura. ![]() El cine durante la pandemia Duele revivirlo, pero hay que hacerlo. Nuestro magnate ha sufrido como muchas otras industrias, pero nada garantiza, al menos en este país, que vaya a levantarse gracias al apoyo de un público que ya se ha visto saciado con las plataformas streaming (hubo un intento de recaudar fondos a través de una sala virtual donde se estrenaban las películas extranjeras y nacionales que tocaban a cambio de una remuneración que iba a ser destinada a ayudar a las salas. Si fue un éxito o no es un conocimiento del que carezco). La cancelación y el retraso de estrenos prometedores, los que dan de comer, ha causado estragos; la traición de Disney al estrenar Mulan en su propia hija online es una herida que tardará en cerrarse. En esta ocasión, las productoras no han querido jugársela y han mirado por su bienestar. Pero aun así la cartelera ha estado provista de títulos interesantes. Quizá no lo parece porque los más esperados, como Viuda Negra, Dune, Sin tiempo para morir o Wonder Woman 1984, no están entre ellos, pero sí hubo dos grandes blockbusters en verano, Tenet y Los nuevos mutantes, que desafiaron al nuevo orden establecido con su éxito. ¿Y entre medias qué? Quitando la ausencia de esos peliculones mencionados, apenas he encontrado diferencia llamativa de contenido (una mayor presencia del cine independiente, quizá). De las veces que he asistido, siempre me he encontrado con películas que ya formaban parte de mi catálogo genérico habitual. La primera peli post-confinamiento que vi creo que fue Personal Assistant (la cual considero un blockbuster de clase intermedia, es decir, atractiva cuando a lo mejor no tienes opciones mejores o ya te las has visto). Una historia chula, desenfadada, entretenida, muy para desfogarse y encontrar un poco de empatía por los sueños frustrados, donde Dakota Johnson hace que se te rebajen los ánimos de trabajar para una estrella. ![]() Mi segundo largometraje fue La caza, una de las propuestas más hilarantes del año, una verdadera comedia negra con una trama y una ejecución muy alocada que satisface y te deja a cuadros, aplaudiendo mientras te descojonas. Es un filme que al principio no sabes si tomarte en serio, hasta que te das cuenta de que tiene un propósito muy satírico y es una versión más gore y al mismo tiempo más divertida de Battle Royale o Los juegos del hambre. E incluso La purga. Está plagado de mensajes y críticas a las nuevas tendencias progresistas que dañan el debate y que generan una sociedad pensativamente más decadente e, irónicamente, más superficial (según se mire). Es la película perfecta para todo aquel que desecha lo políticamente correcto. Es más, es tan "incorrecta" que roza la perfección. La protagonista: muy top. ![]() En septiembre y tras el intenso trabajo con los Emmys Cinéfilos, me autorregalé Pinocho, la readaptación de un clásico desde el punto de vista de la tierra y la lengua mater: Italia. Siempre he creído que no hay nadie que adapte mejor un cuento que su país de origen, y este es otro claro ejemplo. Así como La bella y la bestia francesa me pareció muy original, recreándose en la belleza del cuento, en Pinocho hay un detalle, un sentimiento de orgullo local y una lealtad a los orígenes del relato, que le confiere más personalidad que todas las versiones que pueda sacar Disney. Podemos ver readaptaciones y readaptaciones de ambos clásicos, pero solo en Francia y en Italia nos cuentan las cosas como son, y Roberto Benigni, en el caso que nos ocupa, es un hombre tan soñador que logra darle el toque familiar y literario sin esforzarse mucho. La pena es que deja una versión más infantilizada que sin duda narrativamente disfrutan más los peques de la casa, mientras que los mayores nos recreamos en los aspectos técnicos. Aun así, simpática y entrañable. ![]() Hablando de cine nacional, con Explota Explota fui decidida a pasarlo bomba y a apoyar a mi cine, y la experiencia fue fantástica. Un musical muy bien ejecutado, con unas coreografías y una puesta en escena dignas de Hollywood, una historia bien insertada en la discografía de Rafaella Carrá (¿o más bien al revés?) y, en definitiva, un lujo de pasatiempo, súper divertida. No la aplaudes tanto por la trama (aunque me encanta cómo se trata el tema de la censura justo en tiempos muy liberales y de atreverse a expresarlo todo, para bien y para mal), sino por los numerazos que se marca y que te hacen pasar un rato de karaoke increíble (sobre todo si tienes la sala despejadica para ti). Además, algunas de las voces cantantes sorprenden con su ejecución; se defienden muy bien. Este podríamos considerarlo como un caso de blockbuster español con sello de festival (gracias, San Sebastián) y por el tipo de historia, la época que recrea y el concepto de desarrollar una trama con canciones famosas, la comparación con Mamma Mia es inevitable (y, si os gusta ese musical, un cumplido para este). En fin, ¡más musicales en España, que hay talento de sobra, pardiez! ![]() Y ya para acabar, lo último que he visto ha sido Akelarre, otra procedente del mismo festival, también una sorpresa. Me encanta ver productos locales (quiero decir, no solo españoles, sino rodados al lado, como quien dice, en casa de la vecina jeje) y en concreto me encantó cómo se había filmado este. Me pareció un argumento absorbente, envolvente, desde el principio. Mantiene muy bien la intriga y el perfil de las chicas vascas está muy logrado, más el desarrollo del juez inquisidor... Bueno, bueno, es que todo en esta historia te anima a verla: el cómo para salvarse de la hoguera una joven acusada de brujería, junto a sus amigas, urde un plan con el objetivo de ganar tiempo hasta la luna llena, cuando sus padres marineros regresen a casa. Otro detalle peculiar es que cuenta con diálogos en euskera, lo cual, en vez de sacarte de la peli (en plan: "¿Qué hostias me estás contando?") te introduce más en ella, ya que estás asistiendo a un relato perturbador, tragicómico y muy verosímil. Es como adaptar a la ficción algo que podría haber ocurrido de verdad en aquella época. Es un testimonio indirecto. El final: sublime, perfecto. Y las actuaciones: magistrales. Me quito el sombrero; ya quisiera yo haber escrito esto. No sé si seguirá en cartelera, pero si no la habéis visto, olvidaos de los estrenos de esta semana y catarla en el día de las brujas, que no os arrepentiréis. Si no he visto más películas aparte de estas (y alguna otra que se me habrá pasado) ha sido por falta de tiempo, gasto en otras cosas más urgentes, que el cine me las ha quitado cuando por fin podía ir y, algún día, puro sedentarismo, pero que conste que ha habido más estrenos atractivos, como ¿Dónde estás, Bernadette?, En busca de Summerland, Uno para todos, Greenland, El secreto... ¡E incluso reestrenos de clásicos! Vamos, blockbusters no han faltado, aunque no fuesen los que queríamos. El caso es que si os atrae alguno, hay que verlo enseguida, ya que permanecen poco tiempo en cartelera. Y es que, si bien nos faltan grandes estrenos, otros que no llegaron por culpa de la cuarentena están empezando a salir ahora: títulos ligeros como la nueva versión de Emma, que estaba prevista para primavera y llega ahora a la gran pantalla tras haber disfrutado de un periodo de alquiler en Amazon Prime UK. O la secuela de Trolls, que también fue puesta en alquiler para sufragar pérdidas. Es decir, las productoras todavía quieren seguir apostando por los cines en la medida en que puedan. Si ellas lo hacen, ¿por qué nosotros no? ¿Ha cambiado tanto nuestra forma de ver películas? Cómo creo que acabará esto
Creo que los cines todavía pueden aguantar si dejan de ser solo cines, cosa en la que ya están. Ahí los vemos mutando a un híbrido entre parque de juegos, autocine y restaurante, lo cual no tiene mucho sentido para lo que es el visionado de la película, pero bueno, la intención es lo que cuenta (si eso atrae a espectadores aunque sea por la curiosidad, me vale). Quiero pensar que siempre va a pervivir como un espacio de homenaje a la cultura y a este hermosísimo arte, que será el que abarque de por vida los festivales y las entregas de premios, y que si hay un estreno importante o vienen actores a promocionar un trabajo, siempre se celebre en estos espacios. Lo hemos vivido con el Spoiler Fest, los maratones, los Oscar, etc. Es imposible imaginar que tantas salas vayan a caer. Ya he visto desmoronarse a un cine en mi ciudad natal y duele mucho; para nada querría vivir el momento del desalojo definitivo. Obviamente Internet va a ganar más peso en nuestras vidas, por si no tuviera ya suficiente, pero la cosa es que mientras queden productoras no afines a estos medios y un porrón de historias que contar, una sala, por pequeña que sea, podrá aguantar siempre que te ofrezca lo que otros no pueden. Llamadme ingenua si queréis, pero lo creo de verdad: todavía puede haber esperanza. Con este post claramente he demostrado que para lo único que necesitamos los grandes blockbusters es para alimentar a los cines y nuestras ansias vivas, pero en la vida hay más. Creo que este año es un auténtico desafío, pero me mantengo comprometida. El cine puede sobrevivir sin blockbusters, pero no puede hacerlo sin espectadores. Y por eso #YoVoyAlCine
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Agosto 2023
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